En el amplio e inquietante mundo de las bebidas alcohólicas, el ajenjo o absenta es quizá la más misteriosa de todas. Esta mítica poción que cautivó el corazón de los artistas en el siglo XIX está rodeada de historias llenas de arte, excesos, neurosis, crímenes, suicidios y prohibición.
En una licorería de Praga, sobre un estante lleno de botellas que contienen una especie de poción se lee la siguiente advertencia: «Droga neurológica»; las botellas llevan grabada, en una etiqueta con tipografía al estilo del art nouveau, la palabra absinth.
Fueron sus tonos verde esmeralda los que la dieron a conocer cariñosamente como la fée verte —«el hada verde»—; ellos son culpables sus efectos de que artistas como Edgar Allan Poe, Vincent van Gogh, Arthur Rimbaud y Paul Verlaine, Oscar Wilde, Henri de Toulouse-Lautrec y el mismo Pablo Picasso dedicaran algunas de sus obras a esta «musa verde».[1]
El absenta no es más que un licor destilado de hierbas que se mezcla con sustancias como el metanol —alcohol de madera—.
El ajenjo —Artemisa absinthium— es la sustancia de mayor presencia. Es responsable de su sabor y la portadora de los tuyones, componentes activos que hacen de ésta una bebida tan peculiar.
Aunque es comúnmente aceptado que son éstos los que causan todos los efectos secundarios, lo cierto es que mucho del legendario efecto se debe a la enorme cantidad de alcohol que contiene —entre 45 y 70%— y a la mezcla de hierbas.
El misticismo involucraba también un ritual al beberlo. En una pequeña cuchara con agujeros en forma de encaje, sobre un vaso lleno de absenta, se colocaba un pequeño cubo de azúcar sobre el cual se vertía lentamente un chorro de agua helada que se deslizaba hasta mezclarse con el líquido verde.
El azúcar ayuda a contrarrestar la amargura, mientras que el licor, al contacto con el agua, adquiere un color lechoso verde blancuzco provocado por la evaporación de algunos de los aceites vegetales que contiene la sustancia.
Este proceso de lento nublamiento, que ayudó a llenar de connotaciones mágicas las historias de la bebida, es comúnmente llamado «louche» o «palomita» en España.
Antes de convertirse en una bebida tan popular, el ajenjo —un arbusto silvestre de flor amarilla muy aromática que crece en Europa, el norte de África y el oeste de Asia— era conocido en la Antigüedad no por sus efectos alucinantes, sino por sus propiedades medicinales.
Existen algunas referencias de ello en la Biblia, en papiros egipcios y en algunos textos sirios. Los griegos, por su parte, hacían uso común de ella por sus cualidades febrífugas, antisépticas y diuréticas, además de ser un antídoto para el veneno de la cicuta.[2]
No fue sino hasta finales del siglo XVIII cuando un farmacéutico francés expatriado a Suiza, Pierre Ordinaire, inventó lo que él llamó extrait d’absinthe, «un extracto de la hierba». Era útil para poder ingerir la misma sin sufrir los estragos de su sabor.
La mezcla, con alto grado de alcohol y un sabor parecido a otros licores, comenzó a adquirir popularidad entre los pacientes del doctor Ordinaire; en 1797, el francés Henri-Luis Pernod compró los secretos de la destilación y la manufactura para comerciar con lo que se convertiría en el aperitivo favorito de los franceses de la fin-de-siècle.[3]
En poco tiempo, esta poción verde se apoderó del gusto de todas las clases sociales y, desde los cafés parisinos hasta las tabernas inglesas, los comensales estaban dispuestos a alargar la sobremesa con tal de poder disfrutar de los efectos del ajenjo.
El consumo de esta bebida se hizo tan común como aperitivo, que los parisinos movieron la hora de la cena, que se hacía entre las 6 y las 6:30 hasta las 7:00 de la noche, costumbre que llevó a los dueños de algunos teatros a quejarse de la impuntualidad de los espectadores.
Su auge llegó con la publicidad que los artistas románticos, impresionistas y modernistas le dieron: desde Rimbaud hasta Rubén Darío, muchos le dedicaron algún fragmento de su obra; ya a finales del siglo XIX se consumían 2 millones de litros anuales tan sólo en Francia.
Sin embargo, el encanto de sus efectos y su frecuente relación con crímenes y alucinaciones llamó la atención de grupos prohibicionistas que probablemente tuviesen intereses más económicos que sociales.
No pasó mucho tiempo y en 1905, Bélgica fue el primer país en prohibir la producción, comercialización, distribución e importación del absenta.
A este país le siguieron Suiza en 1908, Holanda en 1910, Estados Unidos en 1912 y, finalmente, Francia en 1915. Lo únicos que mantuvieron su producción y comercialización hasta el día de hoy de manera legal fueron la República Checa y España.
Cada día resulta más fácil encontrar botellas que contengan un líquido verde etiquetados como Absinth. Sin embargo, son muy pocas las marcas que lo producen siguiendo los métodos y las recetas tradicionales. Se distinguen por lo inaccesible de sus precios.
El renacimiento de esta bebida en los últimos años ha tomado fuerza en la ignorancia, construyendo un placebo en el que dejarse llevar por la magia del ajenjo se traduce en una borrachera inigualable.
No obstante, no podemos olvidar que entre el mito y la verdad, entre la magia y la ciencia, el absenta es ahora el símbolo de las luchas entre la razón del positivismo y la pasión de los románticos, de una época en donde las vanguardias, los imperialismos, la industrialización y la sospecha abrieron el paso a la posmodernidad.
[1] De este último, sus pinturas sobre el ajenjo son: Mujer tomando Absinthe (1901), Botella de Pernod y vaso (1912) y Vaso de Absinthe (1914).
[2] Hierba extremadamente venenosa parecida al perejil, con la que se le dio muerte a Sócrates.
[3] Otro factor importante para la popularidad del ajenjo fue su bajo costo en comparación con el vino, cuya producción, en aquel entonces, sufría por plagas y malas cosechas.