Amamos al pollo en todas sus presentaciones, desde el caldo apapachador hasta esa pechuga asada que nos ayuda a cumplir una dieta. El sabor es universal y tiene tantas formas de cocinarse que nunca nos aburriríamos.
A veces sucede que, al comerlo rostizado, al horno o incluso a la parrilla se seca y todo lo maravilloso que pudo ser… se esfuma con una textura que poco deja al placer. ¿Se puede evitar? ¡Por supuesto!
Lo primero que debes tener en cuenta a la hora de cocinar es que la temperatura óptima en la que un pollo está perfecto son 74°C. Llegando a este punto ya no es potencialmente peligroso pero tampoco ha perdido esos juguitos que lo vuelven único.
Puedes saber si está listo de la siguiente manera: clava un cuchillo en el fondo de la pieza, espera diez segundos e inmediatamente sácalo para ponerlo en tu labio inferior. Si sientes calientito, es que ya quedó cocido. Si no lo está, espera unos minutos más.
El tiempo depende del tamaño de las piezas aunque algo te decimos: no toma más de 20 minutos terminarlo de cocinar aún en fuego bajo.
Un tip que no falla con cualquier tipo de carne es primero sellarlo a fuego muy alto. Para lograrlo, pon un sartén con poco aceite y deja que se caliente lo suficiente sin llegar a sacar humo.
Coloca ahí la pechuga y déjala durante un minuto por cada lado. Posterior a eso, colócalo en una charola y métela en el horno durante 15 minutos. Revisa que esté listo y sirve.
Esta técnica sigue el mismo principio que las recetas de ceviche: desnaturalizar las proteínas de tal forma que sean nutritivas para el cuerpo. Pero no vamos a cocinar toda la pechuga de pollo en limón sino que solo vamos a hacer una capita leve para que no se desjugue a la hora de cocinarlo.
Es una técnica muy similar al sellado pero sin fuego y sin ensuciar sartenes. Te recomendamos que untes cada pechuga por todos lados con suficiente jugo de limón y esperes de cinco a diez minutos. Después de eso, hornea o parrilla y quedará jugosísima.
El suero de la leche es un medio líquido perfecto para hacer una marinada que deje las pechugas de pollo más jugosas de la historia. Se prepara dejando reposar leche a la que se le agregan gotas de limón (mira el procedimiento completo).
Un día antes de cocinar el pollo, sazona y deja reposar durante 30 minutos. Mientras tanto, mezcla dos cucharadas de sal con dos tazas de buttermilk y sumerge tu pollo en esta mezcla que trabaja parecido a una salmuera.
Déjalo toda la noche y al otro día escurre. Pon en un charola, hornea y listo, además de jugosa, tu pechuga habrá adquirido un color dorado muy apetitoso.