No tengo nada en contra de la soya, de hecho me encanta tomar café con leche de soya orgánica, la salsa de soya con limoncito para la comida japonesa, así como una misoshiru de vez en cuando con pedacitos de tofu.
Sí tengo todo en contra de la opacidad en la industria alimentaria y la manera tan clara en la que de repente utilizan cierto ingrediente “rendidor” sin informarlo. Todo esto creyendo que pueden darnos a los consumidores lo que a ellos les resulte más barato y conveniente para su negocio.
Su proceso de toma de decisiones está totalmente libre del escrutinio público y tienen todo a su favor para darnos atole con el dedo. Así es, no informar sobre el origen o las características de los ingredientes que utilizan para hacer rendir más los alimentos; sobre todo los procesados.
Por ejemplo, odio el atún en lata desde que descubrí que todas las marcas ya lo mezclan con fibra de soya. Me suena a: ¿para qué ponerle todo de atún si podemos ganar más rebajándolo con soya y seguro que nadie se da cuenta?
Y además: ¿qué es la fibra de soya? Haciendo una búsqueda rápida encontré que ésta se utiliza para hacer rendir más los alimentos procesados, sobre todo los cárnicos y los de panificación, pues tiene enorme retención de agua y da consistencia a los alimentos.
Y bueno, quizás lo anterior no tendría nada de malo si a las personas que lo consumen no les molesta el sabor o estar comiendo soya hidratada en vez de atún.
Pero si nos dijeran que más de la mitad de la comida procesada tiene soya en alguna de sus múltiples facetas, que se utiliza porque abarata el proceso de producción, que para producirla industrialmente hay enormes costos ambientales y sociales. Además que en su mayoría es genéticamente modificada o transgénica, entonces la historia seguramente cambiaría.
Hace algunos años se lanzó un documental llamado King Corn que alertaba y compartía hallazgos sobre la cantidad de maíz que ingerían los norteamericanos en su comida, sobre todo por el jarabe de maíz de alta fructuosa que se añade a un gran número de productos alimenticios industrialmente procesados. Pues ahora es más o menos la misma historia con la soya.
Una nota de The Guardian publicada en 2006 dice que alrededor del 60% de la comida procesada tiene soya. Por ejemplo: el queso, los helados, la fórmula láctea, los panes, cereales, barritas, pasteles, postres lácteos, salsas, pastas, sopas y otros. También menciona que este ingrediente puede aparecer en las etiquetas como harina de soya, proteína vegetal hidrolizada, proteína aislada de soya, fibra de soya, concentrado de proteína, proteína vegetal texturizada, aceite vegetal (simple, total o parcialmente hidrogenado), y lecitina emulsificada.
Hay mucho debate de si la soya en sí misma es buena o no para la salud, pero entrar en ese campo no es la intención de esta nota. Lo que sí pretendo es:
La producción de soya ha tenido un considerable incremento en las últimas décadas y esto ha generado consecuencias devastadoras para algunas regiones, ambiental y socialmente hablando.
Sobre esto, una nota de la organización ambientalista internacional World Wide Fund (WWF) dice que Estados Unidos, Argentina y Brasil producen alrededor del 80% de la soya del mundo y que sobre todo en Argentina y Brasil ha generado deforestación masiva, contaminación de suelos y aguas por agroquímicos. También desplazamiento de pequeños campesinos y poblaciones indígenas que son retirados de sus tierras para ser ocupadas y explotadas con estos monocultivos intensivos.
Por otra parte, anteriormente la soya transgénica o genéticamente modificada no se utilizaba para la industria alimenticia; en su mayoría se usaba como alimento para ganado (que finalmente también llega a los consumidores de carne) o se procesaba para producir aceite o harina de soya.
Pero según esta nota, cada vez más países compran soya transgénica para incorporar en alimentos procesados, incluso para preparar tofu y leche de soya. La razón es simple: el diferencial de costos entre la soya transgénica y la no transgénica; la industria tiene una fuente de proteína muy barata y le saca provecho.
En México se produce soya transgénica desde el 2003 con permisos experimentales; en 2012 se liberaron permisos comerciales en miles de hectáreas en el país para ello. El fin era abastecer la demanda del mercado interno para producir alimento para ganado y aceite vegetal.
Según una publicación de la Revista de Economía de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), esta política ha afectado significativamente a Yucatán, que es el primer productor de miel del país.
Ha afectado su actividad económica y a los muchos apicultores cuya producción se ha visto amenazada por la contaminación con polen transgénico; es detectado por las autoridades comerciales de los países que la importan. Sobre todo los europeos, que castigan o cancelan la operación comercial cuando la miel contiene residuos de transgénicos o glifosato, que es el herbicida que va de la mano junto con las semillas genéticamente modificadas.
Hay versiones encontradas sobre la soya, como siempre. Por una parte están quienes consideran la soya como un superalimento, nutritivo, saludable y la mejor alternativa para los vegetarianos o veganos; y hay quienes han estudiado su lado oscuro y encontrado relaciones estrechas con problemas hormonales y de tiroides, principalmente.
Las reacciones que han surgido a favor de la soya ponen como ejemplo la cocina oriental y la salud de su población consumiendo este grano. Sin embargo, se utiliza soya fermentada para los principales platillos orientales o insumos con soya. Ese proceso hace la diferencia permitiendo que la naturaleza haga parte del trabajo en hacer más digestivos y saludables algunos de los alimentos a través de la generación de probióticos y bacterias buenas para nuestra salud.
Otro factor importante resaltado por una nota de Mary Vance publicada en UTNE Reader, es que la alimentación en Asia incluye pequeñas cantidades (alrededor de 9 gramos al día) de productos elaborados con soya fermentada como miso, natto, temph y algo de tofu, mientras que en Estados Unidos los alimentos procesados o bebidas con base de soya pueden contener más de 20 gramos de proteína de soya no fermentada en cada porción.
En México no cambia mucho el panorama. Dado que la alimentación industrial es muy similar allá que acá y en temas comerciales y de cultura alimenticia las fronteras sí se abren.
El punto no es desincentivar el consumo de soya o cualquier otro alimento que te guste, sino que cuentes con información suficiente que te permita conocer sobre las implicaciones de su producción; las distintas y muchas veces ocultas formas de uso que la industria alimentaria tiene para abaratar nuestra comida y puedas elegir con los ojos bien abiertos qué comprar y qué comer.
Para cerrar comparto una reflexión de la WWF, World Wide Fund, que dice que entre 1970 y 2012, la mayor población de mamíferos, reptiles, anfibios, peces y aves disminuyeron en 58 por ciento y que la razón principal es el dónde y cómo se producen los alimentos.
La disminución de vida salvaje, dicen, ha sido principalmente por la degradación y pérdida de sus hábitats que se han transformado en enormes campos de monocultivos de granos o pastizales para ganadería. La industria de la soya es responsable de una buena parte de lo anterior.
No en balde dicen que si queremos realmente aliviar o contribuir un poco con los problemas ambientales que enfrenta el planeta, una opción concreta es evitar o disminuir nuestro consumo de carnes y lácteos, que ocupa más del 80% del uso de la tierra.
Y si quieres aliviar un poco la demanda intensiva de la soya industrial al mismo tiempo que darle a tu cuerpo opciones más saludables; intenta dejar las comidas industriales procesadas. Lee las etiquetas de ingredientes y acuérdate que -si eres de las personas que no quiere consumir transgénicos- a mayoría de lo que contenga la palabra soya, aunque no diga que es genéticamente modificada, sí lo es.
Las opciones orgánicas de soya al menos te garantizarán procesos libres de agroquímicos tóxicos y de semillas transgénicas.