Escribir esta nota es quizá una de las pieza más importante que he hecho sobre el festival. O al menos así lo siento, es la oportunidad de transmitir la importancia de hacer un evento como éste.
A los que hemos tenido la fortuna de ir a una bodega –sobre todo a una mexicana– y más cuando hemos llevado gente en su primer visita, no se nos olvida la cara cuando ‘les cae el veinte’.
Algunos están muy cool en bodegas exquisitas como Casa de Piedra, Viñas de Garza o Lomita, esperando la llegada del propietario –imaginándolo con pantalones de lino y gasné– cuando para su sorpresa llega un tipo alto, canoso, de piel curtida al sol calzado en huaraches, lo mismo que un norteñazo con acento regio y sonrisa de oreja a oreja, o un chamaco en playera de rayas con gorra de colores estridentes. Para la sorpresa de nuestro amigo –el visitante neófito– es él a quien esperan, es el propietario, el winemaker.
Al principio casi sin creer, van escuchando la historia de cómo decidieron comenzar la –heroica– tarea de hacer vino, cómo se plantó el viñedo, sus cuidados; cuando sin advertencia alguna, caen. Entienden.
De estas historias puedo contar un par de docenas –exactamente las mismas que me ha tocado llevar gente al Valle de Guadalupe. Y es que acá en nuestro rincón de ciudad es fácil imaginar que quien hace el vino debe ser un poco más serio, protocolario y quizás ‘estirado’ que la persona que nos lo sirve habitualmente en un restaurante.
Pero es cuando conocemos a las personas que están detrás, que podemos agregar una nueva dimensión a nuestra experiencia del vino. Al agregar el factor sencillez a la mezcla, ésta se vuelve mucho más sublime.
No olvido la cara de personas que escuchan por primera vez a cualquiera de nuestros productores, especialmente a los grandes apasionados como Víctor Torres o José Luis Durand; a los que se van descubriendo poco a poco como el Ing. Escalante; a los irreverentes como Pau Pijoan; a los empresarios como Hans Backhoff; a los alternativos como Tito Rubio, Andrés Blanco y Víctor Moreno…
La cara es la misma, de un entendimiento y un respeto profundo por lo que hacen, por cómo lo hacen y por el producto final. En ese momento se rompe el ‘vicio’ del vino y comienza su virtud. Es entonces cuando lo comenzamos a tomar un poco como bebida y un tanto como tributo a esta banda que se debe al campo y al clima.
Ahora, México es un país con una aún pequeña industria de vino, estamos tal vez en los últimos momentos en que podamos conocer personalmente a sus principales actores, a quienes son los generadores de las escuelas (de pensamiento) enológicas sobre las que se fundamentará el futuro del vino mexicano.
Estamos en un momento privilegiado en el que podemos entender el verdadero colorido, variedad y calidad del vino a través de sus productores. Tal vez uno de los últimos momentos para hacerlo, debido a que la demanda del campo, eventos en todo el país y fuera de él es cada vez mayor y nuestros amigos productores estarán cada vez más ocupados.
#FEVINO para mí es poder brindar la oportunidad de conocer a esta gente en un ambiente lo más parecido al suyo posible. El festival es la oportunidad para los que nos gusta el vino, de agregarle capas a la experiencia. Es también la oportunidad de hacer grandes amigos, amigos que tienen bodega, que producen vino. Y esos nunca están de más.
La información.
Este año el cartel #FEVINO hace referencia directa a dos de los grandes eventos musicales, rindiendo homenaje a las bodegas como centro de atención del evento.
En la parte inferior hay una silueta de los cerros que rodean a San Antonio de las Minas y Valle de Guadalupe y en el fondo se ve una sola constelación en el cielo, un orgulloso productor levantando un racimo de uva –nuestro símbolo desde la primer edición del festival—.
Sitio web: www.fevino.mx
Twitter: @FEVINOMX
Facebook: Fevino El Festival del Vino Mexicano