Sabemos que comer langosta es un acto ligado a una celebración especial, ya que por sus altos precios no es un ingrediente cotidiano en nuestra dieta.
Quizás tengas algunas dudas sobre cómo reconocer una buena langosta y cómo tratarla bien al cocinarla, por lo que a continuación te compartimos estos datos que hemos aprendido con el tiempo.
Hay varias especies involucradas cuando decimos langosta: la tradicional es un crustáceo de aproximadamente 30 centímetros con antenas y 10 patas.
La variedad americana tiene pinzas y éstas a su vez tienen un pariente europeo llamado bogavante.
Será un langostino cuando tenga un menor tamaño pero un exosqueleto muy firme, como una concha.
Aunque son más valoradas las de agua fría (como la emblemática de Maine, EU), existen langostas en todos los océanos. En México se producen principalmente en Baja California y el Golfo de México.
Además, existen tanto en agua dulce como en salada.
Al comprarlas fíjate en el caparazón -también conocido como exosqueleto-; debe ser duro, pues ello es sinónimo de que la langosta está madura.
Cuando es así, la carne es mucho más suave y rica. Las de caparazones endebles no alcanzaron su máximo tamaño, por lo que la carne será fibrosa y con menos sabor.
Hay varios motivos por los cuales se cocinan inmediatamente después de matarlas.
Uno es porque de esa forma los músculos de las langostas se tensan menos, evitando texturas chiclosas.
La otra tiene más que ver con la sanidad, pues las langostas tienen microorganismos que se reproducen tan rápido que pueden intoxicarnos si tardamos en cocinarlas.
¡No desperdicies nada! Con las cabezas puedes hacer bisque, una tradicional sopa francesa que se liga con arroz.
El sabor de la langosta es tan especial y delicado que te recomendamos que no las cocines con muchas especias: sal y pimienta blanca es suficiente.
Una muy buena manera de acompañarlas es con mantequilla clarificada, limón amarillo y perejil; también puedes prepararlas estilo thermidor (abajo te dejamos la receta).
Hay dos formas básicas de cocinarlas. La primera es introducirlas vivas al agua hirviendo (tardan aproximadamente 15 minutos por kilo) y la segunda es ponerlas directamente en la plancha partidas por la mitad.
Aunque menos común, si encuentras unas colitas de langosta en el mercado te recomendamos que las cocines a la parrilla (sí, así como carnita asada).
El sabor de una langosta es delicado: sabor a sal de mar con notas dulces.
La textura debe ser muy suave y si está bien cocinada se deshará en tu boca. La parte más valorada de las langostas es la cola, pues ahí es donde hay más carnita.
Te recomendamos maridar las langostas con vino blanco. La uva Chardonnay es de las consentidas por sus notas frutales que al pasar por barrica desarrollan aromas a mantequilla y miel.
El vino que acompaña la langosta por excelencia es la champaña: burbujas, acidez, equilibrio, perfección.
No te vayas con la finta, este ingrediente también tiene cabida en la cocina mexicana y en Baja California hay un platillo estrella: las langostas estilo Puerto Nuevo.
En el municipio de Rosarito preparan una delicia en tortillas de harina untadas con frijoles, mantequilla, langosta frita, salsa roja y arroz. ¡No te lo pierdas!
La langosta se convirtió en un alimento gourmet cuando en 1841 llegó la industria ferrocarrilera a Maine, Estados Unidos, y se comenzó a vender enlatada. Era tal el gusto que la gente que visitaba el puerto las buscaba frescas y se volvió un platillo de turistas que podía venderse a precios muy altos.
Ahora sí…
Para terminar