Si algo debe tener un atole para ser considerado como tal es esa textura espesa que guarda en sí sabores y aromas reconfortantes y muy profundos pero ¿sabías que en el norte se prepara con lentejas?
¡Sí! A pesar de que esta leguminosa se emplea más en platillos salados, cuando está bien cocida adquiere una consistencia untuosa que bien puede sustituir al maíz en platillos prehispánicos como esta bebida.
¿A qué sabe? como lleva canela y clavo, principalmente percibirás el aroma de estas dos especias. Más al fondo encontrarás notas a tierra y el evidente dulce que aporta el piloncillo.
Según el chef Ricardo Muñoz Zurita y su Diccionario Enciclopédico de Gastronomía Mexicana, esta receta es tradicional del estado de Chihuahua y, aunque su cultivo no es endémico de la región, llegó con los colonizadores por ser un alimento de fácil almacenamiento y larga vida.
Hay una relación directa entre el atole de lentejas y la cocina de los jornaleros de Santa Bárbara pues eran mineros y campesinos quienes lo bebían con más frecuencia. Al ser responsables de transportar los bienes, salían de casa por días o incluso semanas, así que necesitaban un alimento que aguantara sin echarse a perder y los mantuviera nutridos.
De esta forma, a las mujeres de la región se les ocurrió esta bebida a la que inicialmente no se le agregaba azúcar por ser muy cara, así que cuidaban la economía del hogar y el bienestar de sus parejas.
El atole de lentejas se aromatiza con clavo y canela; hoy en día sí se enriquece con piloncillo y se sirve caliente. Es una bebida reconfortante muy común a la temporada de frío y que hoy en día forma parte del patrimonio gastronómico chihuahuense.