Sabias que hace tiempo en México existía el oficio de la Chiera, se trata de un personaje que recorría las calles con jarras de aguas frescas de diferentes sabores, podría traducirse a las personas que actualmente venden aguas en vitroleros en los tianguis.
La tradición de preparar aguas frescas data de la época de los aztecas, quienes machacaban frutas, molían flores y les agregaban agua a fin de saciar su sed durante las travesías que realizaban.
[…] Ésta es la chiera, ésta la que hace poco hemos comparado con la mariposa, llena de movimiento, de encantos y de vida. Pero esa misma mujer, pasada una hora habrá concluido su laboriosa tarea y, colocada tras de su florido aparato, mostrándote su carita risueña al través de sus vasos llenos de esmeraldas, ópalo y topacios líquidos, esa misma mujer, repito, con cierto aire candoroso y con acento acaramelado te dirá: Chía, horchata, limón, piña, tamarindo, ¿qué toma usté, mi alma? ¡Pase usté a refrescar! […]”, escribió José María Rivera en 1854 en el capítulo ‘La Chiera’ de Los mexicanos pintados por sí mismos. Tipos y costumbres nacionales.
María Rivera relató que la estación de las chieras comienza con la Cuaresma y termina poco después de la Semana Mayor. En los días santos se multiplican las vendedoras de chía, pasados estos días la chiera desaparece.
“[…] buscarla sería lo mismo que buscar un grano de chía en un saco de mostaza, o un vagabundo cometa en el espacio, y aún sería más difícil que lo segundo, porque la chiera no tiene rabo, y si lo tiene, hasta ahora nadie se lo ha visto […]”.
La chiera, como la golondrina, solo en tiempo de verano aparece en nuestro suelo. Su vida pública es ligera y fugaz como la de la mariposa, y lo mismo que a esta siempre la veremos entre aromas y entre flores. Siempre inquieta y vivaracha empeñada en aprovechar los días que dura su aparición efímera, es así como las describía el escritor José María Rivera.