Desde hace varias décadas, la marca España ha realizado grandes esfuerzos por posicionarse en el mundo gastronómico y vitivinícola; un ejemplo claro es Valdeguinea. Fue sin duda el boom de la cocina molecular el que catapultó a la península como lugar de la vanguardia de la mano de Adriá y un grupo inteligente de empresarios que pusieron en alto el nombre de su país.
Y sin quererlo, la vanguardia trastocó otros ámbitos que son los de la tradición, en particular el del vino, pues muchas vinícolas se lanzaron a la aventura de exportar sus caldos contando con el fulgor español. Y así de pronto, muchos bodegueros decidieron que tenían vinos de una calidad superior que podían competir con las marcas acreditadas de Ribera del Duero o con los Marqueses de la Rioja.
Para algunos, el salto resultó un fiasco, y para las grandes marcas resultó lo que los españoles llaman un “apañón”; lograron posicionar sus marcas con vinos que acreditan el estándar de lo que un consumidor del orbe espera del vino español. Los ejemplos cunden en los supermercados y tiendas especializadas de nuestro país.
Cada vez que uno va al Salón del vino español o a la cata de la Guía Peñin se encuentra con los dos ejemplos referidos, pero también con algunas bodegas excepcionales que quieren posicionar su pequeña producción de vinos en el gusto de los conocedores de todo el mundo.
El ejemplo perfecto para mí es Valdeguinea, una finca propiedad de una pequeña familia de hermano y hermanas que decidieron hacer con su legado vinícola un trabajo para apasionarse y disfrutar de la vida. Entre ellos cuidan del campo, cosechan, producen el vino y lo venden en su tierra y en el mundo con una sencillez y franqueza que da gusto, pues con su vino todo es personal.
Tienen la dicha y privilegio de contar con viñedos de entre 30 y 80 años de vida, lo que hace de sus vinos algo raro y poco común en Rioja, que se ha abocado a abarcar el gran mercado internacional produciendo grandes cantidades para ser etiquetadas por los marqueses más famosos.
La alta calidad de su tempranillo les permite jugar con cuatro tintos de crianza diferenciada, desde el joven sin barrica, el seis crianza con seis meses en toneles de roble francés y americano, el crianza con doce meses y la edición limitada con 15 meses en barrica nueva francesa. En los cuatro vinos se distingue el sabor del terruño riojano de calidad, uno que si no fuera por el esfuerzo de estas pequeñas bodegas quedaría olvidado entre los grandes negocios del vino de masas.
Me tocó estar con Luis Juan Sáenz y su hermana Ana degustando los vinos Valdeguinea, escuchando las claves que definen su quehacer vinícola y fue un agasajo. Los detalles se reflejan hasta en la etiqueta con las manos de Luis Juan en la viña transformadas en un grabado.
Podría mencionar todas las notas de cata que sus vinos despliegan como la fruta roja y tinta, los delicados tostados y la carnosidad y elegancia de la boca, pero todos esos términos suenan banales, superfluos y pretenciosos frente a un vino con notas de esfuerzo, dedicación, humildad, que vista la copa quieta se distinguen sonrisas, desde luego lágrimas y un poderoso ribete de hermandad y complicidad para honrar el legado de los padres y abuelos.
Y con una boca suprema con la carnosidad propia de la pasión incondicional que a veces mata, y ellos lo saben bien, ese amor que Sabina canta y dice “porque amores que matan nunca mueren…”
Así son los vinos riojanos de esta bodega de fincas por el rumbo del Cortijo en Logroño, donde el tesoro de sus vinos conservan el estilo tradicional de hace siglos y que tiene la virtud de siempre producir el vino honesto. Uno que extrañamos cada vez más y que Debbie Mora nos trae en Vinos con actitud. ¡Salud!