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Antojo postal: Los sabores de lejos

Por María del Carmen Castillo Cisneros

Caminaba por la calle de Reforma en la ciudad de Oaxaca. Eran las tres de la tarde y el solecito de invierno se colaba por mi ropa mientras yo observaba, como cada fin de enero, ese árbol de hojas amarillas que se asoma por la barda del jardín etnobotánico dando un espectáculo radiante a los transeúntes. Como mis paseos incluyen diligencias, recordé que debía pasar al MUFI (Museo de Filatelia) para comprar unas estampillas postales.

Durante mi adolescencia y temprana juventud fui gran asidua “de escribir cartitas” enviándolas a todas partes del globo donde se encontraban mis amigos, primos o gente con quien yo quería compartir mis letras; hasta dos o tres telegramas llegué a mandar para saber lo que se sentía.  Pero fue en 1997 cuando abrí mi primera cuenta de correo electrónico y el fast mail llegó para quedarse. También me volví aficionada al email y reconozco la gran eficiencia que otorgan las innovaciones tecnológicas en nuestras vidas. [contextly_sidebar id=”4e422182dbbd2c326bd395c23e1fe772″]

Sin embargo, este año decidí retomar aquel vicio de escribir misivas a puño y letra a mi gente querida. En esta época, uno se puede dar el lujo de ir de moderno utilizando mil y un ‘gadgets’ y por otro lado retomar lo antiguo y parecer aún más “modernillo“.

Pensando en todo esto de las cartitas y la escritura, no pude dejar de hacer asociaciones con mi otro vicio: la comida.

Imaginé que aquellas cartas de antaño no eran otra cosa que papel cocinado a fuego lento, con tintas que corrían, plumas posteriores que chorreaban, bolígrafos elegantes o “bics” cualquiera, pero que después se aderezaban y condimentaban con los trayectos varios que tomaban, con cada cartero que las sostenía en sus manos para agregar un toque y con cada buzón que hacía las veces de barrica e imprimía en ellas un olor. Es por ello que al recibirlas la mariposa de la panza nos saltaba.Yo todavía viví la espera de recibir una carta con el subsecuente revisado diario del buzón postal. Muchas cartas hasta aromas tenían y eran capaces de trasladarnos en tiempo y espacio a lugares desconocidos, a las añoradas tierras que habíamos dejado o hacernos sentir cerca del remitente.

Llegué al MUFI y pedí mis timbres. En eso, un ‘flashback’ se apoderó de mí. Recordé la estampilla del pozole que hacia un par de años había pegado en unas postales que envié a Europa. Cuando las mandé, me parece que hasta escribí a mis amigos sobre ese platillo que adornaba el sobre, sentenciándolos a que debían probarlo una vez que pisaran México.

Compré mis estampillas, pero me quedé pensando en el poder que éstas podrían tener para desatar un “antojo postal”.

Fue entonces que busqué a Eduardo Barajas, director del MUFI y gran amigo. Quería preguntarle si había estampillas culinarias y ver qué diseños habían sido elegidos para plasmarse en la historia filatélica de los distintos países.

La famosa estampilla del pozole formaba parte de una emisión postal conjunta con Brasil. // Foto: Carmen Castillo.

La famosa estampilla del pozole formaba parte de una emisión postal conjunta con Brasil. // Foto: Carmen Castillo.

Entré en su oficina, recinto de la correspondencia, y en un abrir y cerrar de ojos me mostró la planilla “Oaxaca ciudad patrimonio”; una serie de 50 estampas con motivos oaxaqueños que en 2013 se imprimieron por el nombramiento que recibió la ciudad y también como parte del proyecto que el Comité Nacional de Lucha contra la Tuberculosis realiza cada año de la mano del Servicio Postal Mexicano para recaudar fondos.

Sumergida en un sillón decorado con motivos postales, vi lo que mis ojos querían ver: estampillas de comida. Una suculenta tlayuda rebosante de tasajo y aguacate; dos ollas de barro verde de Atzompa rellenas de mole negro y mole amarillo; un plato de tamales envueltos en hoja de plátano: el rostro de una mujer del mercado 20 de noviembre acompañada de su canasto de chapulines; bolsas de pan de yema -tan socorridos para acompañar el chocolate caliente de cada mañana-, y una copa de nieve de leche quemada con tuna, tan oaxaqueña como su patrona la virgen de la Soledad. Quedé fascinada.

Me gusta cocinar, comer, escribir y leer. Soy una antojadiza de esos cuatro ejes que cruzan mis rumbos. Encontrar en el camino diseños postales que combinaran estos placeres me dejó perpleja y compartir con Eduardo Barajas esta emoción que para otros no causa ni un ápice de asombro no dejó de causarnos alegría. Mientras veíamos los timbres salivábamos y nuestras cabecitas locas imaginaban mil y un cosas mientras sosteníamos estampillas de chocolates suizos, pancetas italianas y condimentos indios.

La mía de pronto fantaseaba con un sobre sellado con la estampa del mole. Una carta de una madre a su hija, que estando lejos, le recordaba el sabor de este exquisito platillo hecho en casa. Para todos los que hemos estado fuera del terruño, los sabores y aromas de nuestras comidas serán siempre objetos de añoranza y signos de calor de hogar.

El MUFI, único museo en Latinoamérica dedicado 100% a los menesteres filatélicos, alberga una gran colección de estampillas variopintas por no decir de mole, de chile y de dulce, de nuestro país y de muchos otros más.

La exposición “México Exporta”  nos deja ver uno que otro insumo alimentario que quedó inmortalizado en estampa postal. Cítricos, fresas, tomates y café son también parte de estos antojos postales que han viajado incrustados al papel a lo largo y ancho del planeta, cruzando caminos, veredas,  volando por los aires y atravesando océanos enteros.

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También en España se imprimieron estampillas culinarias, como esta en honor a la Paella. // Foto: Carmen Castillo.

Hace unos años el ‘food designer’ barcelonés Martí Guixé inventó las ‘flavored stamps’ donde el pegamento del reverso de la estampilla está perfumado con el sabor de la comida dibujada en el anverso del sello. Nada equivocado este señor. Al final las estampillas igual se llevan a la boca y poder evocar sabores a través suyo es tener un contacto sensorial, una probadita de algo que no se mastica, no se deglute y mucho menos engorda. Eso, sin contar que parte de nuestro ADN también se graba como matasellos interno.

Cocinar para alguien y enviar cartas a domicilio que viajen kilómetros son muestras de cariño invaluables. Hace poco encontré correspondencia de mi bisabuela con una prima suya, se trataba de un intercambio de recetas… más letritas, más comiditas.

Mi próxima carta compartirá la receta de tamales y la sellaré con un timbre homónimo de la colección “Oaxaca ciudad patrimonio” a manera de ilustrar la receta. La depositaré en el buzón del MUFI donde comenzará a condimentarse, luego tomará su propio camino hasta llegar a su destino. Espero que el destinatario no se haga rosca, ponga manos a la obra y haga realidad este antojo postal.

Con este timbre enviaré la receta de los muy famosos y amados tamales oaxaqueños. // Foto: Carmen Castillo.

Con este timbre enviaré la receta de los muy  amados tamales oaxaqueños. // Foto: Carmen Castillo.

Mientras en el MUFI seguiremos buscando estampas que nos permitan conocer, saborear y disfrutar las delicias culinarias que cada país a lo largo de su historia postal nos ha querido mostrar.