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Talavera poblana, 400 años de tradición y cultura en cerámica

Por Mariana Toledano

La experiencia de comer chiles en nogada, mole o chalupas es distinta si se hace en una vajilla de talavera que en platos de otro material. Desde hace más de 400 años, la talavera ha dado vida y color a las ciudades del estado de Puebla y por supuesto, a sus cocinas y mesas.

La gastronomía y el arte, han crecido de la mano dotando de un valor cultural muy importante a esta ciudad custodiada por ángeles. Durante el siglo XVI, en la ciudad de Puebla se establecieron talleres alfareros de loza blanca y azulejo que buscaban imitar las producciones de Talavera de la Reina, en Toledo, España.

Gracias a la arcilla de buena calidad que abunda en la región y a la destreza de los artesanos, al poco tiempo de su fundación, la ciudad de Puebla fue reconocida por su producción de cerámica fina. Pronto, el resto del estado adoptó la técnica y los conventos, iglesias y casonas fueron decorados con el trabajo de los artesanos.

Además de esto, se fabricaron utensilios, ornamentos y vallijas que acompañaron de maravilla a la deliciosa cocina de la región.

La mezcla de los diseños locales y las influencias española, italiana, morisca y china, dieron como resultado la Talavera Poblana. Su decorado se basaba en flores, plumas, animales y paisajes, y el color azul se destinó a las piezas más costosas debido al alto precio del mineral con el que se produce.

Debido a su complejidad y gran calidad, esta técnica fue reconocida bajo la Denominación de Origen en 1995 para garantizar su protección legal contra manufacturas similares realizadas de manera apócrifa.

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La Talavera Poblana es tan valorada que está protegida bajo denominación de origen desde 1995. // Foto: Mariana Toledano

La producción de la Talavera Poblana 

La manera en la que se elabora la talavera es muy similar a cómo se hacía en la época colonial. Se emplean dos tipos de barro, uno negro y el otro blanco, los cuales se combinan en partes iguales.

La mezcla se pasa por un tamiz para limpiarlo y depositarlo en tinas de sedimentación. Luego se elimina el agua, de modo que este proceso de maduración sirva para mejorar la calidad y plasticidad del barro. 

Hecho esto, “se pisa”, es decir, se amasa caminando sobre él para que quede uniforme y se almacena en bloques. La producción se lleva al torno donde se colocan moldes y sobre ellos las placas de barro.

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Una vez que las piezas están listas, se guardan en espacios sin ventilación durante mucho tiempo para que el secado sea lento. Cuando está listo, se realiza la primera horneada de cerca de 10 horas. 

Luego de esto, se aplica por inmersión el esmalte blanco de estaño y plomo que servirá de base para la decoración. Se seleccionan los diseños y se marcan con lápiz en la pieza. Los colores se preparan con pigmentos minerales cuyos colores crudos son mucho más claros que el acabado final.

Por último, se hornea por segunda vez para que los pigmentos sellen y adquieran su característico color, brillo y relieve. 

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Los pigmentos de la talavera adquieren su característico color una vez que se hornean. // Foto: Mariana Toledano