Durante siglos, la raza humana ha buscado los afrodisiacos para hacer al amor más duradero, placentero o ambas.
Que si las fresas y su acidez que provoca la salivación, que si los ostiones por su alto contenido en zinc que estimula la sexualidad o si el chocolate porque ayuda a la producción de serotonina.
Mitos y saberes que han ido evolucionando con nosotros. Costumbres que de pronto hacen creer que el placer depende de lo que comemos y no de con quién lo hacemos. Los afrodisiacos son, en el imaginario colectivo, ese catalizador para que el amor suceda y suceda bien.
Existen distintos tipos. El primero responde a la imaginación; aquellos alimentos que la mente humana relaciona con alguna parte del cuerpo y despierta el erotismo conforme a su textura, forma o incluso sabor.
Resulta toda una experiencia sensorial que evoca al amor comer plátanos, ostras o frutas jugosas, sin embargo se puede aprovechar casi cualquier ingrediente. El juego es exitoso -y excitante- siempre y cuando haya erotismo compartido a la hora del clímax.
Por otro lado están los que tienen en su composición alguna sustancia que ayuda a estimular el deseo sexual a nivel físico e incluso colaborar con las emociones.
Neurotransmisores como serotonina, dopamina, oxitocina o endorfinas son responsables de dar sensación de placer, saciedad y bienestar al cuerpo y se pueden conseguir con alimentos como el cacao, las nueces e incluso los pescados.
El deseo y las ganas de aprovechar esas sustancias han llegado a que se busquen alimentos desagradables y hasta peligrosos.
Aquí habrá que tener cuidado pues existen algunas ideas asquerosas como lamer la piel del exótico sapo bufo, cuyas propiedades alucinógenas que prometen fuegos artificiales y aplausos al final de un encuentro pueden ser letales.
No suena nada apasionante ¿cierto?
Sin embargo, aunque hay biología y química alrededor de los afrodisiacos, en toda la historia de la humanidad no ha habido ningún estudio que compruebe que éstos son verdaderos estimulantes sexuales por sí mismos, lo que lleva a plantear una realidad: son las circunstancias en las que se comen estos alimentos lo que verdaderamente activa el deseo sexual.
La verdad sobre los afrodisiacos según la ciencia es que no sólo no hay que confiar del todo en ellos porque no están probados por ninguna teoría científica sino porque el acto de comer representa per sé una actividad que provoca placer.
Hay una relación directa entre la comida y el sexo pero nada tiene que ver con las sustancias estimulantes ni con los afrodisiacos. Se trata, más bien, de la sensaciones que provocan al cuerpo hacer ambas cosas.
El placer se manifiesta de diversas maneras y realizar ambas actividades al mismo tiempo supone que el gozo será mayor que cuando se hacen como actividades aisladas.
No hay nada más sensual que las luces tenues de una vela a media luz, ni más emocionante que ver llegar a la mesa un platillo favorito. Tampoco existe algo más estimulante que despertar en el otro el deseo y manifestación de una química inexplicable.
La magia radica en integrar todos los elementos, dejarse ir y disfrutar el momento.
Para San Valentín -o para cualquier otra ocasión- la recomendación más efectiva es sentarse a la mesa, abrir una botella de vino y poner música tranquila como primer tiempo.
Para completar el cuadro, crear una dinámica donde la comida juegue el papel de cupido suena a mejor idea. El mejor afrodisiaco es el acto de compartir el juego previo con la persona indicada y sentir ese deseo conjunto que culminará en la mejor manifestación del amor.