Ya no hay que ir hasta el Estado de México ni a Tulancingo por una buena barbacha. Barbacoa Don Ignacio es un lugar ideal para ir entre amigos y llenar la mesa de antojitos deliciosos al centro para compartir.

Maciza, pierna o espaldilla, todo cabe en un taquito con salsa borracha sabiéndolo acomodar. Una de las cosas que más nos gustó de este lugar también cabe: la salsa borracha que preparan con chile pasilla y cerveza.

¡Aquí hay barbacoa todos los días y a todas horas! Otra ventaja de este lugar es que tiene una ubicación privilegiada justo en frente del Monumento a la Revolución.

Barbacoa Don Ignacio: hidalguense con todo su corazón

En las cocinas regionales mexicanas existen varias interpretaciones de barbacoa: la que se prepara con cabeza de res o incluso con pollo. Hidalgo tiene una de las versiones consentidas por todos, aquella que se prepara en un horno bajo tierra cubierta de pencas de maguey pulquero.

Es un placer sencillo: el primer paso es poner el fuego en el fondo y sobre él una cacerola con agua, garbanzos, arrocito y chile. Sobre ella una reja donde van los trozos de carne de borrego que se cubre con pencas. En la Barbacoa Don Ignacio la dejan cocinar a fuego lento y tapada por ocho horas durante la noche y a la mañana siguiente el trabajo duro está hecho.

Para entonces la carne está muy suavecita y la cacerola ya no sólo tiene agua sin chiste, sino un consomé que cura cualquier pena y apapacha los corazones de todo aquel de buen diente.

Antojitos para todos

Barbacoa Don Ignacio entiende que no sólo de barbacoa vive el hombre -aunque lo podría hacer y muy bien- y por eso su carta es mucho más amplia que eso. Hay buenas carnitas, quesadillas, antojitos y algo que definitivamente no te puedes perder es el chicharrón.

Así de simple como suena. Lo presentan con tres caras distintas: en blanco, un poco más dorado y el carnoso que va excelente en un taco con quesito fresco, guacamole y salsa.

Aquí preparan unos postres que no le quedan a deber nada a la parte salada. ¿Nuestra recomendación? Un panqué de elote o un pastel de piñon; ambos excelentes para cerrar con broche de oro.

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