El hecho de que disfrutes más de la comida chatarra no es una sorpresa, de hecho tiene una explicación científica; todo viene desde el cerebro y sus vínculos con otros órganos.
Esos alimentos que tienen pocos nutrientes indispensables para el ser humano pero una alta cantidad de grasas, azúcares o sal son la llamada comida chatarra. Y no, no es malo consumirlos de vez en cuando siempre que no sean la columna vertebral de tu alimentación.
Aunque no lo creas hay una red enorme de nervios e interacciones químicas que conectan el cerebro y el sistema digestivo; sí, aunque se ubiquen muy lejos. Es fundamental saberlo ya que lo que pasa en uno afecta al otro y viceversa.
En los intestinos contamos con millones de bacterias “buenas” y necesarias para el funcionamiento correcto del sistema digestivo; a eso se le conoce como microbioma e influye directamente con el peso y ayuda a sobrellevar el estrés ocasional. De hecho, desempeña un papel fundamental en la regulación del estado de ánimo y en el equilibrio de la salud en general.
El eje intestino-cerebro está conectado por un nervio importantísimo llamado vago, cruza casi todo el cuerpo y manda señales en ambas direcciones. Estas pueden verse afectadas por cambios hormonales o por un desequilibrio en la flora bacteriana.
Entonces, así de importante es la relación de lo que pasa con nuestro cerebro, intestinos, hormonas y emociones.
Con la comida chatarra ese equilibrio se pierde. Existe una sustancia química llamada propionato que produce el intestino y cuando este se expone a alimentos poco saludables y altos en azúcar hay menos respuesta de recompensa en el cerebro; es decir, la comida chatarra es menos atractiva cuando se reacciona conscientemente.
No todo es miel sobre hojuelas, el mecanismo que controla la saciedad puede confundirse con ciertos alimentos y acelerar nuestro apetito, por eso no es posible dejar de comer.
Hay personas que a pesar de implementar programas de pérdida de peso nunca pueden mantenerlos por mucho tiempo. Es inconsciente, les resulta muy complejo resistirse a los carbohidratos simples o a las grasas.
Comer por placer se ha estudiado apenas en los últimos años descubriendo que las grasas y los dulces cambian la química del cerebro llevando a las personas a hacerlo en exceso.
Esto recibe el nombre de hambre hedónica y consiste en un poderoso deseo de comer sin que exista ninguna necesidad.
El término fue acuñado en 2007 por Michael Lowe, psicólogo de la Universidad de Drexel en Pensilvania; aseguró que el exceso de comida consiste en ingerir algunos de nuestros alimentos preferidos.
Esto es lo que experimentas cuando a pesar de ya no tener hambre o estar satisfecho eres capaz de seguir comiendo, como si tu estómago estuviera lleno pero tu cerebro no.
Este fenómeno contribuye de manera amplia al aumento en las tasas de obesidad y se perpetúa mientras la comida procesada es barata y accesible, más que los alimentos naturales.
Para los médicos, saber si la obesidad se debe a este fenómeno o a otra afección del organismo es básico para encontrar el mejor tratamiento.
El exceso de azúcar y grasa puede confundir seriamente a los receptores de saciedad. Lo mejor es asistir al médico para obtener un diagnóstico y, por supuesto, saber si el hambre hedónica es la explicación para que no puedas dejar la chatarra.