Los peneques son parte de la tradición culinaria del antiguo Distrito Federal. Uno de esos platillos que nacieron al mismo tiempo que el país se formaba. Desgraciadamente con el paso de los años, la tradición se ha ido desvaneciendo y cada vez es más complicado recuperarla. Conoce la historia del peneque y descubre cómo hacerlo.
La Ciudad de México tiene una especial conexión con la comida. Los antojitos que puedes encontrar en sus calles, resaltan la diversidad de ingredientes y técnicas que gozan los mexicanos. A inicios del siglo XIX, México nacía y con ello una gastronomía mestiza que abogaba por sabores hogareños.
Tlacoyos, quesadillas, tacos, huaraches, tostadas, tortas, tamales y sopes se repartían por toda la ciudad para llenar los estómagos capitalinos. Como al día de hoy, muchos de estos los podrías encontrar en los mercados públicos. Actualmente la CDMX cuenta con 329 mercados, años atrás más 400.
La comida de mercado siempre ha sido muy relevante para el capitalino, pues muchas de las familias se abastecían diario de ellos. La comida era planeada, comprada y elaborada al día, una actividad que se ha perdido.
La cocina callejera de la Ciudad de México se enriqueció gracias a la migración de cientos de personas de diferentes estados del país. Ingredientes, técnicas y utensilios se mezclaron con la rica historia gastronómica mexica y española.
A través de los años, existirían preparaciones clásicas y representativas de la ciudad, el peneque entre ellos. Este es una especie quesadilla capeada generalmente acompañada de salsa de jitomate. Pero la realidad es que su elaboración no resulta tan simple como uno piensa.
El clásico peneque es una tortilla de maíz capeada rellena de queso fresco y bañada en caldillo de jitomate. Antojito casero que requería de gran maestría para elaborarlo. De no hacerlo correctamente, corrías el riesgo de que se desbordará el relleno.
Inclusive se vendían en los mercados por docena, listos para ser calentados. En ocasiones los dejaban sin relleno para que se llenaran de algún guisado que había sobrado del día anterior.
Quienes los preparaban para vender, aprovechaban el calor del comal para rellenarlos y con la masa aún tierna, unir las puntas. Hacían como una especie de empanada para poderlos cerrar y después capear.
El caldillo de jitomate, sin chile, era una especie de salsita que le aportaba una gran acidez y que potenciaba el sabor del queso.
El peneque es parte del legado culinario de nuestros bisabuelos, abuelos y padres. Un pedazo del desarrollo cultural del país a través de los tiempos. Aún recuerdo cómo mi abuela los preparaba, con tanto amor y dulzura.
Poco a poco se esfuma la idea de una cocina casera. De los mercados y de nuestros menús han desaparecido ya, sin embargo, siempre tendrán un espacio, no solo en nuestro estómago sino en nuestro corazón.
Los peneques son parte de nuestro pasado innegable y de la esencia de un México más sencillo.