Hace un siglo, Islandia prohibió todas las bebidas alcohólicas. Solo una década después, se había legalizado el vino tinto, seguido de los licores en la década de 1930.
Pero la cerveza con más del 2,24% de alcohol siguió estando prohibida hasta el 1 de marzo de 1989.
Cuando el mercurio baja de cero, una cerveza fría no es lo primero que nos viene a la cabeza.
Pero el 1 de marzo de 1989, cuando la máxima en Islandia era de -5 grados, la cerveza fue precisamente lo que los islandeses amantes de beber tenían en la cabeza.
Era la primera vez en 74 años que tenían la oportunidad de pedir una cerveza legalmente.
Y lo hicieron, en alborotadas escenas retransmitidas por televisión en directo.
El historiador Unnar Ingvarsson tenía 21 años en aquel momento y vivía en un pequeño pueblo.
“Era una gran fiesta. Mis amigos y yo compramos una caja cada uno. Conseguimos acabarlas pronto y fuimos al pub, donde bebimos durante toda la noche”, explica.
“Una chica que había estado viviendo en Australia nos enseñó juegos para beber. Evidentemente, perdimos”.
Esa fecha se sigue conmemorando como Bjodagur (día de la cerveza), aunque es mucho más tranquilo hoy en día en comparación con las escenas de bacanales de hace 26 años.
Una generación después, la cerveza supone el 62% de los 7,1 litros de alcohol puro que consumen de media los islandeses al año.
Es una cifra mayor que en países productores como Alemania y la República Checa (54% cada uno), y Reino Unido (37%), según los últimos datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Pero durante la mayor parte del siglo XX era antipatriótico, e ilegal, beber cerveza.
Cuando la prohibición total se hizo ley, hace 100 años, el alcohol estaba mal visto, y la cerveza lo estaba especialmente, por razones políticas.
Islandia luchaba para obtener la independencia frente a Dinamarca, y los islandeses asociaban la cerveza con el estilo de vida danés.
“Los daneses bebían ocho veces más alcohol por persona al año por aquel entonces”, dice el historiador Stefan Palsson.
Como resultado, la cerveza “no era una bebida patriótica”.
Los movimientos de independencia y por la abstinencia se reforzaban entre ellos y en 1908, cuatro años después de obtener el autogobierno, Islandia celebró un referéndum sobre la propuesta de ilegalizar todo tipo de alcohol a partir de 1915.
Cerca del 60% votaron a favor. Las mujeres, que todavía no podían votar, mostraron públicamente su apoyo a la medida.
“La prohibición del alcohol se veía como algo progresista, al igual que la prohibición del tabaco hoy en día”, dice Palsson.
No pasó mucho tiempo antes de que la prohibición empezara a debilitarse. El contrabando, la producción casera y la presión de algunos grupos a favor del alcohol como aceite para engrasar la diplomacia, todo tuvo un papel.
Pasado el tiempo, la prohibición empezó a menguar.
Ya había sido rechazada por el resto de naciones europeas que habían experimentado con ella, excepto las islas Faroe, cuando en 1933 los islandeses votaron para revertir el rumbo.
Pero incluso a partir de ese momento, la prohibición siguió vigente para las cervezas con más del 2,24% de alcohol, cerca de la mitad de alcohol que el que tiene una cerveza media.
Como la cerveza era más barata que el vino o los licores, las autoridades temían que legalizarla provocase un gran aumento del alcoholismo.
Además, asociación de la cerveza con Dinamarca seguía siendo un lastre, dado que Islandia no se independizó totalmente hasta 1944.
Sin embargo, la cerveza siguió siendo accesible para aquellos que realmente la querían. “Si conocías a un pescador, podía tener varias cajas en su garaje, normalmente de la cerveza más barata y más fuerte, que solía llevar demasiado tiempo almacenada”, dice Palsson.
No fue hasta 1970, con el aumento del turismo urbano, cuando las actitudes empezaron a cambiar, sugiere Palsson.
“La gente iba a Londres de compras, a ver fútbol y a los pubs, y querían poder disfrutar de lo mismo en su país”, dice.
Finalmente, en 1988, el parlamento islandés votó para legalizar la cerveza, tras varios debates que fueron televisados en directo y atrajeron enormes audiencias.
Hoy en día, los islandeses beben menos que la mayoría de europeos.
Los 7,1 litros de alcohol puro que beben los mayores de 15 años de media al año en Islandia son menos que los 11,4 litros en Dinamarca, los 11,6 en Reino Unido, 12,2 en Francia y los 15,1 en Rusia, según datos de la Organización Mundial de la Salud de 2014.
Pero, cuando se trata de darse atracones de alcohol, Islandia está a la par que Reino Unido, y Palsson cree que esto se debe a los hábitos desarrollados durante los años de la prohibición.
“Antes de 1989, la mayor parte del consumo de alcohol tenía lugar durante unas pocas horas el fin de semana. Así que necesitabas grandes locales que pudieran servir a muchos clientes en poco tiempo”, afirma.
Pedir una cerveza en Islandia no es siempre fácil, a no ser que hables el idioma. Algunas, como Borg Snorri Nr. 10 y Ulfur Ulfur Double IPA Nr. 17, son más o menos pronunciables, pero otras, como Olvisholt Suttungasumbl, por ejemplo, o Víking Islenskur Urvals Einiberjaboock, son un verdadero reto.
Una vez que tienes el vaso en la mano todo es más fácil. Sólo di “¡Skal!” y bebe.
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