Tienes la nariz congestionada, tus ojos lloran descontroladamente y te duele la cabeza. Cuando te encuentras así, a veces no provoca ni comer.
Pero tarde o temprano te dará hambre.
Cuando eso ocurra, es posible que quieras seguir esos consejos parte de la “sabiduría popular” sobre lo que puedes comer y lo que mejor dejas a un lado. Generalmente los lácteos están en la lista de aquello que debes evitar, según se dice.
Así, muchos piensan que no deberías consumir helados, queso y, especialmente, leche.
La razón para ello no es nada agradable: supuestamente los lácteos incrementan la producción de mucosidades.
Pero ¿es cierto?
La idea de ver un moco nos da asco, pero juega un papel importante en nuestra fisiología.
Las membranas mucosas protegen los tejidos de la irritación o daño en muchas partes del cuerpo, incluyendo la tráquea, los pulmones, el esófago y el estómago.
Así que los mocos son necesarios, pero por supuesto, nadie quiere tenerlos en exceso, especialmente si el resfriado genera una producción extra de los mismos.
La idea de que hay una relación entre el consumo de leche y la producción de moco ha persistido durante siglos.
Se puede encontrar en la medicina tradicional china y en los escritos del doctor Moses Maimonides en el siglo XII.
Un estudio del 2004 reveló que el 58% de las personas creía que era cierto y algunos afirmaban que lo escucharon por primera vez de boca de sus propios médicos.
Y supuestamente ni siquiera hace falta tomar mucha para que los mocos se multipliquen.
Una investigación de 1993 encontró que casi dos tercios de las personas pensaban que si tomaba un solo vaso de leche comenzarían a sentir más mocos en la garganta.
Entre las palabras que usaron para describir lo que se sentía incluían “pegajoso“, “espeso“, “congestionado“, “pesado” y “obstruido“.
Se trata de sensaciones muy diferentes a las que provoca una alergia severa a los lácteos, que un número muy reducido de adultos experimenta, con síntomas muy serios como vómitos, erupciones y dificultad para respirar.
Tampoco es como la intolerancia a estos productos, una condición generada por la ausencia de las enzimas necesarias para digerir la lactosa de la leche, lo cual provoca inflamación del vientre, náuseas o diarrea.
Así que, ¿a qué se debe ese otro efecto que hizo sentir a los sujetos del experimento de 1993 que la leche estaba vinculada a los mocos?
Una forma de verificar si la conexión lácteos-mocos es verdadera es pedirles a personas que tomen una sustancia que puede o no contener leche de vaca, y posteriormente decirles que nos cuenten qué sienten.
Investigadores de un hospital del sur de Australia realizaron un experimento similar. A una parte de un grupo de 125 personas les dieron leche de vaca, mientras que al resto les dieron leche de soya.
Para disimular el sabor -y evitar que detectaran al diferencia- el lácteo fue servido caliente y mezclado con chocolate de menta.
Cuando se les preguntó cuál había sido el efecto que sintieron luego de tomar la bebida, quienes consumieron leche de vaca dijeron que la habían encontrado difícil de tragar, que la saliva se hizo espesa y que sintieron la garganta como recubierta de algo.
Pudiera decirse que la tesis quedaba más que demostrada.
Sin embargo, la respuesta era la misma entre las personas que habían tomado la leche de soya, que era un placebo.
Además, las personas que creían en el vínculo entre la leche y el exceso de mucosidad eran un poco más propensas a detectar estas sensaciones, cualquiera que fuera la bebida que tenían.
Otro elemento a tener en cuenta con este experimento es que los participantes no estaban resfriados.
De modo que, ¿cuál es la respuesta de nuestro organismo ante la leche si ya estamos resfriados? ¿Los lácteos pueden empeorar nuestra situación?
Para responder a estas preguntas los investigadores deliberadamente infectaron a los voluntarios con el virus del resfriado común.
Adicionalmente, les dieron leche para beber y luego les pidieron no sólo registrar los síntomas de congestión, sino recoger sus secreciones nasales y pesarlas.
Este desagradable experimento evidenció que las personas que creían en el vínculo leche y el moco fueron más propensas a decir que tenían síntomas, pero de hecho produjeron la misma cantidad de secreciones que los no creyentes.
La leche no influyó en el volumen de secreciones.
Los anteriores experimentos mostraron que no hay evidencia contundente para afirmar que el consumo de leche provoca exceso de mucosidad.
No obstante, hay algunas personas que se sienten más incómodas, lo que explicaría por qué algunos afirman que hay una relación y otros no.
Posiblemente hay un mecanismo que explique esto, aunque no tenga nada que ver con el moco.
La leche es una emulsión, así que después de mezclarse con saliva, las gotas se agrupan en lo que se conoce como floculación.
Este proceso, que también podría ocurrir con la leche de soya, ya que es también una emulsión, podría cambiar la sensación de la boca de algunas personas, causándoles una sensación en la garganta que los hace pensar que se trata -equivocadamente- de mayor mucosidad.
Lo que no sabemos es por qué esto puede suceder en algunas personas y en otras no.
Sobre la base de lo dicho, la leche en el helado no debe incrementar la producción de moco.
Pero, como es frío, ¿existe el riesgo de empeorar si la persona ya está resfriada? Es poco probable.
Los alimentos que se sirven a temperaturas muy bajas hacen que, inicialmente, tu estómago se sienta frío.
Pero, una vez que los procesos digestivos comienzan a descomponer la comida, empieza a generarse calor y el frío desaparece.
Así que, si tienes un resfriado puedes comer helados y tomar leche. No te curará, pero no hará que tu resfriado sea peor.