De marzo a mediados de julio, por las calles de la ciudad de México se pasean orgullosos los vendedores de mangos. Llevan en sus carretillas delicias de temporada que, con chile y limón, enamoran a propios y extraños.
A las cinco de la mañana, Antonio Calixto Irineo —conocido como don Toñito— sale de su casa en Ixtapaluca, en el estado de México, para llegar a las siete a la Central de Abasto del Distrito Federal. Es ahí donde la bodega alberga los dulces mangos que en unas horas serán llevados en camionetas a diversos puntos de la ciudad.
—Más o menos a las 10 de la mañana, ya que tenemos todo lo que hace falta, empezamos armar las carretillas. A cada una le ponemos dos cajas de 35 kilos de mango, el cuchillo bien afilado, los limones, el chamoy y el chile —explica Antonio—.
A la una de la tarde, él y sus 16 compañeros llegan a la colonia Condesa, la Roma y avenida Reforma listos para comenzar la jornada que terminará alrededor de las 7 de la tarde. Todos los días, don Toñito lleva su carretilla a la esquina de Aguascalientes y Culiacán en la Hipódromo Condesa; él tiene 49 años y ha dedicado 15 de ellos a vender fruta de temporada de esta forma.
Comenzó a trabajar a los ocho años en su ranchito en el municipio de Jalacingo, Veracruz, y a los 11 dejó su tierra para vender fruta por mayoreo en distintos mercados de Poza Rica, Coatzacoalcos, Jalapa y en la ciudad de Veracruz.
—Lo más lejos que he llegado es a Nogales, Sonora, donde vendía botana. También he estado en otros lugares como Tuxpan y Tampico, allá vendía fresas que traía en camioneta desde Zamora, Michoacán. Nunca he dejado el negocio de la fruta —platica con una sonrisa en la cara—.
La venta de mangos comienza con aquellos que se traen directamente de los huertos de Chiapas, luego con los de Manzanillo, después los de Guerrero y al final los de Sinaloa. A pesar de que en México podemos encontrar esta fruta casi todo el año, se deja de vender en julio porque al estar fuera de temporada la calidad baja y el precio aumenta. A mediados de julio, Antonio y sus compañeros comenzarán a vender otras frutas.
—Ahora que se acabe el mango voy a traer cereza —dice, al tiempo que muestra en su celular una foto con su carreta llena de ellas—, uva verde y rambután, después voy a vender lichis.
Cuando ya no es tiempo de frutas, las carretillas van cargadas con botanas mexicanas; por supuesto la manta que las cubre cambia. Llevan consigo 24 distintas golosinas: gomitas de mango, de víbora, de ositos y de fruta enchilada; cacahuates garapiñados, salados y enchilados; habas, garbanzos, malvaviscos, huevitos de chocolate y gomitas de rompope, por mencionar sólo algunas.
Don Toñito —bajito, amable y con canas imposibles de ocultar— no deja el negocio ni un solo día. Incluso si llueve, lo único que hace es resguardarse bajo el techo de la barbería de la esquina, donde puede seguir atendiendo a la gente sin problemas. Con su trabajo ha sacado adelante a sus siete hijos, cuatro de ellos mujeres y tres hombres.
Al preguntarle sobre Guadalupe Victoria, su ranchito, Antonio no puede ocultar la alegría y el orgullo que le da. En esas tierras cultiva peras, ciruelas, manzanas y duraznos que luego vende en los mercados de Teziutlan y Zacapoaxtla, en Puebla. Una de sus hijas le ayuda a llevar el negocio en Veracruz, sin embargo él va cada mes y medio para hacer el trabajo pesado y supervisar que las 12 personas que le ayudan lo hagan en el tiempo justo.
Actualmente sus manzanos no miden más de medio metro pero al cabo de tres meses, y luego de codarlos cada 40 centímetros con musgo podrido de pino, estarán listos para plantarse y echar raíz; después de un año podrá injertarlos con manzana Golden, Delicia y Starking. Habrá otras varas que se utilicen para injertar durazno melocotón.
Mientras platica, don Toñito atiende a la gente pelando y cortando mangos con una destreza sin igual. Los locales lo saludan desde lejos y él a cambio les regresa una sonrisa y un ademán con la mano.
—Son mis amigos —dice contento—. No puede ocultarlo, le gusta su trabajo. Está acostumbrado al ir y venir y asegura que hay que usar la mente para hacer de todo y encontrar tu pasión; la suya se da en los árboles.