Un grupo de aguerridas mujeres se fueron a la huelga para exigir su derecho a beber chocolate caliente. Encadenadas a sus celdas, estas presidiarias espirituales se artincheraron en contra de la disciplina y de las obligaciones propias de su condición.
Se trata de las monjas bien del convento de Jesús María, ubicado en el antiguo barrio de La Merced de la Ciudad de México. Quienes en contra de los estatutos de su orden, se negaron a rezar sus oraciones diarias si el arzobispo de México no les restituía el recreo diario de beber chocolate para el almuerzo y la merienda. ¡Sopas!
Así que por varias semanas no se escuchó un solo Ave María ni siquiera el Padre Nuestro en la Iglesia donde las monjas solían orar al Altísimo. Suponemos que Dios inspiró la cordura entre la Curia mexicana, así que pronto se dio marcha atrás con la temible ley anti cacao.
Aunque suene descabellado, esta historia es verdadera y ocurrió hace muchos años en el Convento femenino de mayor abolengo en toda América. Esto lo supe después de un recorrido con Jesús Petlacalco un historiador y guía que participa del Seminario de estudios sobre el barrio de La Merced, el cuál organiza unos recorridos fantásticos que todo chilango enamorado de la ciudad debe hacer.
El chocolate siempre estuvo asociado, y justificadamente, al placer. Nada más sabroso que una taza del brebaje espumoso y aromatizado con vainilla y canela. Lo que sucedió es que las monjas lo bebían para contemplar las horas de Dios entre rezos y bordados. Mientras que los libertinos lo usaban para verter pócimas afrodisiacas para hehcizar y seducir a sus amantes. Así que era muy común que la gente timorata encargada de la moral pública lo considerara un alimento que incitaba al pecado, y eso desde luego en las monjas bien de la Nueva España no era bien visto.
Resulta que este convento femenino con tintes de Hotel Boutique, logró su fundación tras recabar los fondos necesarios entre los personajes más encumbrados de su momento. A pesar de que el Arzobispo y Virrey Pedro Moya de Contreras se oponía a esta obra.
Finalmente se ganó su simpatía cuando se enteró por medio de quién sabe quién que una de las futuras monjas era una hija bastarda del mismísimo rey Felipe II. Así que tratándose de una niña de sangre azul no se pudo oponer a esta iniciativa de muchas familias bien, que querían un Convento super para sus queridas niñas. A este llegaban con todo y sirvientas, e incluso en ocasiones la diversión conventual incluía corridas de toros.
Cuentan que a veces los Conventos escondían a las cortesanas favoritas del Rey,y que en alguna ocasión en uno incluso sirvió de lecho para Felipe IV y su reina.