Las estampas que clasifican tus frutas tienen más beneficios y son más interesantes de lo que creías y aquí te decimos por qué.
El mundo de las etiquetas es complejo, no solamente para los seres humanos que vivimos siendo hij@s, novi@s, estudiantes, Godinez, fresas, etcétera. Nuestro mundo está lleno de clasificaciones que nos dan una nomenclatura en donde podamos encajar y, queramos o no, pertenecer.
Pero no sólo nos pasa a nosotros, también le pasa a las frutas. Seguramente te habrás dado cuenta de que las manzanas, plátanos y peras que comes, así como muchas otras frutas y verduras tienen pequeñas estampas con letras y números que no lees, ni por error.
Son seguras: Para empezar, todas estas etiquetas deben cumplir con una normativa en cuanto a los materiales que usan, pues están directamente en contacto con los alimentos y no pueden tener ningún material tóxico.
Son reciclables: Sólo tienes qué pegarlas en un envase de Pet y se irá directo a la máquina recicladora para convertirse en otra cosa. También ayudan al ambiente pues con ellas se evita utilizar empaques muy elaborados.
Son comestibles: Las que tienen contacto con frutas de cáscara suave son más fáciles de quitar para no lastimar la piel de la fruta; sin embargo, hay algunas que se producen a base de fécula de papa, por lo tanto son comestibles, éstas se usan con mayor frecuencia en los panes.
Son referenciales: Se rigen bajo el PLU (Price Look Up), un código de referencia de precios muy útil para los hortelanos pues les ayuda a identificar el almacenaje y tamaño que tuvo la cosecha. A los mortales nos indican si son productos transgénicos, orgánicos o convencionales.
Son informativas: La etiqueta siempre tendrá cuatro dígitos, si hay un número nueve antes de esos cuatro, quiere decir que el producto es orgánico, si tiene un ocho antes es un producto transgénico y si sólo tiene esos cuatro números fue cultivado de forma convencional.
La cosa no termina ahí
Actualmente se hacen experimentos con etiquetas 100% comestibles hechas de fibras de oro y seda purificada; son, además, fáciles de pegar en cualquier alimento pues presentan adherencia tan sólo con un poco de agua.
Estas etiquetas tienen fibras tan sensibles que, al estar en contacto con el alimento, detectan cualquier cambio en su composición, avisándote si puedes comerlo o si ya mejor lo echas a la composta. Así el maravilloso mundo de las etiquetas, de esas que sí nos sirven como sociedad, y no nada más nos llenan de prejuicios.