Moler los granos de café, poner la cafetera, disfrutar el aroma y esperar a que esté listo es casi un ritual. Sin embargo, la vida cotidiana es tan complicada que muchas veces hay que elegir la opción más rápida: una taza de café soluble.
Descuida, beberlo no es ningún crimen. El café soluble se está sofisticando en sus procesos para que las propiedades organolépticas, es decir, su sabor, olor, color y textura, no se pierdan.
En 1901, un químico estadounidense de origen japonés llamado Satori Kato logró patentar el primer proceso para hacer café soluble, el cual consistió prácticamente en lo que hoy se conoce como deshidratación por aspersión.
Con esta innovación, Kato despertó la curiosidad de otros científicos como George Constant Washington, un químico inglés que años más tarde intentó mejorar el descubrimiento de Satori. A pesar de que el sabor no fue muy bueno, tuvo gran acogida por los soldados en la Primera Guerra Mundial.
Después de prueba y error para mejorar el sabor, en 1938 la marca suiza Nestlé comenzó a comercializarlo después de comprar la patente de Satori.
El café soluble sí es café natural. Para elaborarlo se utiliza principalmente café robusta, una de las dos principales variedades de grano en el mundo. Esta variedad, a diferencia del arábica, es más resistente a plagas y puede crecer a menor altura, por lo que no necesita tantos cuidados; incluso el fruto puede durar en el cafeto sin pudrirse un tiempo considerable después de haber madurado.
Debido a estas diferencias, el café robusta se podría considerar un poco más “salvaje”. En cuanto al sabor, el robusta es más amargo y toma menos notas de la tierra, así que no tendrá mucha complejidad en su sabor. También el café robusta tiene más cafeína que el arábica, tómalo en cuenta si tienes alguna cardiopatía.
El café soluble es más a barato en comparación con el café en grano. La clave está en los costos de producción, ya que como mencionamos, el grano robusta no necesita tantos cuidados como el arábica, además de que se produce en grandes lotes, lo que abarata los precios.
Los granos para hacer café soluble deben pasar por un proceso de tostado, molido e infusionado, ya en este punto hay dos métodos de deshidratación para convertirlo en soluble por aspersión o por congelación (también conocido como liofilización).
En ninguno de los dos procesos se añaden químicos, así que el café solo cambia de forma. Dependiendo de la empresa que comercialice el café serán los ingredientes añadidos, que por lo general solo es azúcar, pero también puede ser canela o piloncillo.
Este proceso es prácticamente una liofilización. El café ya molido se prepara como una infusión que congelan hasta -50ºC a gran velocidad; este paso es clave para conservar el olor y el sabor del café intactos. Gracias a esto el agua queda separada en pequeños bloques de hielo que pasan a la sublimación, dejando el café soluble listo para preparar.
En este método las propiedades del café quedan intactas.
De los dos procesos más comunes para hacer café soluble la aspersión es más conocida por tener un costo menor de producción. Consiste en evaporar el agua del café ya infusionado…con el vapor de agua caliente. El secreto está en la altura y la presión. Se realiza en una torre alta y mientras el concentrado va cayendo se evapora el agua haciendo que al final de la caída -o el piso de la torre- solo quede el polvo del café.
A pesar que los puristas de esta bebida no ven muy bien tomar café soluble, ¡no te preocupes! La fortuna de tener una taza de café caliente, rápida y práctica es una ventaja para quienes tienen un ritmo de vida acelerado. El café tiene prácticamente las mismas propiedades, solo se omiten los procesos de preparación más artesanales.