No importa si fuiste a la pollería o te decidiste por ese que hay en el supermercado. Lo importantes es que puedas conservar de la mejor manera ese pollo que compraste y esté listo para preparar platillos deliciosos.
El manejo higiénico es clave para que tu producto se mantenga rico, fresco y de la mejor calidad. Es de las proteínas animales con las que debes tener más cuidado pues es muy fácil que se contamine con bacterias tóxicas, por eso también es importante comerlo bien cocido.
Te dejamos algunos tips infalibles para que este tenga una vida mucho más útil.
Revisa la fecha en la que fue empaquetado y la fecha de caducidad sugerida para que sepas hasta cuándo puedes consumirlo.
También observa el color de la carne, el cual te dará una pista de qué tan fresca está. Sin importar la pieza que compres, fíjate que tenga tonos rosados.
Cuando se echa a perder, el color pasa a ser grisáceo. Ignora los paquetes que tengan alguna pieza con tonos grises.
Asimismo, pon atención al aroma. El pollo no es completamente libre de olores, pero jamás deben ser intensos. Si huele muy fuerte o agrio, déjalo por la paz.
El color de la piel te hablará del tipo de alimentación que tuvo el ave; si es muy amarilla es porque comió maíz, cempasúchil o algún alimento con aditivos de ese tono. Si es más parecido al rosa de la piel quiere decir que fueron puros granos o bajo un modelo orgánico.
Los jugos o líquidos producidos por conservar mal el pollo crudo pueden generar bacterias como la salmonella, el campilobacter y otras, lo que puede enfermarte. No te alarmes, siempre desprenderá líquidos, el secreto está en manejarlo bien para que no se vuelvan peligrosos.
Trátalo con cuidado para que estos jugos no escurran y no toquen otros alimentos sin empaquetar que quizá llevas en tus bolsas del mandado. De igual manera, procura escurrir cuando llegues a casa.
Cuando llegues a casa mete el pollo al refrigerador lo más rápido posible. No lo dejes en el auto o en la bolsa del mandado mientras acomodas toda tu alacena.
Cuando lo hagas, cuida que sus jugos no escurran y entren en contacto con otros alimentos –por aquello de la contaminación y el posible riesgo de enfermedad-. El mejor lugar para guardarlo es en los cajones de hasta abajo.
Si no vas a consumirlo el mismo día que lo compraste, lo mejor es porcionarlo, guardar cada una de las partes en una bolsa de plástico resellable –procura liberar todo el aire dentro de ella- y congelarlas.
Puedes conservar el pollo crudo en el refrigerador solo durante dos días, mientras que en el congelador puede durar hasta nueve meses aunque el sabor y la calidad de la carne disminuirá.
La mejor opción es pasarlo del congelador al refrigerador, pero para que se descongele bien pasarán muchas horas –a veces hasta un día completo-. La ventaja es que este no entrará en contacto con bacterias del ambiente.
Otra buena opción es sumergirlo –en la bolsa donde lo guardaste- en un tazón lleno de agua fría. Cámbiala cada 20 o 30 minutos; con este método, el pollo se descongelará en una o hasta tres horas, dependiendo del tamaño y el grosor de la pieza.
Aunque estés acostumbrado a lavar el pollo, no lo hagas. Hace algunos años, la Agencia de Normas Alimentarias del Reino Unido advirtió que lavar el pollo antes de cocinarlo aumenta el riesgo de propagación de la bacteria campylobacter en las manos, superficies de trabajo, ropa y utensilios a través de la salpicadura de gotas de agua.