Se estima que los homínidos llevamos cerca de dos millones de años cazando. Los chimpancés —quizá nuestros parientes silvestres más cercanos— se alimentan mayormente de plantas, pero también cazan una gran variedad de animales, para lo cual se organizan en tropas de una manera muy similar a la que lo hacían los neandertales y primeros cromañones.
En la actualidad, en África central es posible ver tropas de chimpancés armados con palos acechando en total silencio a algún nervioso duiker; éstas pueden estar integradas hasta por 20 individuos con un solo líder, y a pesar de que su lenguaje es limitado, todos saben exactamente qué hacer.
La técnica consiste en formar una “red de chimpancés” alrededor de la presa, de manera que al huir de unos, corre directamente hacia otros que la están esperando para emboscarla. Por lo general, la presa es violentamente golpeada para dejarla inmóvil y los chimpancés parecen no tener prisa por sacrificarla y evitar el sufrimiento; el final, como se pueden imaginar, no es nada agradable para el duiker, como tampoco lo es para ninguna presa que cae en las fauces de su depredador.
En la naturaleza, la muerte nunca es en paz; si es por depredación, la agonía puede ser muy intensa y durar minutos u horas; si es por enfermedad, puede durar días o semanas.
Hace unos 279 mil años surgieron las primeras lanzas. Antes de eso la mayor parte de la cacería que proporcionaba proteínas a los neandertales sucedía de manera oportunista y carroñera; en aquel entonces, era más fácil espiar a los depredadores mejor preparados (grandes felinos y cánidos) hasta que lograban capturar a su presa, y entonces se acercaba una tropa de humanos, armados de palos y piedras, para hacerlos huir y robarles el animal que habían cazado.
Con la aparición de las lanzas (puntas afiladas de piedra amarradas a palos), empezó realmente la sofisticación de la cacería, transformándose en arcos y flechas y demás tecnologías que al paso de los milenios permitieron la evolución del hombre hasta llegar a la domesticación animal, y a la agricultura hace 11 mil años.
Tiempo después, de acuerdo con los textos de Eurípides, Acteón siendo el mejor cazador del mundo era devorado por sus propios sabuesos por instrucciones de Artemisa. La curiosidad, o tal vez la irreverencia ante la diosa de la cacería, le costó la vida.
Las historias y mitos sobre los cazadores existen desde que existe el lenguaje. En todas las épocas, menos en la contemporánea, esas historias los glorifican y ungen de poderes sobrenaturales. Con el fin de no caer en mitos y buscando algo de claridad en este texto, propongo dividir la cacería actual en dos grandes rubros: cacería furtiva y cacería sostenible. Usando las definiciones del Diccionario de la Real Academia Española:
Para ampliar un poco los conceptos, la cacería furtiva incluye la cacería que no sigue regulaciones legales o científicas y que tiene consecuencias negativas ante las poblaciones y el hábitat silvestres. La cacería sostenible, en tanto, incluye la que sigue las leyes y considera la opinión científica, y a la cacería de subsistencia realizada de manera tradicional en los territorios propios (o históricos) de la persona o comunidad.
El furtivismo es uno de los grandes motores del cambio climático. Tiene como resultado directo una pérdida constante de la biodiversidad y genera en algunos casos unos pocos pesos para sobrevivir y,en otros, economías enteras y gigantescas mafias, como es el caso de las maderas preciosas y del marfil.
Por ejemplo en Gabón, en el parque nacional Minkébé, hace unos años el ejército encontró cerca de 22 mil cadáveres de elefantes dispersos por la selva. En casi todos los casos habían muerto a causa de ráfagas de balas de rifles automáticos AK-47; los cazadores furtivos sólo tomaron los colmillos usando hachas y motosierras, y abandonaron el resto. Esa matanza acabó con 30% de la población de elefantes selváticos del mundo, generando cerca de mil millones de dólares por la venta del marfil ilegal (mayormente en China), mismos que han sido utilizados para financiar la violenta guerra civil de la vecina República Centroafricana.
No conozco ningún argumento que pueda justificar el furtivismo y, por lo tanto, condeno de la manera más enérgica el comercio ilegal de productos silvestres de origen furtivo (carne, pieles, marfil, madera, plantas).
La cacería sostenible, por el contrario, busca el aprovechamiento a largo plazo de los recursos silvestres con especial énfasis en la conservación de la biodiversidad, generando beneficios para las comunidades locales.
En la actualidad todavía hay millones de personas en el planeta que obtienen sus alimentos directamente de la naturaleza, muchos de ellos por medio de la cacería de subsistencia. En la mayoría de los casos el aprovechamiento se hace de manera respetuosa y tradicional, considerándose a sí mismos parte de la naturaleza y cuidándola lo mejor posible con el fin de mantener el abasto de alimentos (y materiales de construcción, plantas medicinales, ceremoniales) por el mayor tiempo posible.
La cacería científicamente regulada es una herramienta clave del aprovechamiento sustentable que permite realizar acciones de conservación del territorio, de manera autofinanciable, en grandes extensiones de hábitat. En términos generales, lo que se busca es un manejo racional de las especies silvestres que incorpore la información biológica constantemente generada en campo y el conocimiento científico, para aprovechar un número de ejemplares que no perjudique al resto la población. Se realiza en lugares que mantienen sus características naturales y su biodiversidad y, por lo tanto, le da valor a la vocación del suelo, y los resultados son mayores y de largo aliento cuando incluye a las comunidades rurales y a los dueños de la tierra.
De acuerdo con el Fish and Wildlife Service de Estados Unidos, la cacería sustentable en ese país dejó en 2011 38 mil millones de dólares por las actividades de los 13 millones de cazadores activos, conservando, al mismo tiempo, más de 500 mil kilómetros cuadrados de hábitat (un área del tamaño de España).
En el caso de México, el aprovechamiento sustentable y la conservación que realizan los propietarios y poseedores de la tierra —de la mano de biólogos y manejadores— en las Unidades de Manejo para la Conservación de la Vida Silvestre (UMA) abarca más de 300 mil kilómetros cuadrados (17% del territorio nacional) de manera autofinanciable, mientras genera economía sustentable en las comunidades más aisladas del país.
Podrá gustarnos o no la cacería, no lo sé; lo que me queda claro es que en términos biológicos el acto de cazar para comer está arraigado en nuestra genética y en nuestras redes neuronales desde hace dos millones de años, y ha sido y sigue siendo parte de nuestra evolución como especie.
Es hoy en día una de las pocas conexiones reales —más allá del ocio y el disfrute— que mantiene la humanidad con la naturaleza primigenia. Es también una de las poquísimas actividades productivas que, bien desarrollada, tiene muy bajo impacto sobre los recursos naturales y, por lo tanto, la posibilidad de perdurar generación tras generación.
Es evidente que hay muchas cosas por hacer y otras tantas por mejorar en la práctica de la cacería a nivel mundial. No creo que la oposición de sillón, basada mayormente en prejuicios y en la amplia ignorancia sobre el tema, sea de utilidad para nadie.
Si todos los que estamos preocupados por la naturaleza y ansiosos por hacer algo lográramos unir nuestro poder de adquisición dejando de comprar productos de origen no sustentable, es indudable que la producción se adaptaría al mercado. No me refiero a nada radical; al revés, de lo que se trata es de poner de nuestra parte para hacer la diferencia, por ejemplo dejando de comprar productos de origen furtivo.
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Ramón Castellanos es conservacionista de campo; durante los últimos 20 años ha colaborado con ONG y agencias gubernamentales nacionales e internacionales en programas de desarrollo sustentable, monitoreo, conservación y manejo de recursos naturales, vida silvestre y hábitat.
Certificado PADI Divemaster and RescueDiver, piloto de ultraligero, fotógrafo y cinematógrafo de naturaleza. Actualmente colabora con Wildlife Conservation Services.