Ahí te va un dato. Una investigación demostró que un niño de cuatro años ha consumido la misma cantidad de azúcar en toda su vida que su abuelo de ochenta. ¡¿Cómo?! La mayoría de los productos que consumimos están adicionados con un aditivo llamado jarabe de maíz de alta fructosa.
Este edulcorante se adiciona en cantidades exorbitantes en los alimentos ultraprocesados para que sean más ricos y quieras seguir comiéndolos. Está escondido en tu cereal mañanero, en los jugos que te tomas y en los panquecitos de la máquina de tu oficina.
Como sociedad hemos creído que el hecho de que nuestra alimentación evolucione al ritmo de nuestro estilo de vida es sólo un paso más al progreso.
¡Sorpresa! no hay nada más lejano a la realidad. Comida empacada, productos que no caducan… hay algo mal en la ecuación.
La periodista Soledad Barruti desarrolló toda una investigación y concluyó -como muchos especialistas en el tema- que uno de los problemas de la alimentación contemporánea es el exceso en el consumo de jarabe de maíz de alta fructosa.
Este ingrediente es el responsable de algunos problemas como el mal del puerco o que tu metabolismo no esté trabajando tan bien como debería.
En los años 70, el gobierno de Estados Unidos decidió incrementar los impuestos a la caña de azúcar al tiempo que otorgaba subsidios al cultivo de maíz.
Estos dos hechos aislados fueron la cuna de una idea que sonaba bien de primera impresión: aprovechar todos los recursos y optimizar costos.
La industria alimentaria entonces, decidió procesar el maíz hasta su mínima expresión y hacer endulzantes que sustituyeran al azúcar. Problema resuelto: no había que pagar aranceles extra y además aprovechaban el ingrediente de moda.
Después de cosecharse, el maíz se refina hasta obtener almidón en polvo (algo muy similar a la maicena); a partir de éste se realiza un proceso químico que crea el endulzante al que lo conforman una molécula de glucosa y otra de fructosa.
Cuando la producción de fructosa se incrementa, se obtiene como resultado un almíbar más potente que la sacarosa -mejor conocida como azúcar de mesa-. Esto vuelve al jarabe de maíz de alta fructosa un aditivo barato, potente y vacío de nutrientes.
La idea tuvo tanto éxito que la fructosa extraída del maíz incluso fue un sustituto de edulcorante para personas con diabetes. Lo que nadie contemplaba es que, pasado el tiempo, el resultado iba a ser absolutamente contraproducente.
El jarabe de maíz de alta fructosa es un negocio redondo. Esta azúcar tiene una capacidad de endulzar mucho más potente; por este motivo se utiliza en menores cantidades resultando más barato.
La popularidad del jarabe de maíz de alta fructosa tuvo un efecto imposible de frenar. Ofrecer a la industria algo que daba saciedad a los consumidores, servía para adicionar y endulzar a precio bajo, sonaba como negocio redondo.
El problema vino después: varios fueron los químicos en alimentos que comprobaron que el jarabe de maíz de alta fructosa es el responsable de muchas enfermedades crónicas.
Además, es un producto adictivo que actúa en la hipófisis, esa glándula que regula nuestro humor. Esta clase edulcorante le habla a nuestro instinto más primitivo y obedece a las sensaciones de placer.
Por si fuera poco, mucho del jarabe de maíz de alta fructosa se produce con transgénicos, los cuales amenazan al medio ambiente y a la biodiversidad.
Lo preocupante no es que existan productos con jarabe de maíz de alta fructosa. El problema es que no existe ningún alimento ultraprocesado que no lo tenga.
No vas a encontrar el jarabe de maíz de alta fructosa en el súper, es más bien algo que se utiliza en la industria alimentaria. Sin embargo, lo consumes mucho mas de lo que crees.
Te damos una lista para que los tengas en la mira y algunas alternativas para sustituirlos:
Para más información, mira este informe.