La profundidad de sus especias, el abundante uso de vegetales y el aprovechamiento de todo tipo de productos hacen de la comida libanesa todo un acontecimiento en la gastronomía mundial. Y claro que podemos disfrutar de un buen platillo de comida libanesa en CDMX.
Es una cocina amigable: sus sabores y técnicas se expresan en platos que pueden comer todo tipo de corrientes alimentarias; aquí hay sitio para celíacos, veganos y todólogos sin sacrificar el sabor ni los ingredientes tradicionales.
Líbano tiene la peculiaridad de ser sitio donde convergen diversas creencias y formas de pensar. Musulmanes, ortodoxos, católicos y cristianos coexisten alrededor de la mesa construyendo una gastronomía rica en todos los sentidos.
Así como la de otros países de oriente, es una mezcla que no distingue fronteras geográficas. Comparte tradiciones con sus vecinos y aunque las recetas varían de familia en familia, los platos existen más allá de su delimitación territorial.
Hablemos de la abundancia, pues es imposible pensar en la comida libanesa de a poquitos. En la mayoría de los casos son las mujeres quienes llenan la mesa de especialidades que abrazan a las familias y a todo aquel que quiera compartir la mesa.
Podemos describir al mezzé como un ritual gastronómico y aquí se incluyen especialidades propias y otras adaptadas, de ahí la riqueza.
Esta tradición consiste en poner al centro platillos pequeños, puede haber 40 o hasta más, ya sean fríos o calientes listos para ser consumidos por una familia o un grupo de personas en general.
La comida libanesa que se sirve en el mezzé -también conocido como meze- es una digna representación de la dieta mediterránea que incluye frutas, verduras, pescados y frutos del mar en general.
También hay platillos con cordero, pollo o ternera; la imaginación aquí es importante ya que la mezcla de ingredientes y el uso de diversas especias hace la diferencia entre uno y otro.
El baba ganush, también conocido como ganuch o ganoush es una pasta hecha a base de berenjena asada que se mezcla con tahini o ajonjolí molido. A esto se le añade jugo de limón, ajo, semillas de granada y se sazona con comino.
Al momento de servir se aliña con aceite de oliva y jugo o pepitas de granada.
El falafel se come en Egipto, Oriente Medio y otros países pero Líbano también goza de este platillo que consiste en una croqueta hecha con garbanzos o habas. Es utilizada como entrada y se puede servir acompañada de tahini o salsa de yogurt y pan pita.
También lo puedes encontrar como fattoush y es una ensalada que no solo se come en Líbano, también en otros países como Turquía, Palestina o Siria. Consiste en mezclar distintas verduras y hortalizas como jitomate u hojas verdes con pan pita cortado en tiras o cubos previamente fritas.
En este platillo se utiliza zumaque que es una especia que le da un sabor ácido característico, este puede ser todavía reforzado añadiéndole jugo de limón.
Por sus ingredientes puede confundirse con el fattush, sin embargo, esta ensalada es aún más verde porque uno de sus protagonistas es el perejil finamente picado y de hecho todos los demás vegetales están cortados en trozos muy pequeños.
Entre sus ingredientes también están el trigo, jitomate, lechuga, algunas hierbas aromáticas y se adereza con jugo de limón.
El kibbeh es el platillo nacional de Líbano y Siria y consiste en bulgur -una preparación hecha a base de trigo- rellena de carne de cordero picada y mezclada con cebolla y especias.
Se puede comer de dos formas, crudo y cocido. Ambas se aromatizan con hojas de menta y aliñan con aceite de oliva. El trigo aporta textura crujiente a la carne que puede comerse en hojas de lechuga.
Estando cocido es similar a una croqueta pero tiene una forma elíptica como un balón de fútbol americano.
El fatteh es distinto dependiendo del país en el que lo pruebes. Puedes encontrarlo en Egipto, Irak, Yemen, Jordania, Palestina y por supuesto, Líbano.
En la comida libanesa es pan pita servido en tazón al que se le agrega garbanzo al vapor, berenjenas, piñones, zanahoria y en algunos lugares cordero a la parrilla, se adereza con yogurt.
Como su nombre lo dice, la berenjena frita es el ingrediente principal que se mezcla con tahini, jitomate en puré, perejil y lechuga. Por el uso constante de especias puede estar decorada con zumaque y se sirve acompañada de yogurt o pan pita.
Del árbol vitis vinífera se aprovecha todo: los frutos son uvas que colorean las mesas o se fermentan para hacer vino; los sarmientos sirven para poblar viñedos nuevos de estas maravillosas plantas. Las hojas se cortan y rellenan para hacer un aperitivos.
Este es quizás, el plato que mejor representa a la comida árabe y libanesa pues todo cabe en una hojita de parra sabiéndolo acomodar.
Pueden llevar arroz, arroz con fideos, carne de cordero, de cerdo, lentejas, garbanzos… La imaginación del cocinero es el límite.
Para acompañar cualquier cosa, los árabes aprovechan el fermento de la leche de vaca para preparar jocoque. El sabor es acidito pero conserva las notas lácteas y va perfectamente bien cuando se aliña con aceite de oliva.
Hay dos variedades, el fresco y el seco. El primero es el resultado de dejar el kefir -popularmente conocidos como búlgaros- en leche durante toda la noche y salpimentar. El segundo responde a un reposo y escurrido que vuelve una textura granulosa y perfecta para untar.
El hummus es uno de los platos más queridos del Mediterráneo. El ingrediente estrella es el garbazo, esté es aderezado con jugo y ralladura de limón, tahini y aceite de oliva.
Normalmente va acompañado de pan pita, jocoque y baba ganoush; en algunos casos la receta se condimenta con pimentón dulce y ramas de perejil
Es tal vez el postre más conocido en los países de Oriente Medio y Líbano no es la excepción que se prepara con masa filo (phyllo), nueces o pistaches y almíbar.
Su preparación consiste en varias capas barnizadas con mantequilla derretida a las que se les esparcen nueces, pistaches, ajonjolí u otros granos que se cubren con miel y más capas de masa repitiendo este procedimiento hasta lograr un grosor aproximado de tres centímetros.
El ingrediente secreto para una baklava bien hecha es el agua de rosas. Se utiliza para equilibrar la dulzura de la miel y dar un toque casero.
Una vez lista la preparación se hornea a unos 180°C hasta que tome un color dorado y una textura crujiente. Por último se corta en diamantes y se baña con el mismo almíbar de miel y agua de rosas.
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