El jamón serrano, el jamón ibérico y prosciutto, son jamones populares en las cenas elegantes, celebraciones e incluso los encontramos como botana o entrada en exclusivos restaurantes de la ciudad. Pero ¿qué los hace diferentes uno del otro? ¿qué tiene de especial un jamón ibérico que un serrano no tenga? Aquí te explicamos las características de cada uno de ellos.
El jamón ibérico es oriundo de España, de la zona de la dehesa —ecosistema boscoso al suroeste de la península ibérica—. Proviene del cerdo ibérico que únicamente se alimenta de bellotas, algunas flores y pastizales del ecosistema de esa región. Estos cerditos están libres y se encuentran también en algunas regiones de Portugal. Sin embargo, su popularidad radica en la elaboración del jamón en España.
Para conservarlo y deshidratarlo, este jamón se cubre con mucha sal y se seca durante 3 meses de forma natural. Lo cuelgan por 3 ó 4 años para alcanzar su maduración. Tiene un sabor intenso y súper aromático. Por lo general es el más caro de los tres, debido a su elaboración y estándares de calidad.
El jamón serrano se hace con cerdos blancos que se pueden encontrar en muchos países de Europa. Contrario a los cerdos ibéricos, estos están confinados en un sólo lugar. Comen cereales y es un jamón mucho más salado que el jamón ibérico y mucho menos aromático. Con este tipo de jamón puedes encontrar opciones mucho más económicas.
El prosciutto, contrario al jamón ibérico (de color rojo intenso), tiene un color rosado casi pálido. De igual manera es un jamón curado, pero este únicamente por un tiempo máximo de 2 años colgado. Es originario de Parma (Prosciutto di Parma) y de la región de Friuli (San Daniele). Tiene una textura muy suave, casi mantequillosa. Y gracias a su corto tiempo de maduración es menos salado. Su precio varía y generalmente tiene un precio medio.