Un grupo de amigos hicieron el siguiente juego: ¿En una escala de 100 qué porcentaje le asignas a cada una de las siguientes partes que colaboran al éxito de unas vacaciones: la compañía, el lugar, la comida y la bebida?
Para algunos la compañía durante el viaje era fundamental. Si las cosas no funcionan bien con la o las personas que los acompañan en las vacaciones, la experiencia global, por más bueno que sea todo lo demás será un fracaso.
Para otros, en cambio, cuando con la mejor compañía y en el mejor lugar hay que desayunar, comer y cenar con sabores sosos o repulsivos, soñarán todo el tiempo con unos corn flakes y café con leche en la casa y el viaje perderá un interés muy valioso.
Algunos más piensan que si compañía, comida y lugar funcionan de maravilla, pero que si por alguna razón (como en algunos sitios son las restricciones religiosas o políticas), no pueden abrir el apetito con un gin-tonic, disfrutar de unos pintxos con una buena grappa, acompañar un delicioso bife de chorizo con una buena copa de vino tinto, o gozar de una tarta de higos con chartreuse verde de los monjes cartujos, no vale la pena ni haber empezado el viaje.
Este grupo de amigos decidieron hacer el juego después de los postres del segundo día de vacaciones en Buenavista, en la costa de Guerrero. Inspirados por una jornada espectacular, al principio les costó mucho asignarle a cada uno de los cuatro rubros más del 25 por ciento, ya que todo había fluido de una manera exquisitamente equilibrada.
Filogenéticamente los humanos estamos diseñados para comer y holgazanear
Parece ser que filogenéticamente los seres humanos estamos diseñados para hacer dos cosas en la vida: comer y holgazanear. Para nuestros ancestros más remotos (y así fue durante miles de años más) proveerse de comida era la única actividad a la que le invertían energía y después de eso sólo se abocaban a descansar.
Es decir que si muchos de nosotros nos sentimos proclives a la flojera, tenemos una gran coartada para nuestros críticos: estamos diseñados biológicamente para que así sea. Cualquier avance tecnológico que la humanidad haya logrado, va en contra de un instinto ancestral. Ni qué decir de la ciencia o el arte.
No había mucho más que hacer que dejarse caer en nuestros más ancestrales instintos: comer y holgazanear
Pero como en Buenavista, Guerrero, la naturaleza provee (y hasta en la más sencilla enramada Smíndrides -uno de los más famosos oriundos de Síbari- se sentiría a sus anchas) no había mucho más que hacer que dejarse caer en nuestros más ancestrales instintos: comer (en este caso con muy poco esfuerzo) y holgazanear.
A poco tiempo de empezar el juego, el grupo de amigos dio por indiscutible que la compañía y el lugar eran inobjetables, y pusieron a prueba bebida y comida. Y reflexionaron sobre cómo había transcurrido el día en términos de alimentos y alipuses.
Enseguida después de despertarse, sólo tomaron una taza de café Caracol, 100 por ciento natural orgánico de Ixtapa, Zihuatanejo. Un muy buen café que sorprendió a degustadores expertos.
Para el desayuno, además de mangos, papaya y sandía con granola y yogurt, doña Eufrasia Ortuño preparó huevos rancheros con tortillas del comal. La receta es mucho más sencilla que el sofisticado placer que provocó comerlos en una minimalista terraza junto a un manso Océano Pacífico.
Después del desayuno, y de tanto no hacer nada, y luego descansar, les volvió a dar hambre. Como a la una de la tarde, Eufrasia convidó un ceviche de dorado exquisito que acompañaron con cerveza oscura.
Al preguntarle la receta, respondió con imprecisiones que a fuerza de preguntas pudo aclarar. En su caso parece que la filogenética la hubiera hecho saber hacer ceviche de la misma manera que caminar, por lo que le cuesta dar una respuesta muy clara a la pregunta: ¿Cómo se hace? Éstas fueron sus más precisas indicaciones:
Después de una tarde de caminata por la playa, siesta, dominó, scrabble y agua fresca de tamarindo, la actividad humana que más interés despierta volvió a demandar atención: comer.
Para entonces Doña Eufrasia ya había limpiado un robalo que lo haría a la talla. Todos prestaron atención a cómo lo preparaba en su fogón.
Se hace la brasa y se extiende en el fogón.
Acompañado de guacamole, alioli fato in casa, ensalada de lechuga y un vino blanco muy seco que venía en la maleta comieron el pescado del que sólo quedó el espinazo.
Con la barriga llena y chupando una paleta de limón casi todos repartieron sus 100 puntos en una abrumadora mayoría entre comida y compañía. ¿Será que además de tragones y flojos, filogenéticamente somos sociales y necesitamos buena compañía?
¿Tú cómo repartirías los porcentajes en tu viaje?