La mesa está puesta cuando llegas. Sobre un delicado mantel, la vajilla espera en silencio a los comensales. Pero algo está vivo en las piezas que la componen. Un gran pez nada entre un grupo de fuentes. Un delicado flamenco rosa muestra su perfil entre el plato sopero y el plato bajo. Y en el fondo de uno de los cuencos aparecen cuatro pequeños huevos en un nido. No deliras. La naturaleza ha invadido la vajilla.
La autora de estas delicadas piezas es Nuria Blanco, una artista madrileña que trabaja todos los palos: dibujo, grabado, pintura y fotografía. En su curriculum cuenta con diversos premios y confiesa no haber dejado de experimentar y de realizar exposiciones individuales y colectivas desde que finalizó sus estudios de Bellas Artes y de Técnico Superior de Grabado y Estampación.
Sin decantarse por ningún arte en particular, ahora está centrada en la cerámica «pero siempre recurro a las demás disciplinas; de hecho en mis piezas el dibujo y la pintura son los protagonistas. No soy ceramista, soy una artista que dibuja en cerámica como si fuera un papel», explica a Yorokobu.
En manos de Nuria Blanco, los platos, fuentes y demás piezas que componen sus vajillas se convierten en pequeños fotogramas por los que vemos asomarse peces, aves, hojas secas, ramas, flores, chimpancés, canguros, nidos… Pero también ojos, senos y labios. «La naturaleza es una fuente de inspiración en mis piezas, como todo lo que me rodea. Las formas intentan adaptarse a las vajillas. La naturaleza es una fuente de inspiración inagotable y sorprendente, nunca te cansa», aclara la artista.
Su estilo, define ella misma, es «intuitivo y sensible». Reconoce como maestros a sus profesores en su época universitaria y de la escuela. Al fin y al cabo, fueron ellos quienes le enseñaron todas las técnicas que le permiten expresar lo que quiere. Pero los artistas que más la inspiran son Louise Borgeus, Kiki Smith «y sin duda, Picasso».
Para realizar estas pequeñas obras de arte, encarga las vajillas a una fábrica pero es ella misma quien las dibuja, esmalta y cuece, salvo algunas piezas más especiales y de edición limitada, realizadas en su totalidad por ella misma.
Mientras tanto, una pequeña ardilla trata de trepar por una taza. La comida ha terminado. Es la hora del café.