Pliin se le llama a un doblés con el que se cierran ravioles o agnolottis en la gastronomía piamontesa. Es también el nombre de la casa del chef Antonio Balassone que, con ingredientes mexicanos y técnicas culinarias del mundo sirve cenas privadas y experiencias gastronómicas para grupos de hasta ocho personas.
¡Cómo nos gusta ir a lugares íntimos y sentirnos apapachados y seguros! Con todo y pandemia, sí hay formas de salir a cenar sin la necesidad de arriesgarnos demasiado. ¿Una opción que nos gustó mucho? Definitivamente, esta.
Son tres los menús que se pueden elegir. Todos tienen ingredientes son de primera y cada plato se pone mejor. Una de las enormes ventajas es que la cocina está ahí mismo, entonces son los cocineros quienes te sirven, puedes ver cómo trabajan y de paso cotorrear con el chef.
A Antonio Balassone lo conocemos porque era instructor en el taller Sobremesa y antes de eso trabajó en varios restaurantes con estrellas Michelin que dan crédito a su talento. A raíz de la crisis sanitaria emprendió este proyecto en la CDMX que tiene todo: seguridad, comida rica, tragos que valen la pena, bonita ambientación y un servicio de primera.
Con orígenes venezolanos y experiencia de vida en el Piamonte, ha crecido como cocinero y a la vez entiende que todo sucede en la mesa; por eso, pone la suya para vivir una experiencia inigualable con tres menús distintos: uno con inspiración italiana, otro de vegetales y uno más de comida del mar.
Un edificio de departamentos en la colonia Roma como cualquier otro. La entrada: como si fueras de visita a alguno de ellos. Baja la escalera, toca la puerta y llegas a casa de Antonio, un lugar acogedor con una terraza que roba suspiros. La cocina es pequeña y está pegadita al comedor, así que todo coexiste en un mismo lugar.
Con suerte te tocará algún invitado que ponga los drinks -a nosotros nos amenizó la noche José Luis León de Limantour con tragos a base de Tequila Casa Dragones- y si no, los vinos y maridajes igualmente sorprenden.
Las tres opciones constan de seis tiempos: un aperitivo, dos entrantes, dos platos fuertes, una escala para limpiar el paladar y el postre. Al hacer tu reservación -la cual te recomendamos hacer con tiempo para que no haya fallas- puedes elegir entre los menús y será el mismo para todos; nosotros nos fuimos por los vegetales.
Si aún crees que las verduras son aburridas, deja que Antonio y su equipo te cambien el paradigma. Desde el primer plato la cosa se pone interesante.
Un tazón lleno de frutas y hortalizas llegan en crudité junto con un dip de aceite de oliva para arrancar. Seguido a eso es turno de las entradas, la primera es una combinación de zanahorias en brunoise: unos cubitos están encurtidos y otros glaseados para lograr equilibrio. Debajo viene una burrata hecha en casa y todo se armoniza con gremolada de pistache, rabo de zanahoria y limón verde.
Aquí sirven una ensalada césar pero no es nada de lo que te imaginas. Un cogollo pequeño guarda en sí una bañacauda -salsa de anchoas, aceite de oliva y ajo- y también un poco de quinoa crocante aromatizada con limón amarillo. Para el toque salado le agregaron queso Cotija y queda justo en su punto.
Lo que sigue es en verdad prodigioso: unos chícharos -sí, estás leyendo bien- salteados con echalote y coronados con una salsa bearnesa con olores a hoja de aguacate. Encima un poco de avellana picada, limón amarillo y café. La explosión de todos los elementos en un solo bocado es verdaderamente providencial.
Otra de las estrellas son los agnolotti pliin rellenos de requesón y quelite cenizo que se cocinan a fuego lento con limón amarillo y se aromatizan con aceite de laurel.
Para cerrar con broche de oro, una mousse de chocolate blanco, peperoncino, albahaca, maracuyá y tierra de cacao. Lo decoran brotes de cilantro y un poco de flor de sal, lo cual además completa la paleta de sabores.
Instagram: @pliin.mx
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