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Mujeres de la tierra, mujeres de la periferia | Créditos:  Nadia Núñez @naddnuk

“Cocinar para nosotras es un acto revolucionario, de amor propio y amor colectivo”: Mujeres de la tierra, mujeres de la periferia

Por Marcela Nochebuena

Para la colectiva “Mujeres de la tierra, mujeres de la periferia”, la cocina ha sido una forma de alcanzar la autonomía luego de escapar de la violencia en Puebla y agruparse en Milpa Alta. También es una herencia que las ha salvado, un acto revolucionario y de cuidado.

“Que lo que hoy coman, nutra sus cuerpos y sus luchas”, desea Chío mientras ella y sus hermanas, Alma, Lety y Gris, terminan de preparar los alimentos que ellas mismas elaboraron con el maíz, el frijol y las habas que cultivan con sus propias manos. 

Son mujeres campesinas indígenas desplazadas de Puebla, que fundaron la organización “Mujeres de la tierra, mujeres de la periferia” en plena pandemia como un medio para encontrar la autosuficiencia económica tras huir de la violencia. Para ellas la cocina es, primero, un proyecto productivo; después, un acto revolucionario, una forma de resistir.

Lety recuerda bien cómo aprendió a cultivar y cocinar. Desde muy chiquita la enseñó su mamá y papá. “Casi casi nacimos en el surco”, dice. Ella es la mayor de las hermanas y desde que tiene memoria, muy pequeñita andaba sembrando detrás de su mamá. La colectiva a la que pertenece, sostiene, ha aportado saberes, recuerdos de la tierra y de la cocina, así como conciencia entre los más jóvenes. 

“Chicos, cuando vayan al supermercado, esa fruta, ese jitomate brilloso que tú ves ahí, no sabes cuánto esfuerzo le cuesta al campesino que ese fruto o esa verdura esté ahí. Creo que eso también lo hemos aportado: conciencia”, describe Lety.

Ella empezó a trabajar la tierra desde los 12 años, cuando terminó la primaria, aunque ahora, desde la colectividad, lo hace a través de otras reflexiones sobre la violencia y el autocuidado. 

tortillas de maíz azul elaboradas a mano

Tortillas de maíz azul elaboradas a mano, Mujeres de la tierra, mujeres de la periferia | Foto: Lizeth Ovando

Detrás del fogón y con la masa azul reposando a un lado en el metate, Lety confiesa que lo que más le gusta de cocinar es hacer las tortillas:

“Que me salga una tortilla azul, con buen sabor, pensar que voy a llegar al taller y me voy a comer una rica tortilla, me encanta. Me encanta cocinar; mi mamá, mi abuela, siempre nos dijo: ‘haz tu comida como si fuera para ti; aunque sea para otros, siempre piensa que es para ti, porque solamente así la vas a hacer con mucho amor y mucha dedicación”.

Mucha felicidad y alegría llama Lety a lo que siente cada vez que cocina.

El cultivo y el fogón, símbolos de lucha y resistencia

Elaborar sus propios productos con el maíz que ellas mismas cultivan es uno de los proyectos productivos que las cuatro hermanas se plantearon cuando nació “Mujeres de la tierra, mujeres de la periferia” en plena pandemia, para escapar de sus contextos de violencia y alcanzar la autonomía económica.

Sembrar la tierra es la primera herencia de sus madres y abuelas que se convirtió en una forma de salvación. La cocina es la segunda. Para ellas cocinar, remarca Chío, es un acto revolucionario, un acto de autocuidado y de amor propio, pero también de amor colectivo.

Colectivo mexicano de mujeres que cultiva maíz

Mujeres de la tierra cultiva su propio maíz y elabora productos como sustento. | Foto: Lizeth Ovando

“Cuando tú te cocinas, no solamente está una persona ahí cocinando un huevo o una sopa, también está en su mente recordando: ‘¿qué me dijo mi mamá que llevaba? ¿cuántos ajos, cuánta cebolla, cuánta sal?’. Ahí están procesos colectivos de memoria que están bien presentes, y el hecho también de detenernos a comer con calma, oler, saborear, eso es algo súper fundamental”, sostiene.

Mucha gente, cuenta, criticó a la colectiva porque aseguraban que estaban reforzando un rol de género en las mujeres, invitándolas a regresar a la cocina cuando ya estaban de salida. Pero la respuesta de “Mujeres de la tierra, mujeres de la periferia” ha sido clara: la cocina es también un espacio de encuentro, de escucha y de acompañamiento en momentos de crisis, y al mismo tiempo, de sanación. 

No saben en el taller cuántas historias se han contado, cuánto llanto, cuánta rabia, cuántas sonrisas, cuánta esperanza, porque nosotras también nos empezamos a apropiar de la cocina. Hay una apropiación desde la mirada de las mujeres en el tema de la cocina, entonces desde ahí dijimos: ‘vamos a tomar como símbolos de nuestra lucha y resistencia el cultivo y el fogón”, relata Chío.

Esos saberes heredados pronto hallarán un lugar para llegar a más mujeres, niñeces y adolescencias, en la “Escuelita de la tierra” que la organización inauguró este 7 de diciembre de manera itinerante, pero tendrá un espacio físico una vez que termine su construcción gracias a la aportación del proyecto FON (Feminist Opportunities Now) a través de la Agencia Francesa de Desarrollo.

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“El estar acompañadas nos hace sentir abrazadas”

Fogón y cocina abierta

Saberes compartidos y conocimientos heredados en la cocina y el fogón. | Foto: Lizeth Ovando

Gris lo afirma igualmente sin dudar: “me gusta mucho cocinar”. La tortilla, el tlacoyo, la gordita, los tamales y las quesadillas son ahora un medio de subsistencia, pero ella se siente muy orgullosa de que sea gracias a esos saberes que sus hermanas y ella han construido colectividad y autonomía.

Lo más bonito de cocinar, dice, es estar con las compañeras. “A veces llego super pensativa, preocupada, estresada, triste, y a veces llegamos, empezamos a platicar, y ya salieron las risas, a veces sale el llanto. Dirían por ahí: creo que el estar acompañadas nos hace sentirnos abrazadas, escuchadas, consoladas, y creo que es lo que más me gusta, porque somos mujeres y siento que nos abrimos más”, describe.

A Alma también le gusta la cocina porque desde pequeñas así les enseñó su mamá. Incluso recuerda que las sentaba alrededor del fogón mientras ella cocinaba y las consentía. Desde entonces les transmitió las prácticas que ahora honran: cocinar para ellas, para su familia y para las personas que quieren; en su caso, sus hijos, sus compañeras y las personas que compran sus productos, sobre todo cuando les nace un “ay, qué rico cocinan”.

“Esto nos hace seguir cocinando. Me encanta cocinar, estar en la cocina, porque es una parte muy importante que hay en un hogar. La cocina nos invoca a estar ahí, platicar y estar juntas”, agrega Alma, al tiempo que admite que el sentimiento que le produce el fogón es estar muy contenta, sobre todo cuando puede compartirlo con las personas que quiere. Ahora replica con sus hijos lo mismo que aprendió de su mamá: platicarles mientras prepara los alimentos.

El maíz de las mujeres de la tierra

Tacloyos de maíz azul

Tlacoyos de maíz azul elaborados por el colectivo Mujeres de la tierra, mujeres de la periferia. | Foto: Lizeth Ovando

Un jueves durante el desayuno, las hermanas recalcan que ellas mismas son responsables del 90% de lo que está servido a la mesa. Sus manos sembraron y cosecharon el maíz con el que elaboran las tortillas azules, los tlacoyos y las gorditas que venden como colectiva desde que escaparon de la violencia en la mixteca poblana para emprender en Milpa Alta.

Las “Mujeres de la tierra, mujeres de la periferia” detallan los tipos de maíz que cultivan y que están detrás de sus productos: el colorado y el azul. Con el primero se hace pinole y tortillas, que salen “rositas”, a diferencia de las azules y las amarillas. Además, el azul es “más dulcecito que los otros dos, tiene otro sabor”, explica Lety desde la cocina.

Ya en la milpa, Chío detalla que hay un trabajo de por lo menos 10 meses detrás del maíz con el que se elaboraron los tlacoyos y las tortillas, aunque la crisis climática, tanto el frío como el calor extremo, ha afectado las cosechas, alerta. Desde que la enseñaron a cultivar, sus abuelas y su mamá le decían que tenía que sembrar tres semillas de maíz: una para el pájaro, otra para la tusa y otra para ella.

“Así estábamos pensando en la colectividad, en aquellos seres vivos que también habitan este espacio y que también tienen derecho a comer al igual que nosotros. Por eso el acto de la agricultura campesina está todo el tiempo acompañado desde una mirada colectiva, y cuando digo colectiva no nada más me refiero a la colectiva humana, sino a todos estos seres vivos que están en la tierra”, señala. 

Milpa, policultivo tradicional

La milpa, el policultivo que se está viendo afectado por factores climáticos y socioculturales. | Foto: Lizeth Ovando

La milpa es un policultivo, añade, es decir, un terreno en el que se pueden sembrar varias semillas, más otras plantas que nacen de manera endémica y también son alimento. En Milpa Alta, advierte, se está dando una producción de nopal a gran escala, lo que preocupa porque se trata de un monocultivo que deteriora el uso de suelo. Ellas le apuestan a recuperar la agricultura de la milpa, que da nombre a la alcaldía. 

Así, solo de la colectividad nacen las mazorcas que las manos de las mujeres de la tierra transforman en el metate y el comal. Tener su propio sustento económico, cultivar y elaborar su comida, para Chío se resume en una palabra: dignidad. En un sistema capitalista, muchas cosas pueden obtenerse fácilmente, explica, pero cuando una le apuesta a la dignidad, termina entendiendo que todo lleva su tiempo.

“El tema de la autonomía, de la autogestión, también me evoca mucho la palabra fortaleza, no solo mía, sino la ancestral, y también el compromiso de poder seguir compartiendo eso, porque yo ahora hablo de mis abuelas, mis ancestras, pero yo espero con el corazón entero que dentro de 10 años, en mis nietas, o incluso en aquellas niñas que no sean mis nietas pero también se refieran a nosotras como las abuelas, las ancestras, se haya sembrado esa semillita”, dice Chío.

Como el maíz azul, la autonomía –recalca– también sabe dulce y si se come despacio, lleva a tener alimento no solo para el cuerpo, sino para las luchas, como lo dijo al servir el desayuno. Entre sus recuerdos, evoca cómo su mamá les enseñó a echar las tortillas desde muy niñas, y cómo aprendió viéndola. A Chío igualmente le encanta cocinar, aunque a veces le han dicho que la comida no le sale tan buena, confiesa entre risas.

Cocinar para ella es como una ofrenda para sí misma, y cuando lo hace para otros, como su compañera, es una ofrenda de amor: “No hay nada más bonito que regalarle aquello que nunca vas a recuperar a alguien, y eso que nunca vas a recuperar es tu tiempo; entonces que lo inviertas cocinando y comiendo con esa persona o contigo misma es un regalo poderoso”. 

La cocina, a diferencia de a sus hermanas, le genera un sentimiento de nostalgia porque siempre se acuerda de lo que le decía su mamá: tener cuidado de no quemar el aceite, y pensar en las implicaciones de tener acceso a ciertos ingredientes y recetas que se han preservado a través del tiempo aunque podrían haber desaparecido. Amor, recuerdos y nostalgia rodean su fogón. 

Las mujeres somos muy mágicas, piensa Lety, sabemos hacer muchas cosas: postres, tejido, bordado, telar, tortillas y maíz. Nuestras madres y nuestros abuelos nos heredaron cosas que no son materiales, sino conocimientos. Todo ello puede explotarse en colectividad: “que nos juntemos las mujeres y hagamos cosas mágicas para poder salir de esa violencia”.  

Para Alma, se puede tener estudios y otras cosas materiales, pero la tierra es el cambio. “Que vengamos muchas y nos convoquemos, porque sí hay cambios, sí se puede hacer el cambio, y aquí hay mucha tierra esperándolas; cuando gusten venir a sentirla, aquí estamos nosotras, sus hermanas, para enseñarles a preparar, a sembrar incluso en su propio espacio, una milpita, para que puedan comerse algo muy sano que lleven y que nutra sus cuerpos”, invita.

“Mujeres de la tierra, mujeres de la periferia” se ha adaptado a todas las formas que contribuyen a su autonomía: venden en el metro más cercano, mediante entrega a domicilio o asisten a eventos. Cualquiera puede gestionarse mediante la cuenta de Instagram @mujer_esdelatierra.