Los primeros cristianos de la historia no conmemoraban la Pascua de la Natividad de Cristo, pero sí la Pascua de Resurrección. Establecieron 40 días de preparación espiritual: 40 días de ayuno y abstinencia, que comienza el miércoles de ceniza e incluye la Semana Santa. La comida de Cuaresma en México es resultado de un mestizaje que se sigue practicando hasta la actualidad.
Este periodo nos recuerda los cuarenta días que Cristo estuvo en el desierto orando en un encuentro consigo mismo para tener clara su misión.
Además, desde el Antiguo Testamento, el número 40 guarda toda una connotación religiosa y mágica: fueron 40 días y 40 noches del Diluvio Universal; Moisés ayunó e hizo oración durante 40 días en el Monte Sinaí antes de que le fuera entregado el Decálogo; 40 años tardó el pueblo judío en llegar a la tierra prometida y 40 años gobernó David.
En un principio, la comida de Cuaresma se guardaba de manera muy rigurosa. No se consumían carnes y lácteos; únicamente se podía realizar una comida al día y ésta se hacía al ponerse el sol.
Ya para el siglo XIII se redujeron las restricciones hasta llegar a nuestros días, en donde prácticamente nadie practica el ayuno ni la abstinencia.
En nuestro mundo contemporáneo en realidad no se guardan estos días de ayuno y abstinencia; muy pocas personas son las que siguen esta disciplina y la gran mayoría lo hace como un trámite que hay que cumplir reduciéndolo a evitar el consumo de carnes rojas.
En realidad, cumplir con los lineamientos de la comida de Cuaresma era una disciplina que ayudaba a templar el carácter y a estar preparado para enfrentar hambre en situaciones difíciles, como en la antigüedad.
Imaginemos a los grandes conquistadores que para realizar sus hazañas enfrentaban grandes carencias y estaban preparados para resistir sin angustiarse; a través de estas prácticas disciplinaban al cuerpo para hacerse fuertes ante la carencia.
Por otro lado, los 40 días de ayuno en los que se eliminaba el consumo de ciertos alimentos se traducía en una limpieza del organismo evitando productos grasos o el exceso de harinas y azúcares, cuyo consumo en exceso dañan nuestra salud. Así pues, era una especie de medicina preventiva, por lo que sí es importante en nuestros días reflexionar sobre la importancia de este tipo de prácticas.
Para nuestros antepasados indígenas fue muy sencillo asimilar este tipo de práctica traída por el cristianismo; eran pueblos sumamente disciplinados que constantemente practicaban el ayuno y la abstinencia para hacer frente a las épocas de sequía y carencia. Por otro lado, con las grandes fiestas que realizaban se celebraba la abundancia.
De acuerdo a la edad se establecía cuál debía ser el consumo diario de tortillas por persona. Ya para el siglo XVII, la sociedad novohispana era sumamente golosa y de grandes glotones, por lo que el obispo de Puebla, Juan Palafox y Mendoza, reconoció que las únicas personas que cumplían correctamente con el ayuno en la Nueva España eran los indígenas.
Hoy en día, este tipo de prácticas se siguen realizando en comunidades indígenas independientemente de la Cuaresma; los agricultores de chile, por ejemplo, deben guardar ayuno y abstinencia para estar purificados antes de sembrar para que la tierra esté contenta al recibir la semilla que se convertirá en alimento.
En las comunidades indígenas de México, la Cuaresma coincide con el final de la temporada de sequía y hay que hacer penitencia, ayuno, abstinencia y rezos para que llegue el tiempo de la alegría, para que haya suficiente y pueda hacerse una buena siembra.
La investigadora Sonia C. Iglesias y Cabrera, quien ha estudiado el mundo de las fiestas y del Carnaval en diversos pueblos indígenas de México, nos habla sobre el sentido de penitencia que tiene la Cuaresma y es donde vemos el maravilloso sincretismo de nuestros pueblos indígenas; hacer penitencia y oración para pedir por una buena siembra, así como les pedían a las antiguas deidades prehispánicas.
Entre los zapotecas de Tehuantepec, a la Cuaresma se le relaciona con un antiguo concepto prehispánico, Nabaana, que significa “llanto profundo o reflexión”.
Dentro del pensamiento indígena, la sequía es tristeza y las lluvias son alegría, la vida está íntimamente ligada a la agricultura; de ahí que el vocablo gusiguiés entre los zapotecas del Istmo significa “alegría de los tiempos de lluvia: cuando los campos florecen y dan fruto y la naturaleza está alegre”, nos dice Iglesias.
De ahí que todos los viernes de Cuaresma, se realizan rezos en los templos, se adorna con flores y se encienden velas. El rezo es una meditación y, al terminar éste, aparecen los músicos e interpretan cantos tristes para solicitar el favor de las lluvias.
Tenemos tanto que aprender de la sabiduría indígena a la cual nunca volteamos a ver; en el ámbito urbano estamos ajenos a todo esto y al llegar las lluvias la gente corre para no mojarse, el tráfico se entorpece y nos volvemos más agresivos y neuróticos.
Qué ajenos estamos a las bendiciones de la lluvia; para nosotros la comida viene enlatada y empacada en tetrapack; muchos de los niños del ámbito urbano creen que la leche es un producto elaborado y que las verduras vienen en un empaque congelado.