Desayunar después de ver esos amaneceres caribeños, dar un paseo madrugador sobre aquellas playas de finísima arena y mares de azules infinitos es, sin duda, un privilegio.
Hacerlo, además, acompañado de un café bien hecho, de un pan horneado esa mañana por un panadero italiano y con una mesa que ofrece huevos con langosta, frijoles y plátano macho, es un enorme privilegio. Así es la cocina quintanarroense, y así recibe la isla de Holbox.
A la isla de Holbox se llega en ferry o en pequeñísimas avionetas. No hay calles, no hay coches. Locales y turistas, casi todos, caminan descalzos o en sandalias por las calles y veredas de arena, por donde también caminan carritos eléctricos, motos o cuatrimotos. Todo se camina, todo se quiere ver y, sin duda, todo se quiere probar.
Como en otros sitios de Quintana Roo, las tradiciones de casa se han transmitido de generación en generación y en Holbox también el sábado es de lechón y el domingo de cochinita. Hay que saber dónde comprarlo y dónde comerlo, cochinita hay de todos tipos aunque la buena es la de hoyo, la artesanal, la preparada como hace cientos de años lo hacen las familias de la península pero acá, en Holbox se disfruta gloriosa, marinada durante muchas horas con naranja agria antes de hornear.
La carne de cerdo es de enorme suavidad, una carne que se deshace en la boca con la cantidad perfecta entre maciza y cuerito, y con un caldillo poco pintado en achiote que respeta la calidad de la proteína sobre los aromas y sabores del condimento. Además, la cochinita pibil se come en torta dentro de un pan “francés”, como le llaman los locales, desde luego parecido a la baguette, menos crujiente y más suave pero que absorbe justo el caldillo necesario.
Holbox es un pueblo de familias pescadoras que conocen bien de embarcaciones y con quienes hay que salir de paseo a ver y nadar con los tiburones ballena, a Cabo Catoche a esas playas maravillosas, a las lagunas, a los ojos de agua, a donde se pueda y con ellos disfrutar en la lancha de las preparaciones de cebiches locales y las cervezas.
Se pesca desde luego langosta, seis meses al año para los seis restantes poder ser protegida en la veda, y se pesca mucho pulpo y distintos tipos de caracol. Cebiches de caracol rosa, de caracol blanco, entre muchos otros, con una preparación simple de cebolla, jitomate y cilantro, siempre acompañados de limones, totopos, salsas verde y roja, algunas preparadas con chile habanero, otras con verde y otras con chile xcatic.
Hay que buscar los restaurantes locales, los preferidos por las familias que habitan la isla. Atendido por doña Norma Argaes, el restaurante Villa Mar, sobre la playa, es un tesoro —les compartimos el número telefónico por si se animan (Tel. (984) 131 1712). Al tener la península muchos sitios de aguas poco profundas y una enorme extensión de manglar, la lisa es un pescado favorito. Y la lisa de doña Norma, acompañada de tortillas y salsas, un platillo realmente especial. Si uno anda de suerte (como la tuvimos nosotros) se come también hueva de lisa ya sea frita o, como más nos gusta, revuelta con huevo y en tacos, lo que permite una combinación perfecta entre el marino y salado sabor de la hueva de lisa, la tortilla, y el huevo revuelto. .
Entre la oferta gastronómica de la isla uno no debe perderse los camarones con coco —sí, natural y rallado que se combina con una especie de panko o pan molido para después empanizar y freír— y el caracol al mojo de ajo. Todo con arroz blanco, tortillas de maíz muy blanco y mucha variedad de salsas envasadas de habanero y otros chiles de la región. ¿De postre? Los helados Maresa, clásicos en vasito de unicel de los cuáles quizá no sabríamos escoger el mejor: ¿coco? ¿mamey? ¿guanábana?, no estamos seguros.
La oferta gastronómica es pequeña en número pero muy sabrosa. Existen 20 restaurantes en total en la isla desde los clásicos de pescados y mariscos locales, pero también argentinos, italianos, bares con cervezas artesanales, pizzerías (de langosta, desde luego entre muchos otras preparaciones) o bares bajo pequeñas palapas sobre la playa para tomar una cerveza o un coco con vodka, en banco o en columpio, según la elección, al tiempo que se ve un rosado caer del sol sobre aquellas aguas verdes y turquesas.
También hay hoteles con restaurantes más sofisticados, sobre la playa, como es el caso del hotel que en su momento formó Pablo Milanés con su esposa, y que tiene su nombre, Sandra, quien hoy sigue operándolo con gracia y elegancia pero con ese particular toque desenfadado de la isla.
En Holbox hay para todos los estilos, pero cada establecimiento, cada local, independientemente de su carta, tiene un ambiente marino, de costa, de gente amable; de muy, muy buen pescado y marisco porque con aquel mar, aquellas langostas y aquellas salsas de chile, sólo son para gente que aprecie gozar. Holbox y su cocina, se gozan.