Muchos ya lo intuían, pero ahora unos investigadores en Israel lo confirmaron: los alimentos que hacen engordar a unos apenas afectan a otros. Lo que significa que tal vez sea hora de repensar nuestras dietas.
La doctora Saleyha Ashan participó de un estudio revolucionario en el Instituto Weizman de Tel Aviv para el programa de la BBC “Confía en mí, soy médico” y escribió sobre su experiencia.
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Debo admitir que, como la mayoría de la población, siempre estoy intentando perder peso. Aunque no por razones estéticas.
Padezco síndrome de ovario poliquístico, una enfermedad ligada a desequilibrios hormonales que puede provocar quistes en los ovarios y otros cambios.
Además, hay varios casos en mi familia de diabetes tipo 2, por lo que tengo un riesgo alto de desarrollar diabetes en el futuro.
Suelo cuidarme en las comidas, pero siempre he tenido dificultad para adelgazar, mientras algunas amigas parecen comer todo lo que quieren sin aumentar un gramo.
Y el mes pasado viajé a Israel para un programa de la serie de la BBC “Confía en mí, soy médico” (Trust me, I’m a doctor) con la intención de conocer el trabajo pionero de investigadores del Instituto Weizmann de Ciencia.
Los científicos en este centro monitorean actualmente a mil personas para determinar, hasta el más mínimo detalle, cómo reaccionan individualmente a los alimentos.
Y los primeros resultados de su trabajo son revolucionarios.
Cuando comemos, sube el nivel de glucemia o concentración de glucosa o azúcar en la sangre. Y un factor clave es cuán rápido sucede esto y cuánto tarda nuestro organismo en devolver esos niveles a la normalidad.
Alcanzar constantemente picos altos de azúcar en la sangre puede llevar a diabetes tipo 2 y a que depositemos más grasas, incrementando el riesgo de otras enfermedades.
Los alimentos han sido clasificados tradicionalmente por su impacto en los niveles de glucemia. Los alimentos con un índice glicémico alto, IG, son considerados más dañinos que aquellos con un IG bajo.
Todo nutricionista dirá esto.
Pero los científicos Eran Segal y Eran Elinav señalan que no es una afirmación del todo correcta.
El equipo israelí no solo midió mis estadísticas vitales y evaluó mi historia médica, también implantó un pequeño monitor de glucosa bajo mi piel, para medir constantemente los niveles de azúcar sanguíneo durante una semana.
Y los expertos en nutrición del equipo me prepararon menús diferentes durante seis días para medir la respuesta de mi organismo a una variedad de alimentos.
Soy médica en un servicio de emergencia, lo que indudablemente influye en mi dieta. Correr constantemente y trabajar en todo tipo de horarios significa que como en forma errática y dependo muchas veces de la cafetería del hospital.
Nunca como pan, pero sé que algunas personas prácticamente subsisten en base a sándwiches.
Amo las uvas, son mi comida rápida de preferencia. Y me encanta el sushi. Y gracias al estudio en Israel tuve finalmente oportunidad de saber qué efecto tienen estos alimentos en mi cuerpo.
Otros factores además de la dieta también afectan los niveles de azúcar en la sangre, como el estrés, el ejercicio y las horas de sueño, por lo que Elinav y sus colegas me hicieron registrar a través de una aplicación en un teléfono cada una de mis actividades del día.
Y algo crucial fue que al mismo tiempo monitorearon a otra voluntaria, Leila, de mi misma edad.
Durante una semana, Leila y yo comimos juntas y compartimos nuestras actividades. Fuimos a los mismos restaurantes e incluso pesamos nuestras porciones para asegurarnos de que eran lo más similares posible.
Los libros de texto en nutrición indican que nuestros organismos deberían responder en formas parecidas. Pero los investigadores israelíes ya sospechaban que esto no sería así.
Dos semanas después, cuando recibimos los resultados de los tests, me quedé estupefacta. Prácticamente todos mis alimentos “saludables”, como las uvas y el sushi, me causaron picos glicémicos tan grandes como el cereal y un sándwich de pollo.
Y entre los alimentos que menor impacto tuvieron en mi azúcar sanguíneo estaban el chocolate, el helado y una gaseosa.
En el caso de Leila, los resultados fueron muy diferentes. La pasta era mala para mí, pero buena para ella. El yogur era bueno para mí y malo para ella, y nuestras respuestas al pan y la mantequilla fueron diametralmente opuestas.
Nadie pensó en el pasado que la respuesta de dos individuos podía ser tan diferente, simplemente porque jamás se había hecho un estudio tan detallado y tan amplio como el de los investigadores israelíes.
No existen entonces, según parece, alimentos de índice glicémico alto o bajo, esto depende enteramente de nuestro organismo. ¿Pero por qué existe tanta variación de una persona a otra?
La respuesta de los científicos israelíes podría tener consecuencias cruciales.
Los científicos también analizaron muestras de nuestras materias fecales, para determinar nuestros microbios intestinales.
Todos tenemos en nuestro organismo miles de diferentes bacterias, virus y otros microorganismos que no sólo ayudan a digerir los alimentos sino que producen compuestos que influyen en casi todos los aspectos de la vida, desde el sistema inmune al metabolismo y los neurotransmisores.
Elinav y Segal me aseguraron, sin embargo, que siguiendo una dieta a base de los alimentos preferidos por mis bacterias podré cambiar su composición. Y esto tendrá consecuencias positivas en mi salud en general.
Así que con una lista de estos alimentos en mano me embarco ahora en la segunda fase del estudio, para determinar si efectivamente puedo cambiar mis propios microbios.
Mis resultados muestran que si bien tengo niveles equilibrados de dos grandes grupos de bacterias, carezco casi completamente de un tercero, que parece jugar un papel clave en el control del peso.
El mes siguiente estaré enviando pequeñas muestras fecales a Israel para que sean analizadas.
Los investigadores del Instituto Weizmann realizan ahora un estudio de un año para determinar cómo podemos mejorar nuestros ecosistemas de microbios.
El sueño de los científicos es que un día, cualquier persona, en cualquier parte del mundo, pueda enviarles una pequeña muestra de sus heces y sin necesidad de monitorear niveles de glucosa sea posible diseñarles una dieta personalizada que no sólo estabilizará su glucemia sino que mejorará la diversidad de sus microbios.
Para estos expertos, la actual epidemia de obesidad y diabetes en muchos países demuestra que debemos repensar nuestra relación con los alimentos.
Si están en lo correcto, esto significará que hasta ahora hemos entendido en una forma completamente errónea el impacto de la comida en nuestro organismo.
Así que, mientras devoro una barra de chocolate y una cucharada de helado (aunque los investigadores insisten en que una dieta balanceada sigue siendo lo mejor), espero saber pronto si estos alimentos pueden ayudarme a estar más saludable y perder peso.