Todo aquél a quien le cautiven los libros sabe que en ellos existe un mundo de posibilidades y conocimiento al cual uno pertenece al dar vuelta a cada página. Las ciencias y los saberes, todos, tienen una base literaria y la cocina mexicana no es la excepción: los recetarios cuentan su historia y evolución a través del tiempo.
Comer bien y saber cocinar siempre han sido dos características diferenciadoras de la especie humana; aunque hay animales que preparan sus alimentos, somos los únicos seres vivos con el privilegio de poder transformarlos y nutrirnos en cuerpo y alma.
Alberto Peralta de Legarreta es un doctor en historia apasionado de los saberes y lo sabores de la cocina mexicana. Entre conocimientos antropológicos y hervores en ollas de barro, ha ido uniendo el rompecabezas cronológico de tantos libros que han dado fondo y forma a la gastronomía de nuestro país.
De su mano y gracias a sus investigaciones, hoy están documentados los recetarios de cocina que guardan los platillos más emblemáticos de México. El aroma de libro viejo y las manchas que delatan el uso, empoderan a todos los que tienen conocimiento de su existencia a entender mejor la cultura y la sociedad.
Desde antes de que se desarrollaran los conocimientos científicos y bases médicas que rigen el pensamiento contemporáneo, los alquimistas y curanderos tenían una verdad irrefutable que se ha olvidado con el tiempo y los fármacos: la comida cura el cuerpo y da un abrazo intangible e inexplicable al alma.
Hemos olvidado el conocimiento de los yerberos y sus secretos gastronómicos sobre la sana relación que el ser humano necesita con lo que lo nutre para estar en condiciones óptimas. Tanto así que las recetas médicas se documentaron a la par de las formas de preparar ciertos alimentos y de ahí viene el nombre de lo que hoy son los libros de cocina.
Es de todos sabido, por ejemplo, lo curativo que es un caldo de pollo: ese medicamento infalible contra la pesadez estomacal y los males del corazón. Hemos ido adquiriendo saberes también sobre infusiones -como la de canela- que ayudan a la regulación de la temperatura corporal y cuyo cálido aroma nos transporta al primer hogar, a ese donde fuimos más queridos.
Hay mucho que leer en un recetario de cocina además de fórmulas para preparar determinados platillos.
Se dice que el primero en escribir un libro de cocina fue Apicio, aquél pionero en la afición al buen comer que existió por ahí del siglo I d.C. Presumido y vividor -pero eso sí, muy letrado y culto- se dedicó a escribir todas sus experiencias con productos exóticos y sus viajes en búsqueda de ellos.
(Como dato curioso, Alberto Peralta platica que Apicio se suicidó cuando se enteró que se había gastado toda su fortuna en comida; organizó un banquete y se envenenó a sí mismo en frente de sus invitados).
De ahí, cada cultura documentó la forma en la que aprovechaba los ingredientes que habían a la mano. Con el paso del tiempo, fueron los franceses quienes estandarizaron y monopolizaron el saber gastronómico y conquistaron las cocinas del mundo con sus técnicas.
Pero en las américas se contaba otra historia y las cocinas de humo fueron testigos de otros hechos.
La gastronomía mexicana es un cúmulo de saberes regionales que aprovechan los ingredientes de formas diversas. Son pueblos muy distintos pero hay cosas que lo universalizan, como la omnipresencia del maíz o la innegable presencia de la mujer frente al fogón.