Este texto sobre la sal del Himalaya y los problemas que presenta para la salud lo leyeron nuestros suscriptores antes que nadie. Únete a la #FamiliaAnimal para recibir éste y muchos otros beneficios.
Desde hace unos meses, se ha abierto la discusión entre médicos y consumidores en redes sociales sobre lo peligroso o benéfico que puede ser sustituir la sal de mesa por aquella de color rosa proveniente del Himalaya, específicamente Pakistán.
En un hilo de Twitter, el médico internista Mauricio González advirtió que usar esta variedad puede suponer un problema de salud pública ya que no está enriquecida con yodo, mineral indispensable para que el cuerpo humano realice funciones como regular las funciones de la tiroides.
Y ¿adivina qué? Esto es verdadero y además su consumo tiene otros puntos que vale la pena analizar.
Desde finales de la década de los años 2000, un nuevo proyecto mercadológico acaparó el mercado de los condimentos y sazonadores: una sal de color rosa pálido, que generalmente venía en grano y que prometía propiedades nutricionales más altas que la sal regular.
Su llegada al mercado fue notoria. La descubrían en Europa y unos meses después aterrizó en Norteamérica. Entre el 2005 y el 2009 logró posicionarse en estos países como un producto gourmet y que favorecía a la salud, lo que se tradujo en ventas con incrementos constantes entre el 10 y 15% anuales de acuerdo con un reporte de Research and Markets. El efecto llegó a México
Con un precio de hasta 20 veces mayor que el de la sal de mar o la de mesa, los productores pakistaníes vieron su mejor momento: se abrían los mercados para recibir su producto, el cual se extrae de unas minas en la región de Punjab que, por cierto, en realidad no está nada cerca de los Himalayas.
Este producto trascendió el consumo humano: su color, resistencia y capacidad de contener el calor lo convirtieron en el cuarzo comestible: con ella se fabrican lámparas, utensilios de cocina y hasta amuletos.
¿El problema del sueño rosa? No cumple los requerimientos mínimos de yodo, que es un requisito global para el comercio de sal como medida de prevención de enfermedades crónicas. No pasa por este proceso porque perdería su color, que es uno de los elementos más valiosos en la mercadotecnia y venta de este producto.
De acuerdo con información de la FDA, desde los años 20 en Estados Unidos los habitantes presentaban un problema peculiar: la inflamación de la glándula tiroidea que hoy se conoce como bocio.
Al hacer estudios, notaron que este padecimiento era producto de la deficiencia de yodo y, siguiendo el modelo Suizo -que había tenido el mismo problema años atrás- decidieron que la sal sería un gran vehículo para que las personas tuvieran su dosis diaria recomendada, cubierta.
Nos alcanzó el problema
En nuestro país, la práctica tomó fuerza en los años 50, asevera el doctor Jorge Alejandro Ayala San Pedro, miembro del colegio de endocrinólogos de México. Primero sucedió en regiones con deficiencia de yodo –como Hidalgo o Veracruz- y se expandió al resto de la república. Esto, con el objetivo de ayudar a cumplir la cantidad recomendada por la Organización Mundial de la Salud que son 150 microgramos diarios para adultos, 120 para niños y 250 para personas gestantes y lactantes.
El ejercicio fue exitoso, tanto que en 1963 se decretó por ley que no se puede comercializar ninguna sal que no pase por este proceso a menos de que se produzca en regiones donde la cantidad de yodo en el suelo asegure que será suficiente para el consumo humano (sucede en lugares como San Felipe, Baja California).
De acuerdo con la forma en la que la sal se produce tendrá diferentes contenidos nutricionales, afirma Ayala. Nunca será lo mismo obtenerla de pozos subterráneos -como sucede con toda la sal fina de mesa- que hacerlo del mar o de salineras como la de Cuyutlán en Colima, donde está llena de minerales como calcio, zinc y magnesio.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, este mineral es indispensable para que el cuerpo humano produzca las hormonas tiroideas, las cuales tienen funciones como controlar la velocidad a la que late el corazón y regular el peso. Además, estas sustancias ayudan a formar adecuadamente los huesos y cerebro de los niños durante el embarazo y la infancia. Importante ¿no crees?
Sin embargo, el exceso de yodo también tiene sus asegunes. Pasarse de la raya puede provocar la inflamación de la glándula tiroidea y derivar en cáncer de tiroides, de acuerdo con el doctor Ayala y el Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos.
De acuerdo con la OMS, la dosis recomendada es de 150 microgramos; algunos alimentos de donde se puede obtener es el pescado, los lácteos, las algas marinas y algunos vegetales.
Por otro lado, la cantidad recomendada de consumo de sal por la Organización Mundial de la Salud es de 5 gramos diarios; en ellos se obtiene más o menos 70 microgramos de yodo, que es la mitad de la dosis.
La falta de yodo en este producto es tan solo uno de los conflictos que hay en su consumo. Además, queda algo que resolver; ¿cómo es posible que se venda en México y el mundo si está legislado en la mayoría de los países que la sal deba yodarse? La respuesta es que se etiqueta como sazonador, no como sal.
Para la cartera del consumidor, tampoco es una gran opción. En México, un kilo de sal del Himalaya se vende en aproximadamente 80 pesos, casi una tercera parte del salario mínimo diario en 2022. Un kilo de sal fina está en 12 pesos y la misma cantidad de Sal de Celestún -variedad también de color rosa, con características nutricionales similares y producida en el país- está en 50 pesos.
Transportar la sal rosa del Himalaya también supone un precio con el ecosistema. La huella ambiental que dejan los contenedores aéreos o marítimos son infinitamente mayores que recurrir a variedades producidas en el país.
Existen salineras con procesos artesanales en diferentes puntos de México. Las más conocidas están en San Felipe, Baja California; en Celestún, Yucatán; Cuyutlán, Colima, Salinas de Hidalgo, San Luis Potosí o Zapotitlán, Puebla. Cada una tiene características distintas, pero propiedades nutricionales.
Con todo este abanico de posibilidades, comprar sal importada con carencias nutritivas y alto valor quizás no sea la mejor opción.