Conozco el mate desde antes de nacer: mis padres son uruguayos muy asiduos a esta bebida, matear siempre fue una forma de acercarse —junto con los asados de carne y el correo— un poco más al país que los exilió. Mis abuelos maternos lo consumían a diario y, aunque no lo recuerdo, hay fotos que lo atestiguan.
El mate sigue rondando mi vida. Hoy, sentado en la plazuela de Montevideo, disfruto cebar y es parte fundamental de mi existencia. Quienes lo toman seguramente coincidirán en que matear es una experiencia espiritual, aunque, para no exagerar, solo se puede decir que es una bebida que ha acompañado a los uruguayos, argentinos y paraguayos desde hace cientos de años, desde antes de la Conquista y, por supuesto, mucho antes del comercio —gracias al cual, hoy en día se puede conseguir «yerba»- en todos lados.
Mate viene del vocablo quechua mati, que quiere decir «calabacita». Los españoles lo usaron para referirse a lo que los guaraníes —aborígenes de lo que hoy es Paraguay— llamaban caiguá —de káa, que significa «yerba», [1] y agua o -gua, un sufijo de procedencia, de modo que caiguá quiere decir: «lo que pertenece a la yerba» o, lo que es lo mismo, «de la yerba».
Por esta confusión, los conquistadores asignaron el nombre mate a la bebida elaborada a partir de la yerba, producto de su infusión. La calabaza utilizada, es decir, el mati, es el fruto de la Lagenaria vulgares, una planta trepadora característica del Cono Sur que se cultivaba para usar sus frutos secos como vasijas, muy parecidas al guaje mexicano. De este recipiente sorbían la infusión con una cañita o bombilla en principio llamada tacuarí, en cuyo extremo se colocaba una semilla ahuecada que serbia de filtro.
En tiempos de la Conquista, la Iglesia Católica prohibió su consumo por considerarla una yerba propia del demonio. Debido al desconocimiento propio de los colonizadores, al mate se le atribuían propiedades estimulantes —incluso, lo tachaban de ser una infusión que usaban los indios para resistir más que ellos—. Y cierto es que las tiene, pero no mayores a las del café o el té. Su sabor amargo proviene de los taninos, la espuma de los glucósidos, así como la acción estimulante de la cafeína. De modo que quienes cebamos mate lo hacemos con todo el conocimiento de su particular sabor, consecuencias sobre el sistema nervioso y original forma de tomarlo.
En su novela Rayuela, Julio Cortázar muestra la manera de cebar mate a través de Horacio Oliveira y La Maga. El autor no se toma el tiempo de definirlo ni de contarnos su historia, simplemente lo retrata como el elemento que acompaña las mañanas, tardes y noches de interminables pláticas de Oliveira con su amante en el París de los años 60.
Termo, mate, yerba, bombilla,[2] galletas, queso y un repasador —trapo— en el bodegón[3] conforman la clásica escena que enmarca el mateo. Claro, si se es uruguayo, porque si se es argentino, chileno, paraguayo o brasileño, es seguro que la escena se transformará —aunque, en el caso de los argentinos, solo cambia en la «pava», es decir, el recipiente de metal en que se matea.
El mate siempre se comparte, es una forma de ritual de interacción —aprovechando la sociología— conocida como mateada. Usualmente se bebe en familia, pero también se hace en el trabajo, en la calle… o donde la ocasión lo permita.
Existen muchos tipos de mates y formas de tomarlo: la versión dulce —de fruta o mezclado con azúcar—, con café o simplemente cocido. Y aunque puede haber otras formas que desconozco es poco probable que así sea, pues sus consumidores parecen ser poco creativos y aventureros para las mezclas.
La yerba se pone en el mate con agua caliente, se ceba —o se sirve— y se bebe con ayuda de la bombilla. Su sabor amargo es lo característico.
Como todo ritual, tomar mate tiene sus normas, por ejemplo: siempre que le pasen un mate, simplemente debe aceptarlo; si al recibirlo dice «gracias» —como sería costumbre en México—, para la siguiente ronda no le tocará turno.
Se dice que el mate se debe circular a la derecha y que el que ceba será el mismo para toda la ronda. Si alguien se «cuelga» con el mate, seguro escuchará: «¡Qué! ¿Le estás enseñando a hablar?» Sin duda, debe de haber infinidad de prácticas más, pero esta es la más común en Uruguay.
Una persona que participe en dos rondas de mate diarias tomaría al año 14 gramos de cafeína, pues cada kilo de yerba contiene, aproximadamente, 2.5 gramos; casi lo mismo que el kilo de café, que contiene 2.6 gramos.
Uruguay es porcentualmente el mayor consumidor de mate en el mundo. Aquí la tradición de tomarlo se considera un factor de identidad nacional, como también lo es para los argentinos. Si bien no es el principal productor de yerba, la importa para luego repartir casi 200 mil kilos a los uruguayos dispersos por todo el globo terráqueo.
El antropólogo uruguayo Daniel Vidart opina lo siguiente: «Tras el ademán litúrgico de preparar, cebar y tomar mate hay una concepción del mundo y de la vida […] el mate vence las tendencias aislacionistas del criollo […] empareja las clases sociales […] Y en todos los tiempos fue el mate el que hizo la rueda y no la rueda la que trajo al mate».
[1]Yerba, escrita con y, es la manera en que los argentinos de Río de la Plata designan a la planta con la que preparan el mate, mientras que hierba designa cualquier planta pequeña de tallo tierno.
[2]La bombilla es el «popote» mediante el cual se bebe el mate.
[3]Es decir, el sitio donde se sirve de comer.