Es un lugar común describir la dieta del siglo XVI isabelino como si fuera «aburrida y monótona» porque estaba dominada por los cereales, las alubias y los guisantes y restringida por las reglas del ayuno al que estaba obligada la población que sólo comía pescado o, al menos, evitaban la carne durante casi la mitad del año: dos días a la semana antes de 1550; tres días antes de 1563 y siempre, durante la Pascua.
De hecho, en los días de Shakespeare, la gente común si tenía techo sobre su cabeza y fuego en la cocina, comía alimentos de una gran variedad y eso, sin gastar mucho dinero. Las estaciones daban a los ingleses vegetales, raíces, hierbas, frutas y nueces, muchos de los cuales podían recolectarse en los setos cercanos, en el campo o en los bosques o, mejor todavía, ser cortados en los jardines y en las huertas particulares. En todos estos lugares había plantas y flores listas para ser cocinadas, asadas o para preparar ricas ensaladas.
En el campo, las estaciones los iban proveyendo de diferentes productos: verduras, raíces, hierbas, frutas y nueces. Muchos de estos productos se podían cultivar en sus casas o en las huertas o en los jardines tal como lo podemos leer en un pasaje de A buen fin no hay mal principio, la comedia de Shakespeare:
LAFEU.— Era una buena señora, una mujer digna. Había mil ensaladas que podíamos coger sin dar otra vez con una hierba semejante.
EL BUFÓN.—¡Oh Sí, señor! Era lo que la suave mejorana en una ensalada o sea, la hierba de gracia.
LAFEU.— Esas hierbas no son para una ensalada, estúpido, son aromas para el olfato.
EL BUFÓN.— Bueno, no soy Nabucodonosor el Grande, caballero, para entender tanto de las hierbas. (4. 5. 17-26)
Se comían cualquier parte de cualquier animal que se les cruzara: ojos, trompas, cerebros, pulmones y patas; se comían las narices, los labios y los paladares de becerros y de los bueyes; las mejillas de los toros, las ubres y las lenguas del ganado joven, y las criadillas de los cabritos o de las ovejas. Los caballeros apreciaban las entrañas de los venados que les llevaban por las puertas traseras de la casa principal.
Se comían cualquier parte de cualquier animal que se les cruzara
La carne la guisaban y luego la comían en frío. Por ahí, cuando Hamlet se encuentra el castillo de Elsinore con su amigo Horacio, que le dice que ha venido al funeral de su padre, Hamlet le contesta:
HAMLET.—No te burles de mí, te lo ruego, amigo. Más bien querrás decir a la boda de mi madre.
HORACIO.— Así es mi señor, surgió una cosa después de la otra.
HAMLET.— ¡Hay que ahorrar, Horacio! La carne guisada en el funeral fue un buen entremés para la boda. (1.2. 177-181)
Se comían todos los pájaros del cielo: sisones, garzas, gallos-lira, avetoros, garzas, papamoscas, pichones, alondras, petirrojos y gorriones. Los cuervos se dejaban para los pobres, pero los tordos (zorzales reales) eran saboreados por los «gourmets» en la época de la cosecha, porque para entonces ya los habían engordado con bayas de enebro maduras, lo que le daba a la carne un sabor especial.
Comían pescados, grandes y pequeños, de río o de mar, pero la gente opinaba con mucha seguridad sobre el sabor y la calidad de la carne. Usaban trucos ingeniosos para criar o atrapar aves y mantenían a las aves salvajes enjauladas durante una o dos semanas con el objeto de engordarlas. Se alimentaba a esas aves con un cierto tipo de menta, con romero y con otras hierbas aromáticas para darle sabor a la carne.
A los gallos capones[1] se los engordaba con cebada, fibra de trigo y cerveza de malta de cebada, o, si la economía así lo requería, se les daban semillas de lo que le llamaban cizaña que es un falso trigo, y con hojas y semillas de «melilotus» (un especie de trébol dulce). En esa época, se consideraba que las aves sabían mejor si se las capturaba durante el vuelo.
[1] Capón: pollo castrado que se ceba para comerlo.