Me fui a los 33 años a estudiar un curso relevante en mi trayectoria profesional a Los Ángeles. No conocía bien la ciudad pero tenía ganas de comérmela, leérmela, y caminármela. Tenía el tiempo contado pues solamente contaba con dos meses así que había que organizar, agendar y priorizar experiencias en aquella ciudad que todo ofrece.
[contextly_sidebar id=”80fe76081788df2281f6369b4f4c9b49″]Comencé poco a poco a palomear las actividades. Estudiaba de 9 de la mañana a 4 de la tarde así que las 5 era la hora perfecta para arrancar la colección de momentos inolvidables en mi corta y solitaria estancia.
Un miércoles de junio me tocó conocer una barra de sushi de un pequeño y sencillo restaurante, hasta cutre diría yo, donde me habían recomendado probar hamachi y toro. También me sugirieron no hacer plática con los comensales de la barra para no llevarme una decepción del trato indiferente y grosero que tienen algunos japoneses hacia las mujeres de origen latino que visitan su sagrado lugar.
No le di la menor importancia a la segunda recomendación pues estaba ya acostumbrada a comer sola y a disfrutar el tiempo invaluable de estar conmigo misma que, por cierto, buena falta me hacía.
Sentada en la barra y con un hamachi espectacular que se derretía en la boca como mantequilla, recibí un saludo del comensal de junto: -Se nota que disfrutas -me dijo un viejo y amable japonés cuya sonrisa delataba su generosa energía-.
Emocionada de intercambiar palabras con alguien que parecía saber de lo que hablaba, pero sobre todo ansiosa de retar a mi amiga y regresar contándole que no sólo había platicado con alguien en el restaurante, sino había hecho un amigo, respondí: -Disfruto mucho, y usted ¿a qué se dedica?
Se atragantó un poquito y yo sentí que iba por el camino correcto, que tenía en mis manos la dosis perfecta de curiosidad y el grado exacto de locura para entrarle a la historia de Shun cuyo nombre, me dijo, significa “caballo veloz”.
Nyotaimori es el arte de servir alimentos en el cuerpo de una mujer desnuda y, para no hacerles el cuento largo, bastaron escasos 30 minutos para que Shun y yo intercambiáramos teléfonos, me diera la dirección exacta donde había que presentarme al día siguiente para convertirme en una mesa viviente de sushi para 10 hombres.
Si lo pensaba dos veces todo iba a desaparecer y este texto no estaría siendo leído por ustedes, así que sin darme cuenta, estaba ya sentada en la silla de una suerte de backstage de un restaurante donde colgaban lámparas de papel rojas con símbolos japoneses, gatitos de cerámica dorada con la manita hacia arriba y bambús cubriendo paredes.
Dos señoras con kimono (…) me bañaron, exfoliaron y secaron
Yo analizaba el lugar y me preguntaba si sentía emoción o miedo, mientras dos señoras con kimonos me capacitaron a varias cosas: soportar la exposición prolongada de la comida fría sobre la piel, a mover el cuerpo de la manera más imperceptible posible y a controlar la respiración constante y profunda. Todo esto antes de pasar a un baño bastante digno y limpio donde me bañaron, exfoliaron y secaron. No sabía si reír o huir.
Shun me había contado que existían distintas versiones de este tipo de restaurantes donde la comida es servida sobre cuerpos desnudos. En algunas partes del mundo son exclusivamente de mujeres, en otras de hombres. Me explicó que esta práctica se había vuelto popular entre el crimen organizado japonés y luego leí que en China se había prohibido por razones de salud pública. Y, por supuesto, me dijo que su restaurante era muy profesional y que solamente recibía a comensales varones, todos ejecutivos de alto nivel en reuniones privadas.
Desnudarme nunca ha sido fácil pero ese jueves me pareció sencillo e incluso familiar. Saber que nadie me conocía y que nunca volvería a ver sus caras fue el motor que encendió este par de piernas que me hicieron caminar sin ropa desde el baño hasta aquel salón comedor donde me esperaba una mesa negra y un banquito para subirme y fundirme en ella.
De nuevo las dos señoras en kimonos aparecieron. Charola en mano comenzaron a acomodar el sushi y los nigiris, el jengibre, las rodajas de limón y el wasabe sobre mi piel desnuda.
…las palpitaciones de mi corazón casi tiraban los sushis de mi pecho
Para entonces la idea de fundirme con la mesa de madera se había esfumado pues mi piel se ponía chinita; mis dedos de los pies se movían sin control, mi respiración era acelerada e inconstante y las palpitaciones de mi corazón casi tiraban los sushis de mi pecho al oír las primeras voces de hombres atrás de la puerta.
El festín estaba listo. La puerta se abrió y por ella entraron diez ejecutivos trajeados. Me debatí entre saltar, y dejar volar el festín para escaparme de esta locura, o respirar profundamente y recordar la frase que desde niña me enseñó mi papá: “el mundo es de los valientes”.
Opté por quedarme. Se sentaron alrededor de la mesa. Los comensales me miraban de pies a cabeza gozosos y yo me concentraba en mi respiración.
–She is pretty -le dijo uno a otro mientras me analizaban-.
–Latin sushi tonight -dijo el más alto-. Entonces, decidí relajarme.
Los palillos se acercaban y se alejaban de mi cuerpo como hombres miniaturas que saltaban a mis muslos, mis hombros y mis pantorrillas. Se notaba que todos eran expertos. Al principio disimulé mis nervios y luego me olvidé de ellos. Unos hombres tomaban las piezas de sushi con cautela, otros amenazan, algunos las arrastran antes de levantarlas y otros solo las jugaban. Comencé a disfrutar.
Los sushis eran malabares y en ese cuarto ya no cabía la timidez. La noche avanzó y no sólo distinguía las voces de los aficionados sino su tacto y sus miradas. La comida se terminaba y mi cuerpo se asomaba cada vez más. Cuando sólo quedaban tres piezas, fueron ofrecidos al líder del grupo y distinguí que había sido él el más cauteloso al tacto. Tengo grabada su voz.
Se levantó, me miró a los ojos y mi corazón volvió latir rápido y desordenado. Clavó su mirada en la mía, tomó la pieza de mi lado izquierdo y la comió; tomó la del lado derecho y la comió. Descubriendo totalmente mi cuerpo tomó la última pieza, y la comió.
A partir de ahí, nunca he sido la misma.
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Agradecemos a Ana, sin apellidos para respetar su petición de anonimato, compartir con nuestros lectores su experiencia como parte del Nyotaimori, una práctica japonesa que consiste en comer sushi y sashimi del cuerpo de una mujer desnuda.