Hay costumbres en México que se han conservado durante siglos aunque claro, se han modificado para adaptarse a la modernidad; una de ellas son los tianguis. Estos epicentros de comercio e intercambio de productos fueron los antecesores de los mercados.
Siendo nuestro país tan rico en sabores, colores y aromas no es raro que la cultura que nos rodea sea así, los tianguis son muestra de ello. Etimológicamente esta palabra viene del náhuatl tianquiz(tli) y significa mercado.
La alimentación es una necesidad básica de todo ser vivo y las formas en que las personas adquirimos comida han evolucionado con el paso paso del tiempo. Pasamos de ser cazadores a ser mayormente comerciantes, construyendo un sistema económico para satisfacer las necesidades elementales.
En este sistema caben tanto los proveedores como los consumidores. El comercio se ha desarrollado en todas las culturas del mundo y en México sucedía en espacios llamados tianguis.
En la época prehispánica, la necesidad de comida derivó en actividades en donde se intercambiaban unos productos por otros productos, el trueque. A la par de ese sistema, el cacao se usaba como moneda de cambio por ser tan valioso, al mismo nivel de las herramientas hechas de cobre.
¿Quiénes estaban en los tianguis? Los indígenas, por supuesto. El mercado comenzaba colocando en tapetes de petate sobre el piso los productos que se ofrecían; así, los interesados podían observar y adquirir lo que necesitaran.
Amalia Attolini Lecón es una investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y menciona que estos espacios en donde la vida cotidiana de los pueblos, su esencia e interacción conviven, son los únicos que la Conquista española no pudo derrotar. Tampoco la globalización.
Sobrevivieron a la Colonia y llegaron hasta nuestros días precisamente por la misma razón por la que siguen vigentes: son medios de intercambio de productos, algunos básicos como la comida y otros no tanto.
La experta también menciona que los tianguis tienen dos funciones principales. La primera es acercar los productos que se originan en un contexto de economía campesina a un ámbito regional. La segunda es que refuerzan las tradiciones culturales y la convivencia.
“Una de las características principales es que el mercado tradicional casi siempre está cerca del espacio ritual, llámese iglesia, mezquita, sinagoga o simplemente debajo de una ceiba. Lugares estratégicos en el cruce de caminos”.
Desde la época prehispánica se colocaban de una manera en que parecía que se formaban calles para recorrer a pie.
Se establecieron en lugares estratégicos y fueron clave para la expansión al crear una red de caminos en donde los tianguis funcionaban como nodos, un punto de encuentro y de intercambio comercial.
Ya con la Conquista se agregaron productos a la comercialización; llegaron el trigo, la caña de azúcar, el garbanzo y nuevos condimentos. También cambió el trueque y el cacao pronto dejó de ser tan valioso como el dinero.
En el Museo Nacional de Antropología aún podemos encontrar una maqueta que da testimonio al mercado de Tlatelolco, uno de los más icónicos. Según Bernal Díaz del Castillo, cronista experto de la Conquista, los españoles quedaron impresionados al ver la plaza en donde se acomodaba dicho tianguis.
Había miel, dulces que llamaban muéganos; perros, culebras, guajolotes y tortugas de agua dulce para comer, hierbas medicinales, semillas, maíz, chiles, artículos que los artesanos hacían ahí mismo como cuchillos y navajas de piedra e incluso personas para ser sacrificadas u ofrecidas como esclavos.
De acuerdo con sus creencias, en cada mercado debía haber un representante de cada dios y un juez. Ellos eran las autoridades.
Amalia Attolini, quien también participa y coordina el libro Caminos y mercados de México menciona que hay algunos tianguis a lo largo del país que aún existen en su forma más pura.
El de Cuetzalan en Puebla; Tianguistenco y Otumba en el Estado de México; Tenejapa y San Juan Chamula en Chiapas; Chilapa en Guerrero; Zacualpan de Amilpas en Morelos e Ixmiquilpan en Hidalgo.
También conocemos los que están en las colonias de la Ciudad de México y área metropolitana que eligen un día y un lugar específico para ofrecer sus productos; es decir, son itinerantes con puestos semifijos y eso es lo que los diferencia de los mercados.
Está el tianguis de La Raza, el de la Lagunilla, el de Sullivan, el de los lunes y jueves en la Jardín Balbuena, el de la San Felipe, San Juan, El Salado o el famoso tianguis del Chopo, por mencionar algunos.
En un territorio tan extenso como el de México las tradiciones pueden variar de un estado o una región a otra y es por eso que en algunos lugares como en el norte se les conoce también como mercado sobre ruedas.
Este término es relativamente nuevo, se acuñó en 1969 como un programa gubernamental impulsado por el ex presidente, Gustavo Díaz Ordaz con la finalidad de que el trato fuera directo entre el productor y consumidor final.
Así ambos serían beneficiados; por un lado el productor obtiene ganancias netas sin tener que perder un porcentaje por los intermediarios y los consumidores comprarían a precios más económicos por esta misma razón.
El impulso de este programa también fue una estrategia para que resurgiera esta forma de intercambio comercial y cultural que existe en los tianguis, ya que una década antes la entrada de los supermercados a México comenzó a desplazarlos.
Este programa se ha modificado a lo largo de más de 50 años y cada entidad emite las especificaciones y requisitos de los comerciantes que ahí convergen.
Hasta la fecha solo en la Ciudad de México existen alrededor de 1500 tianguis y mercados sobre ruedas. Poco a poco han ido adaptándose a las necesidades de los clientes como los cobros con tarjeta en algunos negocios y acatando las disposiciones legales como la suspensión del uso de bolsas de plástico.