Me encanta cocinar.
Así ha sido desde que me acuerdo. El deseo, la idea, los ingredientes, las herramientas, el calor, el frío, los olores, las probaditas para saber cómo va eso que está en la olla, la sartén o la cuchara. Pero hace unos años, cuando realmente hice conciencia de lo importante que era para mí, me di cuenta que lo que más me emocionaba eran esos instantes inmediatos a cuando alguien probaba mi creación.
Normalmente las personas son amables con uno y de una u otra manera te hacen saber que les ha gustado, aunque les parezca sin mérito o de plano les haya parecido horrible. Por eso me fijo en los ojos, ellos no mienten y cuando brillan sonriendo soy feliz. Y cuando no es así, sufro.
Muchos de quienes cocinamos por placer, o por trabajo, encontramos en el hecho creativo una gran felicidad. El traslado de una idea a la realidad sobre un plato, disfrazada de sabor u olor, sensación táctil o imagen llamativa, genera un monto muy grande de satisfacción y orgullo.
Muchos de quienes cocinamos (…) encontramos en el hecho creativo una gran felicidad
Unos pocos, entre quienes no me encuentro, como habrán adivinado tras el primer párrafo, experimentan la felicidad por ese sólo hecho de crear aun estando a solas.
La mayoría, entre quienes se encuentran muchos cocineros profesionales, requieren de ese reconocimiento del otro ante su obra. No en balde libros, programas de televisión, concursos, clases a domicilio, congresos…
Sin embargo no todo es ego. La alegría generada por crear placer y felicidad a través de la comida a otros es lo que mueve a muchos quienes se encuentran tras los fogones o el horno de microondas.
Ya hablábamos en la colaboración anterior del porqué del placer asociado al sabor de la leche materna. Quienes hemos tenido la fortuna y felicidad de alimentar a un bebé, ya sea amamantando o a través de un biberón, habrán experimentado esa reacción de gozo y placer del pequeño comensal ante tan deliciosa y amorosa experiencia.
Me encanta comer.
El comer es, de hecho, una experiencia social. Raras veces comemos a solas, generalmente hay alguien con quien compartimos la mesa o el plato. Cuando no es así, apuramos la comida, el placer no es el mismo si estamos solos (ojo, estoy hablando de comer) y la satisfacción es menor.
El ver a alguien comiendo solo nos mueve a la compasión o a la lástima
El ver a alguien comiendo solo nos mueve a la compasión o a la lástima y nos hace elucubrar historias al respecto de esa extraña soledad. Un estudio hecho en Japón el año pasado con personas mayores que comen a solas, algo cada vez más frecuente, demostró que quienes así lo hacen presentan mayor frecuencia de depresión e infelicidad y su comida es mucho menos variada que quienes comen acompañados.
Otro hallazgo científico interesante, de un par de artículos publicados este mismo año, demostró que la hormona Oxitocina, coloquialmente llamada la “hormona del amor” o del apego, responsable por ejemplo de la estimulación de los senos para la producción de leche o que aumenta considerablemente su concentración en el cerebro tras el parto o el orgasmo, es un potente anorexigénico, es decir, reduce la cantidad de comida que ingerimos y la duración del tiempo que dedicamos a comer.
Daría la impresión que es una especie de regulador energético del cuerpo. Pero no solamente produce eso, aumenta la confianza y reduce el miedo social. Parece estar asociada a las conductas de generosidad y la empatía.
Se me ocurre que el placer y la felicidad que experimentamos al reunirnos a comer con alguien por quien sentimos afecto, tiene que ver con el poder estrechar los lazos emocionales y muy probablemente, aumente el placer y la felicidad obtenidas de la comida misma y nos invite a experimentar con ingredientes o formas nuevas de presentación de los alimentos y reduce la cantidad de comida que ingerimos.
Muchas personas desconocen que el llamar “hogar” a la casa donde vivimos tiene su origen en aquellas viviendas primitivas en las que la familia se reunía en la habitación en donde se encontraba el fuego, la hoguera. Ahí comían y dormían, platicaban y compartían, seguramente algunos hacían el amor.
No es extraño que una de las habitaciones más concurridas de nuestras casas sea la cocina
Hoy no es extraño que una de las habitaciones más concurridas de nuestras casas sea la cocina o el comedor. Donde seguimos compartiendo y estrechando lazos gracias a que ahí se cocina y también se come.
Por último, y regresando al principio de esta columna, agradezcamos a quienes nos han cocinado no sólo como una expresión de urbanidad y buena educación, sino porque nos han hecho felices y, el saberlo, los hará a ellos felices también.
*César Velasco es psiquiatra, terapeuta sexual y de pareja. Además es amante de la comida, de la cultura del vino y cocinero amateur por herencia familiar.