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Fanny y Alexander, a veces la vida puede ser un trago amargo

Por Mariana Toledano

El restaurante de Gustav Ekdhal se situaba en Estocolmo. El propietario pertenecía a una de las respetables familias burguesas de Suecia que tenían aficiones múltiples, pues además del restaurante elegante, el hermano Oskar era el dueño del teatro de la  ciudad. Todos los años, al bajar el telón después de la pastorela, Gustav ofrecía un banquete para los actores de la compañía de su hermano y el mismo acudía a servirlo.

Desde siempre era tradición ir a comer a casa de la madre, en donde un ejercito de doncellas y cocineras esperaban el momento de recibir a toda la familia y comer al calor de la cocina. En esa, como en otras fechas de celebración, todos se sentaban a la mesa sin distinciones.

Así que las cocineras preparaban con esmero la cena unas horas antes y la disponían en un bello bufet: arenques marinados, aromatizados al eneldo, mariscos en gelatina con salsa cremosa de hierbas, cabeza de cerdo asada al horno, ensalada con guisantes y espárragos, el “ojo de sol” preparado con anchoas y papas cocidas, huevos rellenos, albondigas de carne, también preparaban el platillo de carne creado por el actor Lindström con pepinos y remolacha en vinagre, y las papas gratinadas. Había también recetas a la francesa, como el pavo relleno y desde luego gravet laks elaborado con el salmón de Noruega.

No solamente se servían platos salados, las cocineras se esmeraban en preparar muchas especialidades dulces con los últimos ingredientes frescos de la región cosechados antes de la entrada del crudo invierno. Así que con mucho cuidado escondían en paja las últimas manzanas verdes de los árboles en la zona más fría de la casa, donde se iban madurando lentamente para dar una sorpresa a los convidados a la cena de Navidad que veían cómo éstas adornaban mesas y candelabros.

Lo mismo se hacía con algunas frutas que llegaban desde Hamburgo como los racimos de uvas y los melocotones de Austria. Del horno sacaban sendas trenzas de pan con azúcar y almendras, las tortitas de pastiflora y otras rellenas de queso que se comían con jalea de grosellas y salsa de vainilla.

Todos disfrutaban de la comida, de la plática entre ellos y los chismes, y desde luego de los placeres de alcoba que se aderezaban con especialidades traídas por el señor Ekdhal de su restaurante. Él tenía afición por las muchachas jóvenes del servicio de la casa de su madre. Y en esa Navidad conqueteó con una de curvas antojables. Así que la sedujo con ostras y champaña antes de hacerle el amor y prometerle una cafetería donde él sería el inversionista y ella la encargada. De regreso en su casa se sentía tan mal, entre la fatiga corporal y el sin sabor de la infidelidad, que sólo pudo pedir un poco de Coñac. Lo cuál lo reanimó para hacerle el amor a su mujer y después desayunar sandwiches de queso y una cerveza obscura.

En la casa materna desayunarían los otros hermanos con sus familias: un poco de café, chocolate caliente y rebanadas de Kougelof horneado la noche anterior. Todo antes de partir a la misa de gallo.

A los pocos días la comida familiar se repetiría, pero por razones trágicas: Oskar moriría en un ensayo del Hamlet, dejando a dos niños huérfanos. Al terminar los oficios en la catedral de la ciudad todos se reunirían en la casa materna a una triste comida, que sin embargo fue preparada para agazajar a todos los invitados bajo el lema de “las penas con pan, son menos.” Y Gustav llevó al cuarteto de cuerdas de su restaurante para amenizar con música trágica.

La pobre viuda cayó en las garras de un ambicioso sacerdote, quien la desposó meses más tarde. Se trataba de un pastor luterano que vivía en una austera abadía acompañado de sus hermanas y una tía gorda y enferma. Por disposición suya el día de la boda no se celebró ningún banquete. La familia Ekdhal vió partir a la mujer con sus dos hijos y el nuevo marido.

Al llegar al nuevo hogar hubo una sencilla comida preparada con poca gracia por la cocinera del lugar. A partir de ese momento, los niños descenderían a los infiernos del maltrato, el abandono y la mala comida. Hasta que su madre sojuzgada urdió un plan en complicidad con un amigo de la familia y logró liberar a sus hijos de esa jaula de austeridad y rigor para devolverlos con la familia Ekdhal.

Ella también regresó después de quedar nuevamente viuda tras un accidente calculado. Y dio a luz a una pequeña niña que nació al mismo tiempo que la hija bastarda de Gustav. Así que todos se reunieron para comer y festejar el bautizo de las dos pequeñas.

Conmovido por el reencuentro familiar y por el nacimiento de su hija, Gustav dedicó a su familia unas palabras llenas de filosofía mundana, pero que resumen los pensamientos de un simple restaurantero aficionado a la buena comida, los vinos y el Coñac: “hay gente que se ocupa de las grandes cosas. Nosotros no. Sólo pedimos: déjenos ser amables, afectuosos… Nos gusta la buena comida, las flores y las cosas bellas. Así es como soportamos el drama de la existencia.”

¿No son palabras sabias? Si quieren conocer a esta familia y a los dos sobrinos de Gustav llamados Fanny y Alexander vengan este jueves a nuestro Festival Exuberante en el Jolgorio Cibeles. Será una magnífica pre posada con la mejor receta de pavo relleno de castañas del mundo que preparaba mi abuela en las navidades.

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