El año pasado hubo varios esfuerzos para enfrentar el desperdicio de comida en todo el mundo. Y a pesar de las aplicaciones de comida compartida tipo Tinder, los supermercados que salvan la comida que nadie quiere y las fundaciones con causas sociales que combaten el desperdicio, la cantidad de alimentos que van a parar a la basura sigue aumentando.
La fundación de caridad contra el desperdicio de comida Love Food Hate Waste calcula que solo en Reino Unido se tiran 15 millones de toneladas al año, con 7 millones provenientes de hogares particulares.
En América Latina la situación es aún más alarmante debido a la cantidad de personas que viven en pobreza extrema y sufren de hambre. La FAO calcula que en la región de Latinoamérica se desperdicia hasta el 15 por ciento de los alimentos cada año. Según un artículo de Raúl Benítez, representante regional de la FAO para América Latina y el Caribe: “Con los alimentos que se pierden en la región sólo a nivel de la venta —es decir en supermercados, ferias libres, almacenes y demás puestos de venta— se podría alimentar a más de 30 millones de personas, es decir, al 64 por ciento de quienes sufren hambre en la región”.
Y todo indica que esas cifras no cambiarán pronto. Además de ignorar la cantidad de comida desperdiciada cada año, un nuevo estudio sugiere que existe otra barrera para disminuir el desperdicio: la composta.
La investigación, publicada este martes por economistas agrícolas de la Universidad Estatal de Ohio, descubrieron que la gente tira menos comida cuando tienen educación sobre el impacto ambiental que se genera. Pero si piensan que formará parte de la composta en lugar de ir al vertedero de basura, a la mayoría no le importará la cantidad desperdiciada. Si bien la composta genera beneficios, como nutrir el subsuelo, también genera un costo económico y no es suficiente para frenar el desperdicio de comida.
Así que, mientras piensas que eres un guerrero ecológico por tirar los restos de comida en el bote de reciclaje, podrías ser tan culpable del impacto ambiental como todos los demás.
Los investigadores de la Universidad Estatal de Ohio sacaron sus conclusiones al monitorear a 266 participantes durante una comida. Mientras éstos comían, se les dieron unas tarjetas con información acerca del impacto tanto ambiental como financiero del desperdicio de comida. Entonces se le dijo a la mitad de cada grupo que cualquier resto que quedara en sus platos sería empleado en composta o que iría directo al basurero. Después de la comida, el plato de cada participante fue pesado y se calculó cuánta comida había desperdiciado.
La educación demostró tener el impacto más profundo sobre quienes pensaban que las sobras irían al basurero. Comparado con quienes recibieron tarjetas económicas, los participantes que leyeron sobre el daño ambiental dejaron 77 por ciento menos comida en sus platos. Asimismo estos últimos tenían un 39 por ciento más probabilidades de comer todo. Pero cuando la gente pensaba que sus sobras servirían para hacer composta, la cantidad desechada casi igualó la cantidad dejada por quienes no habían recibido información sobre el daño ambiental del desperdicio de comida.
Danyi Qi, líder autora del estudio, dijo en una conferencia de prensa que reciclar los restos de comida sigue sin proporcionar una solución sustentable para el problema referente al desperdicio de comida. Explicó que: “El problema es que la composta genera costos económicos y sociales, y los legisladores luchan por encontrar formas de restringir el desperdicio sin importar dónde terminan los desperdicios”.
La guerra contra las consecuencias de los desperdicios continúa.