¿Qué te viene a la mente cuando piensas en la mujer en la cocina? Tal vez quienes se encargan de prepararla o quizás piensas en alguna chef que brilla en el mundo y admiras; pueden ser también las cocineras que se encargan de conservar las tradiciones e incluso a alguien de tu familia y su sazón.
Sin embargo, casi nunca se piensa en cómo llegaron todos los ingredientes a la cocina en que fueron preparados los alimentos; hoy más que nunca es importante saber quiénes están detrás de esa cucharada que estás a punto de llevar a la boca.
La mano de las mujeres aparece más allá de la preparación, de hecho está en toda la cadena productiva desde la siembra hasta tu plato.
La situación de las mujeres en el campo es un tema que en la gastronomía no se menciona lo suficiente, tampoco la presencia de aquellas que hacen que todo suceda para que cada ingrediente llegue hasta tu mesa.
Puede ser la actividad primaria de la agricultura, pero también la mano de obra, la logística, las ventas, las finanzas y hasta el servicio con las meseras.
Para nadie es una sorpresa que el crecimiento urbano no para: las ocupaciones no agrícolas son cada vez más especializadas; sin embargo, en México 5.5 millones de personas trabajan en el campo.
De todas estas, en las cifras oficiales, entre el 11 y el 12% son mujeres; las no oficiales hablan de que es el 85% de las mujeres en una comunidad quienes trabajan en una actividad agrícola, ¿cómo? Sí, en su parcela.
Invisibilizar este trabajo femenino se refleja en las estadísticas económicas que las coloca en las gráficas como amas de casa. Y no solo eso, aquí comienza a crecer una bola de nieve repleta de injusticias para las mujeres del campo.
Gisela Espinosa, una investigadora del Departamento de Producción Económica y docente en la Maestría en Desarrollo Rural de la Universidad Autónoma Metropolitana, menciona que el modelo patriarcal no se esconde y menos en las zonas rurales.
Una de las prácticas más comunes es heredar siempre las tierras a los hombres de la familia, comenta Gisela en su análisis Mujeres campesinas en el umbral del nuevo siglo.
Esto se traduce en que la propiedad ejidal difícilmente pertenece a una mujer, aunque la cifra ha aumentado de 17.5% en 1995 a poco más de 26% en 2019 según el Registro Agrario Nacional.
Es decir, de cada 10 personas que tienen derecho a la tierra ni siquiera 3 son mujeres.
A esto se le suma otro problema que es por una parte burocrático y por otra parte económico: la identidad jurídica.
Pongamos un ejemplo real en el campo mexicano. El hombre, la cabeza de la familia, migra en busca de mejores oportunidades; la mujer se queda a cargo no solo de la casa, también de la tierra, sin embargo, no es capaz de acceder a ningún tipo de programa gubernamental ya que ningún documento acredita que ella está a cargo de esa tierra así que no puede producir nada.
Hablando del tema económico, la precariedad en la zonas rurales muchas veces significa que las personas no tengan acceso a registrarse. Así es, no tienen un acta de nacimiento.
La falta de documentos por parte de los padres y hasta la distancia al registro civil hace que simplemente haya personas “invisibles”; de esta manera tampoco hay una identidad jurídica por lo que la propiedad de la tierra no existe.
De acuerdo con el Instituto Nacional de las Mujeres, a pesar de que las mujeres de zonas rurales producen más del 50% de alimentos en México, 6 de cada 10 viven en pobreza y aunque la cifra a nivel nacional en cuanto a estudios es de 9 años, con ellas disminuye drásticamente a 6.6 en mujeres mayores de 15 años. Sin duda son números alarmantes.
La vida rural tiene carencias y las mujeres se encargan de resolverlas; esto acarrea un esfuerzo físico y emocional. De acuerdo con The Hunger Project México, las mujeres rurales trabajan alrededor de 89 horas a la semana.
Ellas no solo se encargan del traspatio en donde tienen algún tipo de sembradío además de algún tipo de ganado. Cocinar al fogón implica más esfuerzo.
Y ¿por qué no lo hacen en estufa? Simple, no hay recursos para estufas y gas. Esto significa acarrear leña, encederla y mantenerla prendida mientras se cocina.
En algunas zonas rurales todavía no hay instalaciones eléctricas, por lo que en caso de que hubiera recursos para un refrigerador sería inútil comprarlo así que se tiene que cocinar diariamente porque no hay forma de almacenar comida sobrante.
Al no haber luz también significa el uso de molcajetes y metates para la preparación de la comida.
Pero las mujeres no solo hacen eso, también tejen o producen artesanías para completar el gasto.
Un ejemplo conocido es la cocinera tradicional michoacana Juanita Bravo; quien además de ser toda una experta en la cocina e incluso haber sido parte fundamental para que la gastronomía mexicana recibiera el nombramiento de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es artesana y fabrica rebozos con telar de cintura.
Otra tradición muy arraigada -y no solo en zonas rurales- es que la mujer es la última que se sienta a la mesa y muchas veces la que menos come, prácticamente lo que sobra después de alimentar a la familia.
Esto las hace vulnerables a enfermedades como anemia que se agudiza en tiempos de embarazo y lactancia.
Para acabar de cerrar el círculo de la precariedad las mujeres del campo difícilmente tienen seguro social. Esto sin contar que de acuerdo con la FAO, la seguridad alimentaria es un derecho humano y el hambre una violación a la dignidad.
Sabemos que no todas las mujeres tienen las mismas posibilidades; sin embargo, hay pocos y excepcionales casos de éxito cuando mujeres se unen para atacar la desigualdad social que viven. Te presentamos dos casos.
El primero es el caso de Femcafé, una cooperativa formada por mujeres de la zona cafetalera de Veracruz en donde, cansadas de que las ganancias por su trabajo fueran entregadas a los hombres de la familia -ya sea padres o esposos-, decidieron formar una cooperativa.
Femcafé exporta café en cereza, verde, tostado o molido a Estados Unidos buscando un trato directo y sin intermediarios (los famosos “coyotes”) para obtener precios justos.
Es importante recordar que el precio del café es establecido por el mercado internacional y en sus peores momentos ha llegado hasta 5 pesos por kilo.
Después de hacer un análisis y con a intención de tener una vida digna y que a la vez fuera redituable para sus clientes establecieron un precio justo por arriba de los 12 pesos. ¡Todo un logro!
Las negociadoras explican a los clientes el porqué del precio y poco a poco se han abierto paso en el mercado.
Otro caso son las mujeres de la comunidad de Tlaola en Puebla que con un sembradío de chiles reactivaron su economía. Esta organización lleva el nombre de Mopampa en donde trece integrantes iniciaron elaborando productos con chile serrano como mermeladas, miel y salsas.
Uno de los objetivos era empoderar a las indígenas brindándoles un empleo y esto a su vez se tradujera en libertad económica; esto significa disminuir la violencia económica hacia la mujer.
Ahora que sabes esto recuerda que la mujer en la cocina es mucho más relevante que sólo preparar los alimentos y satisfacer una primera necesidad.