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Un ‘road trip’ gastronómico por la Baja (Parte II)

Por Animal Gourmet

Despertamos en El Rosario, Baja California, y ya el ambiente desértico se respira entre nosotros. Nos lanzamos a Mama Espinosas, lugar típico para desayunar en esta zona, en la cual te ves inmerso en la tradición de la carrera Baja 1000, con sus paredes llenas de fotografías de héroes motociclistas de estas y otras épocas. Aquí hay que echar el ya clásico burrito de machaca, especialidad del lugar. Es una machaca medio prensada, con la tortilla harinosa y sabrosa, ¡norteña para no decir más!

(Da click aquí para leer la primera parte del recorrido culinario por la Baja)

Los burritos de machaca de Mamá Espinosa son famosos en El Rosario. // Foto: Hernan Cobo

Los burritos de machaca de Mamá Espinosa son famosos en El Rosario. // Foto: Hernan Cobo

Nos damos una vuelta por El Rosario para conocer el pueblo antes de continuar rumbo al sur. Este es un punto importante de la zona ya que es la entrada al gran desierto central de Baja California Norte. Por aquí han pasado autos y motos, recorridos de la Baja 1000 y muchos cotorreos más; hay tanto por lo que uno debería estar aquí que lo que faltará entonces es sólo vida.

Hay tanto por lo que uno debería estar aquí que lo que faltará entonces es sólo vida.

Rumbo al desierto se desciende de El Rosario por una zona serrana y sólo pienso en los chiles serranos rellenos de machaca de camarón, los cuales van clavados en lo más fresco de la hielera. La machaca la preparamos ayer en El Rosario con camarones de San Quintín y ahora nos encontramos en el corazón del desierto, en el Valle de los Cirios, toreando los chiles con nuestra incondicional estufa y rodeados por las más increíbles formaciones cactáceas. Sabrosa la botana.

Aquí, en el Valle de los Cirios, es donde nos sentimos inmersos en esta gran aventura. El paisaje se vuelve una locura, hay inmensas rocas por todos lados, los cirios te vigilan por cualquier flanco y se respira un desierto de misterioso encanto.

El cirio que por todos lados te mira es un cactus milenario característico de la zona y de algunas partes de Sonora, el cual toma formas caprichosas y alturas inimaginables. El chiste aquí es encontrar el de la forma más cotorra, entre los miles que el horizonte permite ver, parar de inmediato y tomarte una foto. Al menos eso nos entretuvo un rato mientras atravesábamos el corazón de la Baja California.

De pronto entre curvas desérticas, ya sobre la carretera que nos llevaría a Bahía de los Ángeles, se asoma nuestro Mar de Cortés; grandioso azul profundo que trasmite vida y sueños. Las curvas desérticas te llevan hacia otro lado y el mar desaparece como si fuera un oasis de alucine, revelándose de pronto frente a nosotros nuevamente este mar que, bendita sea la vida, es nuestro.

…de pronto frente a nosotros nuevamente este mar que, ¡bendita sea la vida!, es nuestro

Llegando a Bahía de los Ángeles nos instalamos en unas cabañas a la orilla del mar, y sucede que topamos con un bato buena onda de nombre James, flamante pescador de California, quizá San Diego o tal vez San Francisco; de esas almas libres que no han sido presa de todo el bombardeo de desinformación que sobre México emiten los medios de Estados Unidos.  Maneja una camioneta, su embarcación remolcada y lleva dos días pescando.

Hoy fue un excelente día de pesca, nos comenta un James que se le ve más feliz que asoleado. La gran noticia es que resulta que pescó de más, por lo que nos ofrece compartir jurel, su pesca del día. Este pez es muy sabroso sobre todo si se come crudo, con unas tostadas, algo de limón, salsita de chile, aguacate y vámonos, pa’ dentro.

Esta fue la primera experiencia de algo que yo tenía muchas ganas de hacer, cocinar a la orilla del Mar de Cortés, la pesca del día (aunque fuera ajena), en un ambiente rústico, con la tabla para picar y el cuchillo, una estufa de camping, lámpara en la cabeza, un sofrito de cebolla y chile serrano. Buenísima experiencia.

James compartió la pesca del día; unas tortillas, cebolla, chiles serranos toreados, limón y pa'dentro. // Foto: Hernán Cobo

James compartió la pesca del día; unas tortillas, cebolla, chiles serranos toreados, limón y pa’dentro. // Foto: Hernán Cobo

Está tan suave toda la onda de Bahía de los Ángeles que decidimos quedarnos un día más y explorar sus playas. La pasamos bien recorriendo toda la costa, aunque fue la primera vez en mi vida que realmente he deseado tener una embarcación para navegar por todos los alrededores. Es tan lindo este paraíso que quieres estar en todos lados, llegar a esa isla lejana y disfrutar de todo lo que haya por ahí, dispuesto a ser explorado.

Seguimos avanzando hacia el sur, incorporándonos nuevamente a la Carretera Nacional No. 1 y a todo este desierto que me recuerda las tierras de mi Coahuila querida. Cruzamos a Baja California Sur, aunque para mi este territorio es sólo uno, y vamos andando ya en dirección a Santa Rosalía donde nuevamente conectamos con el mar en dirección a Mulegé.

Cruzamos a Baja California Sur, aunque para mi este territorio es sólo uno

Este recorrido trascurre en parte a la orilla del mar, y es de esos momentos en donde toda la tranquilidad en el ambiente te hacen sentir en paz, mientras los últimos rayos de sol se van escondiendo por las montañas que se quedan atrás y eso no importa, porque adelante está Mulegé.

Mulegé es un pueblo a la orilla del Mar de Cortés, en donde se puede hacer base para desde aquí explorar toda la zona de Bahía Concepción, una de las más bellas de nuestro país, sobre todo por que sus playas son de un mar sereno. El desierto siempre está a tu lado y se puede explorar cada rincón; te puedes perder por todos sus espacios haciendo el mayor esfuerzo para no hacer nada y simplemente viviendo el momento, gozando la aventura.

Las personas de mar, el costeño mexicano, es un bato a todo dar, gente de gran armonía y de puro cotorreo. He tenido la dicha de convivir con costeños en todas las costas de nuestra República y pienso de ellos pura sabrosura. Alejandro es así. Pescador de la Baja California con una panga al puro centavo y que a las 6:00 am nos cita en un pequeño muelle para llevarnos a pescar.

Las personas de mar, el costeño mexicano, gente de gran armonía y de puro cotorreo

Primero vamos sobres la carnada, unas sardinas. El amanecer nos vigila a lo lejos mientras entramos a este pedazo de mar, inmenso hacedor de sueños que a esta hora palpita tranquilo.

Ya con las sardinas en mano, a las primeras de sol, nos metemos mar adentro buscando presa, y poco tiempo pasa para que la vida marina de este grandioso lugar se empiece a manifestar, criaturas mágicas de este nuestro Mar de Cortés.

Durante la pesca en panga, tres ballenas y 20 delfines nos acompañaron. // Foto: Hernán Cobo

Durante la pesca en panga, tres ballenas y 20 delfines nos acompañaron. // Foto: Hernán Cobo

Primero fueron tres ballenas, una de ellas se sumergió muy cerca, luego alrededor de veinte delfines nadando pegaditos a la panga. Vimos también rayas voladoras, tortugas caguamas y otras especies que se asoman para enseñarnos su grandeza. De pronto, lo que más me impresionó. Muy cerca de nosotros pasó pegando brincos un elegante marlín, voló cinco veces, cinco estampas de finura suficientes para dejar este momento para siempre en mi memoria -¡qué figurín!-, una pasada realmente.

Luego a ponernos el overol. Recuerdo haber pescado troleando una sola vez en mi vida por lo que, como buen hombre del desierto, abunda la inexperiencia, la falta de conocimiento respecto a la mar y hasta cierta torpeza. No obstante estaba muy entusiasmado. Me metí de lleno, le pedí consejo a Alejandro, quien  dijo: “busca movimiento en la superficie, espuma, brillo, anormal oleaje o cualquier otra cosa que te haga pensar que por ahí algo se asoma”.

Y así anduve atento observando el horizonte, sentado al filo de la enorme hielera de Alejandro, donde horas después reposaría la carne fileteada de un pez vela de 60 kilos.

Acá puedes leer la primera parte de la bitácora gastronómica de Hernán Cobo