Para los israelíes y palestinos todo está politizado, incluso la cosecha de olivas.
La primera vez que me di cuenta de lo delicioso que es el aceite de oliva de Cisjordania fue hace más de diez años cuando un agricultor palestino me invitó a desayunar mientras veía como destruían una amplia franja de sus tierras.
Tuvo la mala suerte de vivir cerca de Ariel, uno de los mayores asentamientos judíos en Cisjordania.
En los primeros años de este siglo, Israel estaba en las fases iniciales de construir una barrera de separación, un complejo de muros y vallas de alta tecnología que han sido defendidos por los gobiernos israelíes como medidas para proteger a su gente de los ataques palestinos.
La barrera sería menos controvertida si se hubiera hecho siguiendo la vieja línea del cese el fuego de 1949.
Era la frontera entre Cisjordania, incluyendo Jerusalén este e Israel, hasta que el ejército israelí tomó el área en la guerra de 1967.
Pero, en su lugar, la barrera arrebató grandes franjas de tierra que los palestinos consideraban suyas.
Aquella mañana era el turno del agricultor para ver como destrozaban la tierra oscura de los olivos.
Antes había intentado mover tantos árboles como le fue posible, pero de todas formas su tierra iba a quedar dividida por una valla.
Iba a tener que conseguir permisos para cuidar los que quedaran al otro lado de la alambrada.
A la mayoría de los agricultores, si tienen suerte, les dan un día para arar y otro para cosechar, asumiendo que el ejército israelí está allí para dejarles pasar al otro lado de la barrera a través de alguna de las puertas.
El agricultor me invitó a volver a ir a su casa, me sirvió un té dulce, la tradicional pita taboon, queso hecho con la leche de sus ovejas y un gran bol de aceite de sus olivos.
Pude degustar el sabor afrutado del aceite y después un gusto algo picante. No me hubiera podido imaginar que las colinas de Cisjordania pudieran producir algo así.
Pero quizás el aceite de oliva de Cisjordania es la comida más politizada del mundo.
El conflicto entre Israel y los palestinos está inmerso en todos los aspectos de la vida: desde los índices de natalidad hasta algunos entierros.
Por eso, la cosecha anual de olivas es mucho más que una rutina agrícola.
Según un funcionario de Naciones Unidas para asuntos humanitarios, los ataques perpetrados por los colonos judíos en los últimos cinco años hacia palestinos y sus propiedades han destrozado más de 50.000 árboles frutales, muchos de ellos olivos.
Los agricultores palestinos reciben un cuarto de los ingresos por sus olivos, pero el conflicto no tiene que ver solo con el dinero.
Los árboles son el símbolo más poderoso del apego de los palestinos a la tierra.
Salah Abu Ali, un agricultor palestino, tocó una de las ramas del olivo más especial que vi en ese viaje a Cisjordania.
Era tan antiguo y tan grande que no podía abarcar ni siquiera un cuarto del tronco principal, que debía medir más de seis metros.
Con el paso de los siglos, los nuevos brotes se convierten en ramas y después en grandes troncos. De hecho, más que un árbol sólo es como un matorral de olivos y se podría decir que es la más valiosa posesión de Salah sino fuera porque habla del árbol como si estuviera a su servicio.
“Sólo Dios sabe cuántos años tiene. Pero puede ser cerca de 4.000 o más. Yo tengo el orgullo de estar a su servicio. Nuestro vínculo se remite a mi padre y mi abuelo. Me siento tan conectado con este árbol que es como si fuera parte de mi cuerpo y de mi alma”, dice.
“Tengo una relación con este árbol. Sé lo que necesita, lo que le perjudica. Cuando estoy a su lado, me siento seguro y daría todo por él. Este árbol es el símbolo del pueblo palestino, de una historia y de una civilización”, explica.
“Imagina cuántas generaciones han pasado por aquí y ya no están, pero el árbol sigue y nos sigue dando frutos”.
La tierra de Abu Ali está en Wallejah, una ciudad cercana a Jerusalén y no lejos de Belén.
La barrera de separación pasa muy cerca de su árbol enorme.
Abu Ali sonríe como si yo no pudiera comprender cuando le digo que al fin y al cabo, aunque sea inmenso, sólo es un árbol.
Para él es el símbolo de su vida, la de sus hijos y la de sus antepasados y su lugar en la tierra palestina.
También tiene una importancia económica. El aceite es preciado y caro y me encuentro con sentimientos similares en todos los sitios a los que voy.
Por eso, la cosecha no es sólo olivas y aceite. Es una batalla anual en la lucha por la posesión y el control de la tierra.
La ocupación israelí de Cisjordania, incluyendo Jerusalén este, se implementa a través de la violencia. Los colonos judíos y los palestinos se atacan entre sí.
Algunos extremistas judíos creen que la tierra es sólo suya y que los árboles son objetivos legítimos.
Así que cada vez más, los olivos tienen un papel más importante en la guerra religiosa entre musulmanes y judíos.
En un valle cercano al asentamiento judío de Tapuach me encuentro con Avraham Herzlich.
Es un judío ingenioso y carismático que emigró a Israel desde Brooklyn, en Nueva York, hace más de 50 años y que ahora tiene una manada de cabras.
Para los jóvenes del asentamiento, Herzlich es una especie de gurú. Su hija Talia murió en un ataque armado palestino en 2000 junto a su esposo, un rabino que era hijo de un prominente militar judío.
Herzlich dice que las cabras le hacen conectar con la tierra que cree que Dios les dio a los judíos. Y considera que ese vínculo con la tierra y la naturaleza no lo tienen los israelíes que viven en Tel Aviv y otras ciudades de la costa Mediterránea.
Sus animales pastan en tierras de olivos que pertenecen a palestinos de una aldea cercana.
El pastor, que lleva la Torá bajo el brazo, tiene una respuesta al enfado de los palestinos porque sus cabras estropean los campos.
“Bueno, les digo simplemente que esta es nuestra tierra. Cuando veo a un árabe con un árbol, le digo que esto es Israel; esta es la tierra de Israel. ¿Que son tus árboles? Pues llévatelos a tu pueblo. Esta es nuestra tierra. No es su tierra”, sostiene aferrándose a su libro sagrado.
“La Torá nos dijo que esta tierra se le dio al pueblo de Israel a la cabeza de Abraham, a la cabeza de Isaac y Jacob y no a Ismael. Es nuestra tierra”, insiste Herzlich antes de pronunciar lo que, asegura, no es una amenaza sino un hecho: “Yo les digo a los árabes que no quiero verlos morir”.
“Se tienen que ir. Porque si no, van a morir aquí, asegura al predecir que “va a haber una guerra muy dura”.
“Ves a mucha gente hablar de paz con los árabes pero, para alguien que ha sufrido tan directamente -los árabes mataron a mi hija y dejaron a mis nietos huérfanos-, no puedes medir el dolor. Esta gente es el epítomo de la brutalidad. Pueden hacerse explotar”, lamenta.
Colonos como Herzlich son líderes en sus comunidades, pero muchos israelíes, incluyendo algunos colonos que se mudaron a territorios ocupados llamados por la vivienda barata y el aire fresco y no por estar más cerca de Dios, los consideran una molestia e incluso una amenaza para el futuro de Israel y su democracia.
Pero Herzlich y otros colonos fuertemente ideologizados son importantes porque los colonos dominan el ala más conservadora de la política israelí y el debate sobre el futuro de los asentamientos es uno de los puntos clave que se deberían discutir si hubiera un nuevo proceso de paz.
En el valle bajo Tapuach, hay una aldea palestina llamada Yasuf. Allí me encuentro con Bassem Rashed y su esposa Naja cosechando olivos.
Me cuentan que hace unos días oyeron que unos colonos usaron motosierras para cortar sus árboles, incluyendo algunos que tenían más de un siglo de antigüedad.
La señora Rashed me dice a punto de llorar de la rabia: “Es como educar a un niño y perderlo. Esos árboles son nuestro cimiento y nuestras raíces”.
“Es como si estuviéramos enterrando a un familiar. Cada semana, los colonos tratan de venir a nuestra tierra. Nuestros hombres tratan de frenarlos y acaban peleando”, afirma.
“¿Los colonizadores dicen que somos nosotros los que tenemos que irnos? Preferimos morir en nuestra tierra, que corten nuestros árboles, destrocen nuestra tierra, derriben nuestras casas y ataquen a nuestros niños, pero seguiremos aquí. No nos vamos a ir nunca y, si ellos no lo hacen, esta va a ser la guerra eterna”, sostiene.
Y es que el problema, además de ser económico, es también emocional.
Para la señora Rashed, los palestinos tienen “mucho menos” que recolectar porque no tienen acceso a algunas tierras. En su caso, dice, ella y su marido han perdido un tercio de lo que podrían recolectar por la valla.
“Antes llevábamos a los niños y los ancianos con nosotros a hacer la cosecha, pero ya no lo hacemos. Tenemos miedo de que vengan los colonos y nos ataquen”, apunta al señalar que si tratan de defenderse pueden acabar en prisión o perder sus permisos de viaje.
En un valle cercano a Ramalla en el que los palestinos que viven cerca de los colonos estaban cosechando olivas, dos jóvenes soldados israelíes, Or Maliki y Yam Matir, insisten en que el ejército hace todo lo posible para que no haya problemas entre los palestinos y los colonizadores.
El orden público, dicen, es la prioridad y no se ponen automáticamente del lado de los israelíes.
El dueño de la tierra, el palestino Abdullah Nassan, les da la bienvenida y les ofrece té que ha calentado en una tetera en un fuego hecho con ramas de olivo.
Pero Nassan, que tiene 7000 olivos, no ve las cosas de la misma manera.
“Cuando hay un conflicto, nos hacen retroceder y dejan que los colonos hagan lo que quieran”, dice mientras señala una arboleda de olivos que, asegura, los colonos han reclamado y al que él y sus hombres no pueden acercarse.
“Pero lo bueno es que cuando están por aquí, los colonos no vienen. Cuando no están vienen y nos zarandean con armas”.
Después apunta a un asentamiento en una colina vecina y dice: “Cada vez que vengo aquí, me siguen desde el asentamiento. Es muy peligroso estar aquí solo. La gente está asustada porque los colonos son muy violentos y pueden bajar de la colina”.
Un día, asegura Nassan, los olivos serán una parte vital para la construcción del estado independiente palestino.
“Es un asunto simbólico. Es lo único que nos queda, para ser honestos. ¿A que más podemos aferrarnos?, tenemos que apoyarnos en los árboles. Nuestro objetivo es defender nuestra tierra”, concluye.