¿Por qué me fascinan los huevos benedictinos? Por todo. El pan, el huevo pochado –creo fielmente que el huevo benedictino es el huevo tibio del adulto–, la holandesa y el siempre bien recibido cerdo. Esto lo hace un platillo redondo y perfecto, el cual pierde todo el chiste sin alguno de sus componentes.
Sin pan, los benedictinos serían unos huevos tibios con jamón; sin salsa serían un sándwich y sin huevo, pues simplemente pan tostado con jamón y una salsita chistosona. Ahí su encanto.
Me gusta reventar la yema y ver cómo se desparrama por todo el plato mojando el pan; combinar pedazos de pan con lomo o tocino y mojarlos en la holandesa con la yema y acompañarlos con un jugo o un café. Ya sé que soy un cliché.
Y como buen cliché que gusta de comer huevos benedictinos, les comparto los que he comido y sí, están en orden de mis favoritos a los menos favoritos.
Hasta ahora los mejores para mi gusto. Conocí el lugar hace tiempo cuando trabajaba en Animal Gourmet. Ese día el concepto del restaurante me gustó –cambiar de menú cada época del año es un buen reto autoimpuesto– y lo agradable y abierto de Diego Pérez Turner, el chef.
Estos son, por distintas razones mis favoritos, pero el ambiente, la música, el trato y el buen precio del paquete de desayunos hace que sea una buena opción cada fin de semana. Digamos que en el ‘overall’ son los mejores.
Lo más: El cambio del muffin inglés por un scone ligeramente dulce que contrasta tanto en textura como sabor; la salsa holandesa perfecta y aterciopelada. La atención –siempre se agradece ver al chef salir de la cocina y ayudar a servir platillos– y el precio también son un punto a favor. Mención aparte merece el pan dulce de la casa.
Lo menos: El acompañamiento –dos o tres tomatitos cherry ligeramente cocinados– y la yema sobrecocida –a mi gusto, pues las prefiero tiernas–.
Este otro lugar me lo recomendó mi exjefa de Animal Gourmet, así que desde que supe que viajaría a Nueva York lo puse en la lista de los indispensables (junto al Museo de historia Natural, el MoMA y Katz’s Deli –otro lugar donde exhiben imponentes obras de arte hechas con pastrami y pan de centeno-). Era el único comensal con tenis y comí solo, pero estaban muy buenos y tan bien presentados que la mesa de a lado, una pareja de musulmanes, no dudaron en pedirlos y tomarles fotos, como yo.
Lo más: El muffin inglés perfecto, tostado y con buen sabor a mantequlla; salsa holandesa llena de sabor pero ligera y una yema radiante, llena de brillo que se desborda por el plato. El servicio impecable; atento pero no invasivo.
Lo menos: La cuenta de casi 50 dólares –aunque se entiende si tomamos en cuenta que es el restaurante de un hotel–, el lugar que parece un Vips lujoso y la enorme cantidad de papas que acompañan el platillo. Ah sí, que están en otro país.
Este lugar especializado en desayunos, que conocí por mi novia –ama comer tanto como yo– no está nada mal. Es una vieja casona en la Roma con una agradable terraza. Dicen que suele estar muy lleno y a veces hay que esperar bastante por una mesa –nosotros tuvimos suerte–. Para mi gusto tiene el acompañamiento perfecto: un poco de papas y ensalada, que da cierta frescura. Ojo, no es barato, pero vale la por el paquete.
Lo más: El plato es abundate y vasto. La holandesa tiene buen sabor y el pan no está mal, aunque tampoco es mi favorito. El acompañamiento es justo y balanceado: lo acompañan con papas –en poca cantidad– y un poco de ensalada que refresca el platillo.
Lo menos: Es relativamente caro, está en un lugar hipster y si llegas tarde podrías esperar muuucho tiempo.
A este lugar, en una de las avenidas más importantes de Torreón, me llevó mi novia en Navidad 2015. Desde que supe su nombre quise ir –¿qué tragón se resistiría a un lugar llamado La ballena feliz?– y cumplió con lo prometido. Tiene dos sucursales en la misma ciudad pero esta parece la más relajada y agradable; la otra está en una plaza comercial medio escondida.
Lo más: Son abundantes. Bien servidos, con una holandesa picosa hecha con chipotle y los huevos tiernos, justo como me gustan y la papa hash brown que acompañaba el plato.
Lo menos: La salsa estaba picosa –nada malo para mí, pero igual objetable por los expertos– y el servicio medio despistado aunque quizá se debía a que era 24 de diciembre; el ambiete hipster y que está en Torreón, Coahuila, por lo que deberás viajar para probarlos.
Otro lugar que conocí por mi novia –sí, le gusta comer y esa es una de tantas cosas que me gustan de ella–. Está en la Roma y eso lo hace lo suficientemente hipster. El pan de Masa Madre es una de esas cosas hermosas, y lo usan en sus benedictinos que además acompañan con sendas rebanadas de tocino remojado en jarabe de maple –el equivalente gastronómico a imbuir la espada Excalibur con un potente hechizo, si saben a lo que me refiero–.
Lo más: En lugar de jamón o lomo le ponen suculentas y gordas rebanadas de crujiente tocino bañadas en jarabe de maple. La holandesa tiene un poco de chile chipotle y el ya conocido por muchos pan que elaboran en el lugar.
Lo menos: El servicio es lento y parece que les da flojera atenderte. Van solos; no traen acompañamiento, ni una papa o jitomate cherry ni ná de ná.
Los huevos pasan sin pena ni gloria, así que en el ‘overall’ sale con puntos menos por el resto de los aspectos mencionados
Lo más: Los espárragos que acompañaban el platillo –eso sí, con costo extra o hubiera comido papas– y los scones del lugar que son increíbles, especialmente el de chocolate. Los huevos bien y la holandesa espumosa, como dicen que debe ser –aunque eso a mi no me consta aún–. Nada mal pero tampoco memorable.
Lo menos: Exigen propina mínima del 15% si vas en grupo, aunque eso no te lo dicen en ningún momento. Están lejos y debes llegar en taxi o Uber si no tienes auto, y el salmón –mi error por pecar de aventurero– y no es, precisamente, el lugar más barato.
Si la prisa es mucha y el hambre atronadora, esta es la mejor opción. Está cerca de Times Square y del New York Times, por lo que quedaba de paso entre el hotel en que mi novia y yo nos hospedamos y su trabajo. El lugar es el clásico diner gringo, aunque con sillones volteados hacia la ventana, lo que te permite ver a los neoyorkinos correr como desesperados o que te vean comer.
Lo más: Los sirven más rápido de lo que lees esta oración; el lugar es agradable y pintoresco. Ah sí, están en otro país.
Lo menos: El pan duro y chicloso, la salsa holandesa pesada y grasosa y de nuevo: el montón de papas para acompañar el platillo.
Este lugar lo descubrí gracias a mi novia. A ella le gustan los lugares bonitos con buen pan y Ballaró lo cumple a la perfección. Techos altos, mesas de mármol y un buen servicio hace de esta vieja casona un lugar para desayunar, idealmente, en pareja. Eso sí, mi platillo llegó con la salsa cocida, lo que le restó muuuuchos puntos porque vamos: ¿qué es un huevo benedictino con una mala holandesa?
Lo más: El servicio atento, el increíble lugar y el soberbio muffin inglés debajo de un huevo perfectamente pochado.
Lo menos: La salsa holandesa era escasa y estaba cocida encima de los huevos como si fuera una especie de gelatina caliente. Era un huevo encima de otro huevo –quizá dejaron el plato en la salamandra por más tiempo del debido– y el acompañamiento más triste del mundo.