Bien dicen que no ha existido persona más valiente que aquella que comió percebes por primera vez. Y es que, aunque es uno de los mariscos de sabor más especial, su belleza exterior no le ayuda nada y es un reto atreverse a probarlos.
En México, a diferencia de España e incluso Francia, no son precisamente comunes; de hecho, son pocos los lugares en donde los podemos comprar.
Este crustáceo es en sus primeros dos meses de vida una larva que crece en el mar, principalmente en zonas frías. Es arrastrado por la corriente hasta que se adhiere a las piedras y crece.
Cuando están maduros, unos pescadores especializados llamados perceberos los despegan con toda la cautela de no romperlos y sacarlos a la luz.
Recolectar las percebes no es nada sencillo. Por ser una especie que crece pegado a las rocas, resulta peligroso para los perceberos jugar entre olas y golpes buscándolos.
Los percebes viven en las piedras; su anatomía es algo extraña pues consta de un cuerpo parecido a un dedo que remata con una especie de colmillo o corona en la parte superior. Crecen en familias y así se quedan hasta su recolecta.
La textura va de suave a dura en el exterior y como todo crustáceo, tiene un caparazón que lo protege. El sabor es salado pero muy tenue, es el más dócil de los mariscos y por eso es tan valioso.
Si es la primera vez que te vas a dar el gusto de comprar percebes es importante que sepas dos cosas, cómo escogerlos y cuánto cuestan. Aquí te pasamos algunos tips:
En México pocos han sido los chefs que se animan a presentarlos en sus menús, dos de ellos son Javier Plascencia y Drew Deckman.
No se encuentran en cualquier época, el verano es la temporada más difícil por el calor y la veda en los mares europeos.
Los percebes saben a mar y esa es su característica más valiosa. Por eso, su preparación siempre debe respetarlos lo más posible cocinándolos en agua y sal -de mar-.
Si visitas un restaurante y en el menú te ofrecen percebes ¡acepta! Reta al sentido de la vista y descubre su belleza interior.