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Vino al estilo Jalisco

Por Mariana Toledano

Conocí a Carlos Valenzuela —cofundador de #Fevino— cuando inició el verano de 2009. Faltaban unos meses para que abriéramos La Lomita. El Valle de esos ayeres era muy distinto al actual. Sus vías de comunicación y acceso eran más bien rudimentarias; débil señal, letreros variopintos que se contradecían entre si, sus caminos polvosos, eran sólo un puñado de vinícolas las que ofrecían degustaciones formales y muy pocos los que se aventuraban a visitarlo. ¿Restaurantes? Laja y … Laja.  Otras sus formas, otro su diálogo.

Recibí una llamada telefónica —sí, en aquel entonces aun se usaba ese artefacto—, palabras más palabras menos dijeron ser un grupo de entusiastas del vino mexicano con muchas ganas de conocer el nuevo proyecto vitivinícola del Valle. Procedentes de la perla tapatía, jóvenes todos, excéntricos pero no demasiado. Uno de ellos con bigotes de Dalí, otra de voz ronca que gritaba al hablar, Carlos (el guía) con una cámara profesional que no paraba de hacer click, nos sentamos y probamos vinos.

Alrededor de la que en aquel entonces era nuestra flamantemente mesa de degustación, crecía la charla y aumentaban las coincidencias. Escuchábamos la misma música, el mismo cine, nos preocupaban las mismas cosas. Hablábamos del mundo pero también del Valle. De aquel Valle que ya no existe. Al descorcharse una botella todo era silencio; el protocolo, los buenos modales.

El enólogo dictaba entonces el camino a seguir y todos obedecíamos respetando el valor de la bebida milenaria contenida en nuestras copas.  Fue un buen rato de comunión. Sin conocernos nos hicimos grandes amigos con la misma rapidez que pasa el tiempo por estos rumbos.

Habría que preguntarle a ellos, pero para mí al menos en mi muy humilde opinión; esa tarde nació #Fevino. 

En el vino la forma es fondo y el protocolo es cultura. Lo que hace distinto a este festival de cualquier otro en el país es que quien lo organiza es fan del vino. Auténtico aficionado. Le gusta tomarlo. Le sabe pues. #Fevino, a diferencia de otros no es el pretexto para promover un destino, tampoco la idea genial para rellenar de contenido la temporada baja de algún resort o el gancho para atraer el ¨glamour¨ de los chefs de moda.

El #Fevino es una genuina comunión en torno al vino donde un grupo de tapatíos se encargan de hacer acopio de las condiciones necesarias para que el ritual se consume. Lo más genial del asunto es que hay gente para ello. Que digo hay, ¡abunda!

El éxito del festival es descomunal. Su mayor acierto es el de romper de cuajo con los dos mitos de los festivales de vino. Uno, la presunción. Dos, la cantina. Es curioso pero en sus dos ediciones he visto gente interesada, preguntona pero todo con un genuino interés por aprender sobre aquello que se están tomando. Eso y nada más. Sin presunción ni poses.

Más curioso aún es que en esas mismas dos ediciones no me ha tocado ver borrachitos —que seguro los hay pero no son la norma—. Van familias. Gente joven y no tanto que en su mayoría tienen el criterio y educación suficientes para hacer mutis antes de ser protagonistas de algún desfiguro.

En resumen, ahora que se viene la tercera edición, no nos queda más que esperar a que las expectativas se refrenden. En manos del Piwi (Carlos el tapatío de la cámara veloz del 2009) y Alejandro, su socio, sospecho que nos volveremos a llevar una grata sorpresa.

Que así sea.

*Fernando Pérez Castro es propietario de La Lomita y Finca la Carrodilla, síguelo en redes en @Lomitamx y @fernandoperezcastros.

@lomitamx