¿Quién no ha experimentado esa maravillosa sensación de viajar en el tiempo al oler un perfume específico o al saborear un platillo que nos transporta instantáneamente a la cocina de nuestra abuelita? Los olores y sabores tienen un poder extraordinario de sumergirnos en recuerdos pasados, de hacernos revivir momentos de nuestra infancia o de momentos especiales de nuestra vida.
Es algo con lo que todos podemos identificarnos en cierta medida. A lo largo de nuestra vida, muchos nos hemos damos cuenta de cómo los olores y los sabores tienen la capacidad única de evocar recuerdos en nosotros de manera completamente espontánea.
Esta conexión entre los aromas, los sabores y la memoria es fascinante porque va más allá de la mera percepción sensorial.
Los científicos explican que el sentido del olfato está intrínsecamente ligado a regiones cerebrales asociadas con las emociones y los recuerdos.
Es como si nuestros sentidos fueran hilos que tejen historias en nuestra mente, que traen a la superficie momentos enterrados en lo más profundo de nuestro ser con solo un ligero estímulo olfativo o gustativo. Es un recordatorio de lo sorprendentemente compleja y maravillosa que es nuestra experiencia humana.
El efecto Proust es un término que se ha popularizado para nombrar esta sensación. Así pues, se explora cómo ciertos olores tienen el poder de evocar recuerdos autobiográficos, especialmente de nuestra infancia.
Este concepto toma su nombre del escritor francés Marcel Proust, quien inmortalizó la experiencia en su obra maestra “En busca del tiempo perdido”. Proust describe cómo al mojar una magdalena en té, experimenta un vívido flashback a los veranos de su niñez en Combray, un pintoresco pueblo francés.
Y de repente se me apareció el recuerdo. Aquel sabor era el del trocito de magdalena que me ofrecía los domingos por la mañana en Combray, cuando iba a darle los buenos días a su cuarto, mi tía Léonie después de haberlo mojado en su infusión de té o de tila.
– Fragmento de Por el Camino de Swan (1891), En busca del tiempo perdido de Marcel Proust
Estos “recuerdos involuntarios”, como se les llama, son aquellos que surgen de forma espontánea tras la exposición a estímulos aparentemente aleatorios.
Pareciera que los estímulos de sabores y olores se anclan a memorias y, cuando volvemos a percibirlos, nos movilizan para volver a evocar y recordar aquél momento en específico.
Resulta intrigante que un recurso literario tan simple arroje luz sobre procesos complejos que aún desconciertan a la ciencia moderna, especialmente en el campo de la neurología.
A mediados de los años 80, la investigación empezó a revelar el estrecho vínculo entre el olfato y la memoria. En 2004, el Instituto Karolinska otorgó el Premio Nobel de fisiología o medicina a Richard Axel y Linda B. Buck por su trabajo en la identificación de los receptores olfatorios. Investigaciones recientes, como la llevada a cabo por científicos de la Universidad de Lübeck y el Centro Médico Universitario Hamburg-Eppendorf, han demostrado cómo asociar un aroma conocido junto con el aprendizaje puede mejorar significativamente la retención de la información.
El doctor Loren M. Frank, del Instituto Kavli de Neurociencia Fundamental también menciona que la reactivación de la memoria mediante estímulos sensoriales sigue siendo un proceso parcialmente comprendido.
Explica que durante la formación de los recuerdos, el hipocampo ayuda a integrar diferentes aspectos sensoriales, como la vista, el sonido, el gusto y el olfato, en regiones cerebrales especializadas. Más tarde, cuando se encuentra nuevamente con el mismo olor o sabor, estos elementos están vinculados en la memoria, lo que permite la reactivación de imágenes, sonidos y sensaciones asociadas.
Nuestro sentido del olfato y el gusto nos permite percibir una amplia gama de moléculas en nuestro entorno, no solo relacionadas con alimentos, sino también con posibles peligros. La memoria asociada a estos sentidos nos ayuda a discernir entre sustancias beneficiosas y dañinas, y en algunas especies, como los animales, facilita la detección de feromonas, que desencadenan respuestas conductuales importantes.
A pesar de haber recibido menos atención que otros sentidos como la vista o el oído, la memoria de los olores y aromas es excepcionalmente intensa y duradera. La memoria olfativa se refiere al recuerdo de los olores y está intrínsecamente ligada a nuestras experiencias personales y emocionales.
La información del olfato y el gusto se procesa en regiones cerebrales específicas, especialmente en el sistema límbico, que regula las respuestas emocionales y la memoria.
El sistema límbico, a menudo llamado “cerebro olfativo”, es crucial en la detección de sustancias nocivas, la identificación de sabores y el refuerzo de la memoria a través de asociaciones olfativas.
Así pues, de ligó que los estímulos olfatorios están estrechamente vinculados a estructuras cerebrales relacionadas con nuestras emociones y recuerdos personales. El núcleo de la amígdala, el hipocampo y la corteza orbitofrontal son fundamentales en la reactivación de memorias autobiográficas y en la toma de decisiones emocionales.
Los científicos continúan investigando cómo se almacenan y reactivan los recuerdos asociados con el olfato y otras modalidades sensoriales. Se están utilizando técnicas avanzadas, como la tomografía por emisión de positrones y la resonancia magnética funcional, para comprender mejor qué regiones cerebrales se activan durante la evocación de recuerdos olfativos.
Aunque aún quedan preguntas por responder, la investigación en este campo promete revelar más sobre la compleja interacción entre el olfato, la memoria y las emociones.
No subestimemos el poder de los recuerdos de aromas y sabores. Son como puentes que nos transportan al pasado, permitiéndonos revivir momentos que creíamos perdidos en el tiempo.
Un simple aroma puede devolvernos a la cocina de nuestra abuela, recordándonos los dulces momentos compartidos alrededor de la mesa. Del mismo modo, el sabor de un plato casero puede evocar la ternura y el cuidado de nuestros seres queridos.
Hay que recordar que la comida no es solo una necesidad física; también es un lenguaje del amor. Cada plato preparado con cariño lleva consigo el amor y la dedicación de quien lo cocina. Al saborear esos platillos, no solo disfrutamos del delicioso sabor, sino que también nos conectamos con el afecto y la ternura que fueron depositados en su preparación. Es una forma de sentir la presencia de nuestros seres queridos, aunque sea por un breve momento.
Cada aroma familiar, cada sabor nostálgico, nos recuerda de dónde venimos y quiénes somos. Es un recordatorio de la importancia de la familia, de la comunidad y de las experiencias compartidas que nos han moldeado a lo largo de los años.
En momentos de nostalgia o melancolía, no hay mejor terapia que sumergirse en los recuerdos a través de los sentidos.
No hay que perder la oportunidad para aprovechar los recuerdos de aromas y sabores es una forma de apreciar los pequeños placeres de la vida.