Coricos, tacuarines, galletas de maíz, pemoles, ensecos… llámales como quieras. Este antojo de media tarde se deshace en la boca y tiene unos aromas deliciosos que se antojan para acompañar un chocolatito o un café de olla.
Para nadie es una sorpresa que los sabores del maíz componen gran parte del imaginario gastronómico de México. La mitología dice que el hombre salió de él y con él también se ha alimentado durante su existencia. Por este motivo, tampoco sorprende que además de ser la columna vertebral de la comida salada, también sea un maravilloso ingrediente para preparar postres y confitería.
En la Huasteca potosina hay una receta que aprovecha los aromas de la canela para dar vida a estas rosquillas cuya base es la harina de maíz.
También existe algo similar en Nuevo León, pero para Sinaloa, Baja California y Sonora se llaman tacuarines o coricos a este postre maravilloso con notas a naranja y vainilla.
Sea cual sea el nombre y la denominación geográfica, hay algo en común entre todas las galletas de maíz: su consistencia -similar a un polvorón- que guarda lo mejor de la milpa y que además, son tan cálidas y sabrosas que dan ganas de tenerlas siempre cerca, como un amor o una necesidad.
La receta original de los coricos utiliza manteca en lugar de mantequilla y en algunos casos es vegetal. Esto es para hacer galletas más firmes, sacrificando un poco el sabor lácteo que aporta la grasa animal.