Sentarse en las viejas mesas de este clásico del Centro Histórico de la Ciudad de México, es algo que todos deberían hacer una vez en la vida, solo por observar cómo sirven el café.
Cuando José Núñez vio en llamas la fachada del Café de Tacuba, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, un nudo le cerró la garganta. Una vez que los bomberos sofocaron el fuego y pudo entrar a ver cómo el salón principal era casi una zona de guerra, rompió en llanto. Hoy José es el gerente del restaurante, y uno de los principales testigos de cómo éste resurgió de las cenizas, en 1999, para volverse uno de los más célebres de todo el país.
Este clásico de la cocina tradicional mexicana cumplirá en diciembre 107 años de haber sido abierto. El habla popular fue quien le dio nombre al restaurante: la gente se refería a él como “el café (que está sobre la calle) de Tacuba”. Y así se le quedó por siempre.
Y la especialidad de la casa: las enchiladas Tacuba. Foto de Francisco Gómez
El negocio —que ha visto desfilar a distintas generaciones mexicanas y extranjeras— abarca más de la mitad de la cuadra donde está asentada la casona francesa del siglo XVII que lo alberga. Tiene a 120 empleados atendiendo diariamente a las 500 personas que tiene de capacidad, y atesora entre sus gruesos muros fragmentos de historia, que representan distintas etapas de la construcción contemporánea de México.
Todo empezó gracias a un niño huérfano de 12 años. Dionisio Mollinedo salió solo de su natal Tabasco y decidió probar suerte en la Ciudad de México. Aunque ni sus descendientes tienen todas las piezas del rompecabezas de su historia, saben que al llegar se empleó en un pequeño café —donde también vendían atole, panecillos y mermeladas de frutas de temporada—, que con el tiempo pasó a ser de su propiedad y empezó a crecer como la espuma de su legendario chocolate.
Durante toda su vida, Dionisio Mollinedo viajó para probar comida de mercados en todo el país e incluyó varias recetas en el menú del Café de Tacuba, por algo es conocido como un muestrario confiable de platillos mexicanos, y no solo como el inmueble donde estaba instalado el primer Hospital Psiquiátrico de Mujeres en la época de la Colonia.
Con los años este café, adquirió la categoría de restaurante y pasó de tener cinco mesas a ocupar siete grandes salones, en los que por igual han comido transeúntes habituales de una de las calles más importantes del Centro Histórico, que todos los expresidentes mexicanos (desde Porfirio Díaz hasta Felipe Calderón), pintores, escritores, actrices, periodistas y celebridades de distintas partes.
Luego vino el incendio. Era la mañana del 13 de abril de 1999, cuando una fuga de gas en una pipa expendedora casi le cuesta la vida al Café de Tacuba. Solo hubo pérdidas materiales. Sin embargo, debido a que antes de poder apagar el fuego pasaron horas, muchos pensaron que era el fin de la leyenda, incluido José Núñez.
No fue así. En el restaurante todos trabajan como si fueran una familia y lograron reconstruir la fachada, cambiar el mobiliario carbonizado, restaurar los cuadros ennegrecidos y devolverle su esplendor.
A tres generaciones de distancia del fundador, el Café de Tacuba sigue siendo el Café de Tacuba. Muchos viajan de otras partes y hacen fila con tal de entrar en la lista de espera y poder probar los platillos que salen de su laberíntica cocina.
Los desayunos son clásicos protagonistas. Al visitar este restaurante es obligatorio probar sus enchiladas, huevos motuleños o su espumeante café con leche, acompañado de churros crujiente
Karen Montenegro es la encargada de recibir a los comensales y cuenta que el cantante irlandés Bono y la banda Rammstein fueron las últimas dos grandes celebridades a las que acomodó en las mesas. Ella lleva cinco años trabajando ahí, conoce cada uno de sus rincones y está enamorada de su historia.
Muchos dicen que en la casona espantan: algunos han escuchado ruidos extraños en los baños; otros han sacado fotos donde se cuelan siluetas de mujeres vestidas de blanco; unos más juran haber visto de reojo sombras que se desplazan en la cocina. Ahí radica gran parte del encanto del Café de Tacuba: en la cantidad de historias que habitan sus pasillos y balcones.
Karen regresa de llevar hasta sus lugares a un par de novios y, mientras contempla con los ojos muy abiertos a la gente desayunando en el salón principal, asegura que “visitar el restaurante es como ir a un museo, donde además dan comida. Y muy buena.”